Educación

Urge política de Estado en México para la educación y la ciencia

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA CONFERENCIA MAGISTRAL CIENCIA Y TECNOLOGÍA: SITUACIÓN ACTUALY RETOS EN EL SIGLO XXI, IMPARTIDA POR EL DR. JOSÉ NARRO ROBLES, EN LOS FOROS DE REFLEXIÓN COMPROMISO POR MÉXICO, EJE EDUCACIÓN Y CULTURA, EN EL CENTRO CULTURAL MEXIQUENSE. Toluca, Estado de México, 15 de junio de 2010.

Muchas gracias y muy buenas tardes tengan todas y todos ustedes. Señor gobernador constitucional del Estado de México, licenciado Enrique Peña Nieto, muchas gracias por la invitación para participar en este Foro de Reflexión.
Saludo con muchísimo afecto a todos los representantes de los Poderes Legislativo y Judicial del pag73-203Estado de México, a los colaboradores del gobierno que usted encabeza, por supuesto, a la señora Presidenta Municipal de Toluca, y a muy destacados integrantes de la comunidad de la educación superior, de la ciencia y de la tecnología.
De verdad, es un placer, un gusto, un honor compartir con tantos personajes que están aquí presentes en esta oportunidad. Para mí, insisto, es un verdadero privilegio.
Voy a iniciar esta intervención con una afirmación que termina al mismo tiempo siendo la conclusión. La educación, la investigación, la ciencia, la tecnología y la cultura son imprescindibles si aspiramos a colocar a México en el camino de una nueva etapa del desarrollo nacional sustentada en el planteamiento de acciones con altura de miras y configuraciones de largo plazo.
Para tratar de documentar esta aseveración en los próximos minutos argumentaré sobre la necesidad de convertir a la educación sobre todo la de nivel superior a la ciencia en todas sus áreas y a la tecnología en eje centrales de la estrategia para el desarrollo de la nación.
Estoy convencido de que si no se otorga la prioridad de vida a la generación y difusión del conocimiento, si no se define para ello una política de Estado, México no tendrá el papel que merece en un concierto internacional donde el conocimiento desempeña el papel principal en la vida social y también en la productiva. La ciencia y la educación en el mundo de hoy.
La sociedad contemporánea entendida en su dimensión global se encuentra en profunda transformación. Los cambios son motivados, entre otros aspectos, por el vertiginoso avance de la ciencia, sus aplicaciones tecnológicas y las formas de comunicación. Todo esto configura en el ámbito internacional una nueva era, la era del conocimiento.
Los procesos de globalización que vivimos conllevan avances y logros, pero también contradicciones, contrastes y paradojas. Pese a los grandes desarrollos en todos los órdenes subsisten en amplios sectores de la sociedad graves carencias y problemas, condiciones de pobreza y de desigualdad, que los excluyen de los bienes y servicios e incluso que los dejan al margen del ejercicio de derechos humanos fundamentales.
En el mundo globalizado la economía se ha vuelto aún más competitiva, la participación de los países en los mercados depende, como pocas veces en la historia de la humanidad, de su capacidad para aprovechar las ventajas del saber.
Las sociedades que más han avanzado en lo económico y en lo social son aquellas que han logrado cimentar su progreso en el conocimiento, tanto el que la población adquiere mediante los programas educacionales formales, como el que se genera con la investigación científica.
En las economías modernas el conocimiento se ha convertido en uno de los factores de la producción más importantes, de la educación. La ciencia y la innovación tecnológica dependen hoy más que nunca la productividad y la competitividad económica, pero también el desarrollo social y cultural de las naciones.
Otro hecho irrebatible es que la creación de nuevos conocimientos y sus aplicaciones tecnológicas requiere de inversiones pública y privada importantes. Los países más desarrollados y algunos de los llamados países emergentes las están haciendo. Esas naciones han favorecido el desarrollo de la ciencia en todas sus áreas, incluidas por supuesto las ciencias sociales, las artes y las humanidades, el conocimiento y la investigación básica y también la aplicada, que resultan ser fundamentales para el desarrollo armónico de las sociedades.
Ninguna colectividad puede promover desarrollos tecnológicos útiles, plantear soluciones a los problemas de la sociedad o aportar al mejor entendimiento de sus grupos étnicos si no cuenta con un sistema científico sólido, el cual a su vez requiere de la existencia de un sistema educativo de calidad y coberturas amplias.
No hay duda, para tener mayor productividad y ser más competitivos se necesita educación. La educación se ha convertido en una condición indispensable para que individuos y colectividades aspiren a alcanzar un futuro mejor. Es fuente de superación y sigue siendo el igualador social por excelencia y, por tanto, insustituible.
Los altos niveles de educación contribuyen a explicar la razón por la cual algunas naciones han conseguido grados más uniformes de desarrollo de sus habitantes y por qué en otros se enseñorea la desigualdad, el atraso, la injusticia e incluso la violencia y la delincuencia.
La experiencia mundial muestra la existencia de una estrecha correlación entre el nivel de desarrollo de los países en su sentido amplio, con la fortaleza de sus sistemas educativos y de investigación científica y tecnológica.
Según estudios de la OCDE un año adicional de escolaridad aumenta el Producto Interno Bruto per cápita de un país entre 4 y 7 por ciento.
Atrás quedaron los tiempos en que los gobiernos consideraban las erogaciones en la educación como un gasto, en la sociedad el conocimiento constituyen una inversión muy productiva, una inversión estratégica en lo económico y prioritaria en lo social.
Con esta óptica los países industrializados invierten masivamente en la investigación y enseñanza, por lo que avanzan de manera acelerada en la adquisición del nuevo conocimiento y en su aplicación. En cambio, en muchos países en desarrollo tales inversiones son limitadas en parte por falta de recursos financieros, pero sobre todo por la falta de perspectivas de largo plazo, por no atreverse a contar con una política de largo alcance que considere al conocimiento como una inversión redituable en lo económico, en lo social y en lo político.
Con mucha certidumbre puede establecerse entonces que la educación, la ciencia, la tecnología, pero también la cultura son los instrumentos idóneos para que los países alcancen mayores niveles de desarrollo humano y de equidad social. Éstas son las claves del porvenir: Ciencia y desarrollo tecnológico en México.
Con toda claridad puede señalarse que en materia de educación superior, ciencia y tecnología, México ha logrado avances importantes e indiscutibles durante los últimos años; sin embargo, también puede asegurarse que los logros han sido insuficientes.
Los esfuerzos por consolidar un sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación, muestran que hay conciencia de la necesidad de contar con conocimiento para alimentar diferentes áreas de interés en el campo de la economía, la cultura y la política, pero también que es mucho y probablemente más lo que falta por hacer.
En el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación 2008-2012 se reconocer que la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación son precursores esenciales de la competitividad y el crecimiento económico. Se sostiene que de la vinculación que se da entre científicos, tecnólogos y la planta productiva nacional, dependerá en buena medida la inserción exitosa de nuestro país en la sociedad del conocimiento.
Pese a lo acertado de los diagnósticos formulados, la verdad es que no hemos avanzado lo necesario si nos comparamos con otros en el contexto mundial.
Desafortunadamente nuestros avances han sido insuficientes, tanto para responder a las necesidades del país, como para mejorar nuestra posición internacional.
Nosotros avanzamos, es cierto, pero otros lo hacen con mayor agilidad. La baja graduación de doctores, el limitado número de investigadores, la concentración territorial de la investigación, la escasa participación del sector privado y sobre todo el reducido presupuesto público y la falta de una verdadera política pública en la materia, son reconocidos por la comunidad científica del país como algunos de los principales problemas para avanzar en este campo.
Dedicaré poco más adelante un breve comentario a cada uno de estos aspectos, pero antes haré un señalamiento: Un verdadero desarrollo de la ciencia implica a los investigadores, es cierto, indiscutible, pero también muchas otras cosas más.
Este es el caso de otro tipo de recursos humanos, los estudiantes y los técnicos, además laboratorios, cubículos, talleres, bibliotecas, para que se desarrollen las actividades.
De igual forma se requieren los equipos, materiales, libros, revistas, sustancias y reactivos que demandan las diversas líneas de investigación.
Por supuesto el presupuesto para operar los proyectos y mantener el equipamiento junto a todo esto, también se requieren algunas definiciones de política general para identificar los apoyos a la ciencia básica y a la aplicada, definiciones que permitan, sin vulnerar la libertad de investigación, responder preguntas específicas y resolver problemas nacionales.
La baja graduación de doctores.
La formación de doctores es de suma importancia para la producción de conocimientos nuevos. Atrás quedó la visión parcial de que a investigar se aprende investigando.
Hoy, cuando se busca que la investigación ofrezca opciones de solución a los problemas globales y también a los locales, se requiere formar sistemáticamente a los investigadores y esto se hace principalmente en el doctorado, además de hacerlo en el número y las definiciones pertinentes.
De acuerdo con datos del Conacyt, el número de doctores graduados se incrementó más de 11 veces en el periodo que va de 1990 a 2007.
Sin embargo, también hay que decir que la cifra es menor si la comparamos con la que registran otros países. Mientras en México se gradúan, por ejemplo, de los programas de doctorado, de calidad reconocida, 2 mil 252 doctores en 2007, en países como Brasil, España y Corea lo hicieron entre 8 y 10 mil doctores al año, en tanto que en los Estados Unidos se graduaron más de 46 mil ese mismo año.
Llama la atención el hecho de que en Brasil una sola universidad la de Sao Paulo graduó en esa época a 2 mil 266 doctores, cifra que es superior a la de todos los doctores graduados en México.
Un indicador comúnmente usado para hacer este tipo de comparaciones es el número de doctores graduados por cada 10 mil personas de la población económicamente activa, para nuestro país en 2007 la relación fue de 0.5 mientras que en Estados Unidos fue de 3.1, en España de 4.2, en Corea de 4.1 y en Brasil de 1, el doble de México. También en este indicador quedamos lejos de otros países.
El bajo número de investigadores, el número total de investigadores en México aumentó más de dos veces entre 1997 y 2006, al pasar de 21,418 a cerca de 49 mil.
Por otra parte, el número de investigadores pertenecientes al Sistema Nacional de Investigadores, el SNI, se incrementó más de 11 veces en 25 años, al pasar de cerca de 1,400 a más de 15,500 en el periodo comprendido en el arranque del sistema, el dato es para 1984 y 2009.
No obstante, el importante crecimiento de investigadores registrado en nuestro país en los últimos cinco lustros, esta cifra también es poco significativa si la comparamos con la que se registra en otros países.
China, por ejemplo, en 2006 tenía 1´224,000 investigadores; Japón 709,000; Corea 199,000; pag72-203Brasil 118,000 y España 115,000. Si tomamos los indicadores de población total o población económicamente activa se nos revela la diferencia que existe. Y todas estas cifras al final nos muestran con claridad que el tamaño de nuestro aparato científico es todavía insuficiente.
El peso, por otra parte, de las instituciones de educación superior públicas en la investigación y la generación de conocimiento en México es evidente y se revela al revisar la composición del SNI por tipo de institución de sus integrantes.
En efecto, el año pasado del total de investigadores pertenecientes al sistema más del 70 por ciento correspondieron a las instituciones públicas de educación superior.
La mayor parte del 30 por ciento restante se originó en otras instituciones públicas de investigación y de salud y sólo un porcentaje menor en las instituciones privadas de educación superior que no habían tenido posibilidad de incorporarse y en las empresas.
Cabe destacar, por ejemplo, en el caso de la UNAM que aporta cerca del 22 por ciento de los investigadores vigentes en el sistema y el 46 por ciento de los que está en el nivel tres, el más alto. De cualquier forma, el sistema científico mexicano es eficiente, pero pequeño todavía.
Cuenta además como una limitada renovación de sus cuadros y éste tiene que ser un asunto que nos preocupe.Dentro del sistema y en muchas de las instituciones de educación superior pública estamos viviendo esta condición. Por ejemplo, para el año en curso el promedio de edad de los miembros del SNI es de 50 años y el de los que inician, el de los candidatos de 38 años.
La concentración geográfica.
A pesar de que a partir de 1980 se inició un esfuerzo por descentralizar la investigación que ha rendido frutos, uno de los principales problemas que se sigue enfrentando es la elevada concentración geográfica. En el Distrito Federal se localiza casi el 40 por ciento de los integrantes del Sistemas Nacional de Investigadores.
Estimulantes en este sentido, sin embargo, son los datos que para este año se reportan y los cuales informan que los investigadores de las entidades de la República, de los Estados de nuestro país, ya representan el 62 por ciento del total, cifra que contrasta afortunadamente con la recogida hace 10 ó 20 años. Sin embargo, otros datos nos sirven para ilustrar la concentración que todavía tenemos.
Tres universidades públicas de la capital del país, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma Metropolitana y la UNAM tienen casi a un tercio de los investigadores nacionales que hay en México, en tanto que en los Estados de la República, diez universidades estatales concentran el 70 por ciento de los investigadores nacionales de las Entidades Federativas. Ésta es, por cierto, la Entidad, el Estado de México, que tiene después del Distrito Federal mayor número de integrantes del Sistema Nacional de Investigadores.Con relación a los productos de la investigación éstos se pueden dividir en la generación de conocimiento científico y humanístico, y en la aplicación de dicho conocimiento a través del desarrollo tecnológico.
La producción de conocimiento científico y humanístico se puede contabilizar, por ejemplo, a través de los artículos publicados por los científicos mexicanos, cuyo número se ha venido incrementando a lo largo de los últimos años. Sin embargo, el crecimiento registrado por importante que es representa en la actualidad que nuestro país apenas esté representado con el 0.8 por ciento del total de artículos publicados registrados por el Institute For Cientific Information en 2006.
En 2008 las universidades federales y estatales públicas produjeron otra vez el 70 por ciento de los artículos registrados en el índice de ese Instituto formado a partir de más de 16 mil publicaciones periódicas recogidas o registradas en todo el mundo.
Las instituciones privadas producen el 5.5 por ciento y el resto está a cargo básicamente de varios organismos públicos.
Cabe destacar otra vez que si sumamos a las tres instituciones federales de la Ciudad de México: el IPN, la UAM y la UNAM, se alcanza casi la mitad de lo que se publica en el país, 48.2 por ciento.
Lo anterior deja en claro que en México actualmente aunque con enormes disparidades y como sucede en muchos países en vías de desarrollo, la investigación científica se lleva a efecto básicamente en las instituciones públicas y primordialmente en las de educación superior.
Por ello, ningún proyecto de desarrollo de la ciencia en México puede ignorar esa realidad: la escasa participación del sector privado.
En lo que respecta a la aplicación o uso productivo del conocimiento, es decir, al desarrollo tecnológico medido a través de las patentes, por ejemplo, tanto las solicitadas, como las concedidas, la situación de nuestro país en el ámbito mundial no es para nada mejor.
Cabe aclarar en este sentido que la obtención de patentes ha sido hasta ahora una tarea que pensábamos debía realizarse fundamentalmente en las empresas privadas. Ahí hay, creo yo, una equivocación.
Es cierto que las universidades también patentan sus resultados, en especial cuando hay vinculación con los sectores productivos a pesar de que lo hace en una proporción mucho menor que la que se espera de una producción científica tan importante como la que hemos visto. De hecho este asunto del patentamiento es realmente asignatura pendiente en nuestro medio.
El número de patentes solicitadas en México aumentó 14 por ciento entre el 2001 y 2006 al pasar de poco más de 13 mil 500 a 15 mil 500; del total de patentes solicitadas, ojo, apenas el 3.7 por ciento, esto es, 574 correspondió a investigadores mexicanos y sólo 132 fueron concedidas. Las 574 eran solicitadas.
En el ámbito mundial, México registró en el mismo año apenas 17 patentes de las denominadas triádicas, es decir, certificadas por tres instancias internacionales.
Esta cifra, 17 patentes, es muy inferior a la de los llamados países emergentes como China, que llegó a 484; India con 136 y Brasil con 65.
Por supuesto, mucho más lejos, todavía se encuentran los países desarrollados como Estados Unidos o Japón, con 15 mil 492 patentes y 14 mil 187 respectivamente.
Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, en 2006 nuestro país presentó una elevada relación de dependencia en materia de ciencia y tecnología, 22.4. Esta relación es medida por el número de solicitudes de patentes de extranjeros y las solicitudes de patentes de mexicanos en nuestro país. Dicha relación en Estados Unidos es apenas de 0.88; en el Japón de 0.15; en España de 0.11, e incluso en Brasil es 6 veces menor, ya que alcanza únicamente 5.8.
Un analista acucioso de esta realidad muestra datos más preocupantes, lo cual no hace sino alimentar nuestra preocupación y los datos que se muestran en ese análisis nos indican que incluso el porcentaje de patentes solicitadas y concedidas en el país a mexicanos, está disminuyendo respecto del equivalente en el caso de los extranjeros.
El país requiere que las empresas se interesen más en la investigación y el desarrollo tecnológico. Es sabido que en los países más desarrollados el sector privado es el agente principal de la innovación, no es el caso entre nosotros.
En México, la cultura de la innovación es limitada y nuestras empresas constituyen el eslabón más débil en la cadena de la ciencia y el desarrollo tecnológico.
Necesitamos aumentar la capacidad de absorción tecnológica, sobre todo de las medianas empresas. Afortunadamente, según las encuestas hechas por INEGI y CONACYT, en los últimos años se ha empezado a registrar un incremento en el número de investigadores que se incorporan al sector privado.
La inversión nacional en ciencia y tecnología.
El gasto público federal en ciencia y tecnología ha observado una tendencia errática en las dos décadas pasadas. Mientras que en los años noventa se incrementó de manera significativa, al pasar de 0.28 por ciento del PIB en 1990, al 0.46 en 1998, desafortunadamente a partir de entonces hemos empezado a registrar nuevamente un decremento que hizo que en 2009 se ubicara la cifra en 0.37 del PIB.
Aun más: para este año parecería que vamos a tener nuevamente una pequeña, pero significativa disminución en la proporción del PIB destinada a esta actividad.
La dimensión real de este gasto es más clara en términos per cápita y si lo comparamos con otras naciones., En 2005 México destinó al rubro de ciencia y tecnología 54 dólares por habitante, cifra muy inferior a la de países desarrollados como Suecia, que destinó mil 250 dólares; Estados Unidos mil 94; Canadá 675 ó España 306 dólares por habitante.
Los recursos destinados a ciencia y tecnología son mayores también en países con niveles de desarrollo similar al nuestro, Brasil y Portugal son un ejemplo, cuyo gasto fue de 72 y 142 dólares per cápita, respectivamente, en ese mismo año, contra los 54 dólares de México.
A pesar de que nuestro país se encuentra entre las primeras economías del mundo, es el país de la OCDE con la menor inversión en investigación y desarrollo experimental, el promedio de esa organización es de 2.26 por ciento del PIB, el de la Unión Europea 1.81 por ciento, en tanto que el de América Latina es de 0.5, en Estados Unidos y Alemania es de 2.7 por ciento y 2.5, respectivamente, pero también habría que tener en cuenta el caso de países como Suecia o Israel que destinan a la tarea más de 3 puntos de su Producto Interno Bruto. Nosotros sumando inversión federal en ciencia y tecnología y en educación superior apenas nos aproximamos al 1 por ciento.
Un caso particular de este capítulo es el que presentan las naciones que conforman el grupo llamado BRIC, Brasil, Rusia, India y China, que muchos analistas consideran como potencias en el futuro cercano y algunos como potencias hoy en día.
Mientras todos esos países, ¡ojo!, están por debajo de México en el índice de desarrollo humano, tienen una inversión mayor en investigación y desarrollo como proporción de su PIB.
México en el lugar 53 del índice de desarrollo humano invierte, como vimos, menos del 0.4 por ciento.
Rusia en el sitio 67 destina 1.1 por ciento; Brasil en el lugar 70, invierte 1.2 por ciento; China, lugar 81, el 1.4 por ciento y la India, en el sitio 128 entre 133 países destina el 0.8 por ciento de su PIB, el doble de lo que destinamos nosotros.
De mantenerse el crecimiento inercial del financiamiento público para ciencia y tecnología observado en los últimos años, será probablemente en el 2042, yo no voy a poder estar presente, siempre lo recuerdo para cumplir lo que la Ley General de Ciencia y Tecnología determina de destinar el 1 por ciento del Producto Interno Bruto nacional a este campo.
La baja inversión pública y la casi nula inversión privada en esta materia provocan el lento crecimiento del sistema científico mexicano, pese a los esfuerzos de las instituciones públicas de educación superior del país para desarrollarlo.
Veíamos que la ciencia, la investigación y el desarrollo tecnológico, en nuestro caso, están íntimamente ligados a la educación superior pública del país.
Tratar, pretender ignorar esa situación es un grave error, por eso hablaré un poco también sobre la baja cobertura en materia de educación superior.
En México, como hemos visto, el sistema de educación superior y el de investigación científica son indisociables, por ello y por las implicaciones que tiene la sociedad entera resulta preocupante también la baja cobertura que tenemos en materia de educación superior.Es cierto que en este nivel educativo la matrícula se incrementó de manera constante en las últimas dos décadas, no hay ninguna duda, hemos avanzado, lo tenemos que tener presente, pero no lo hacemos al ritmo que requiere y demanda un país como el nuestro.
Por ejemplo, pasamos de 1.3 millones de alumnos en 1990, educación superior en el país, a poco más de 3 millones en 2009.
Además el crecimiento se reflejó también, sin duda, en un aumento de la tasa de cobertura, la cual llegó casi al 28 por ciento el año pasado y es muy probable que este año estemos teniendo en la actualidad 29 por ciento de cobertura.
No obstante, el rezago en la materia sigue siendo para algunos de nosotros y por lo menos hablo para mí estricta y absolutamente mayúsculo.
La información dada a conocer el pasado mes de mayo sitúa a la cobertura, insisto, en 29.1 por ciento, pero esto significa que sólo tres de cada diez jóvenes de entre 19 y 23 años puedan cursar estudios superiores. El total de jóvenes mexicanos que están en ese rango de edades es cercano a los 10 millones, lo cual implica que siete millones de jóvenes no pueden estudiar, la mayoría de las veces por falta de cupo en las instituciones, además de que muchos de ellos tampoco encuentran una ocupación en la cual puedan desempeñarse.
Esto además de ser un enorme desperdicio para la sociedad es un caldo de cultivo para que los pag71-203jóvenes se aparten de los valores que permite la convivencia civilizada.
La falta de esperanza en el futuro es uno de los peores lastres que pueden arrastrar los seres humanos y es una amenaza concreta en nuestro medio; sin embargo, hay que decir que el promedio es todavía mayor.
El cálculo de la cobertura como se sabe se hace en términos crudos o brutos, es decir, obteniendo la proporción de estudiantes inscritos en todas las instituciones y programas de educación superior con relación al total de jóvenes del grupo de los 19 a los 23 años. Pero la verdad es que algunos estudiantes rebasan los 23 años, los del postgrado para empezar, y otros, los muy avanzados, tienen menos de 19. Cuando se excluye del cálculo a éstos se obtiene la cobertura neta.
Algún estudio reciente de la ANUIES, y está aquí su Secretario General, para los años 2006 y 2007 estima que entre la cobertura bruta y la cobertura neta hay una diferencia de cerca de 7.7 puntos porcentuales. Si ese cálculo se extrapola a la actual cobertura bruta entonces tendríamos que sólo un poco más de la quinta parte de los jóvenes de entre 19 y 23 años se encuentra realmente cursando estudios superiores.
A la reducida cobertura se agregan las grandes diferencias entre las entidades del país, más de la mitad de los Estados, 17 en total, están por debajo de la media nacional.
El previsible crecimiento de la demanda de educación superior por la coyuntura del bono demográfico y la ampliación de la enseñanza media superior inevitablemente aumentará la presión por una mayor cobertura en este nivel educativo en los próximos años.
De los jóvenes que actualmente han logrado un lugar en la educación superior, dos de cada tres están inscritos en instituciones públicas y es previsible que estas instituciones reciban una mayor demanda.
La matrícula de educación superior privada ha crecido, aunque su dinámica de crecimiento se ha reducido en los últimos años.
La cobertura actual de este nivel educativo está muy por debajo de la alcanzada por los países desarrollados que en general se ubica por arriba, por supuesto, del 60 por ciento, y en muchos casos es superior al 75 por ciento hasta llegar al caso de Finlandia en donde prácticamente 9 de cada 10 jóvenes finlandeses tienen la oportunidad de cursar estudios de tercer nivel o universitarios.
Pero no sólo los países desarrollados nos superan ampliamente, países con niveles de desarrollo parecidos al nuestro; Argentina, Uruguay y Chile han logrado coberturas muy superiores a las de México, y en los tres casos de más del 50 por ciento de sus jóvenes.
No hay razón válida para que el país no realice un esfuerzo para ampliar de manera significativa el acceso de los jóvenes y de la población adulta a la educación superior.
Invertir en educación superior no es inflacionario, y aquí hay muchos economistas y los desafío a que me den un ejemplo en donde las finanzas públicas de algún país hayan entrado en crisis por invertir en la educación, y en especial, en la educación superior. No hay un solo caso que yo conozca. Hacia una política de estado en materia de educación superior: ciencia, tecnología y cultura.Después de esta somera revisión son pertinentes algunas preguntas. ¿Cómo puede nuestro país aspirar a alcanzar mayores niveles de bienestar social si sólo el seis por ciento de su población de 25 a 64 años tiene educación terciaria, mientras que el promedio de la OCDE es 6 veces superior, ya que alcanza al 39 por ciento?
¿Cómo garantizar el futuro de nuestros jóvenes cuando las instituciones de educación superior, por falta de cupo y de opciones, dejan fuera a casi 8 de cada 10 de quienes tienen entre 19 y 23 años de edad y quieren en su mayoría estudiar?
A esto se suma el hecho de la insuficiente inversión que se hace en los alumnos de educación superior. Según datos recientes proporcionados por las estructuras gubernamentales en un estudio de la OCDE, México tenía en 2006 un gasto anual por estudiante en educación superior equivalente a 6 mil 462 dólares.
Para muchos esto es demasiado, para los rectores de las universidades apenas si ajustamos para salir adelante, pero permítanme responder a algunas voces y comentarios.
Esta cifra, 6 mil 462 dólares es por supuesto muy inferior a la de países como nuestros vecinos del norte, donde se invierten 25 mil dólares por alumnos, pero también es bastante menor que lo que invierten países como Brasil, con más de 10 mil dólares, y España que destina más de 11 mil dólares; que ellos vayan a estar en la final del mundial es una cosa y que nosotros no hagamos el esfuerzo en este terreno es otra.
Según datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, entre 2001 y 2008 el gasto público por alumno, abarcando todos los niveles, registró efectivamente un incremento de 7.6 por ciento en términos reales. Sin embargo, en educación superior el aumento fue de sólo 0.5 por ciento.
¿Cómo avanzamos en materias científica y tecnológica?
Con un número total de graduados de doctorado al año inferior al de una universidad.
¿Cómo lograrlo con un investigador por cada 2 mil habitantes, con una producción científica que representa menos del uno por ciento del total mundial, con 54 dólares per cápita en ciencia y tecnología, con 17 patentes certificadas y con un gasto federal inferior al 0.4 por ciento del PIB?
¿Cómo y por qué conformarnos con el hecho de que a pesar de que nuestra economía es la número 11 o 13 del mundo, según se mida, en competitividad económica estemos en el lugar 60 entre 133 países?
¿Cómo lograr que la iniciativa privada se convenza de que invertir en ciencia es la opción para que en el futuro las empresas cuenten con tecnologías propias, que haga más competitiva a nuestra industria?
¿Qué hacer para convencer a nuestros gobernantes de que el país requiere redefinir su rumbo y sus prioridades?
Que la educación superior, la ciencia y la cultura ameritan de políticas de Estado, que el conocimiento es un asunto de soberanía de las naciones, que sin educación y sin ciencia fuertes, estamos condenados a vivir en el cabús del desarrollo.
Obviamente ni son todas las preguntas que podrían formularse sobre estos temas ni las respuestas son simples. Por eso necesitamos más espacios para discutir, definir y acordar los cambios que el país requiere en esta y en otras materias.
Ha llegado el momento de hacerlo, de acordar entre todos el tipo de país que queremos.
En materia científica los acuerdos deben considerar que la educación superior tiene un papel imprescindible en la superación de las brechas científicas y tecnológicas que nos separan de las naciones más desarrolladas.
En el proceso de cambio que se requiere existe un imperativo, necesitamos definir e impulsar un nuevo modelo económico y esto no tiene nada de carga ideológica aunque algunos les pueda parecer, tenemos que sentarnos a hacer un esfuerzo y encontrar un modelo propio que responda a nuestra realidad, que tome en cuenta los recursos, los avances y las condiciones que tiene nuestro país.El principal desafío de la educación superior es incrementar la cobertura y hacerlo con equidad y calidad. Necesitamos aprovechar los años que restan del bono demográfico, se nos está escapando, nos quedan 15 años en el mejor de los casos, a partir del 2018 va a empezar a rebotar el índice de dependencia de nueva cuenta en nuestro país.
Requerimos abrirnos al mundo, especialmente a la región que nos es más cercana, a la región iberoamericana. En este sentido, todas las acciones de coordinación serán benéficas para mejorar la calidad de las instituciones de educación superior.
Nuestro país requiere de ciencia y tecnología propias, seguir dependiendo de lo que viene del extranjero es condenarnos a la mediocridad y a ser una nación maquiladora, a sacrificar soberanía, a hipotecar parte de futuro de nuestro país.
El país merece contar con visión de Estado para impulsar la educación superior, la ciencia, la cultura y la tecnología. Merece una visión que se traduzca en políticas públicas con una concepción renovada de la gestión institucional del conocimiento, que comprometa a los tres Poderes de la República, a todos los sectores de la sociedad y, por supuesto, a las propias instituciones educativas.
En estas acciones, como lo hemos propuesto frente a la Cámara de Diputados deben efectuarse los cambios jurídicos necesarios para contar, por ejemplo, con una política de presupuestos multianuales que aseguren el funcionamiento de la política de Estado, política que permita incrementar de manera sostenida el financiamiento para la ciencia de tal forma que cuando más en una década, la que estamos viviendo, se alcance de verdad el 1 por ciento del PIB en esta materia y también para alcanzar el 50 por ciento de cobertura en la educación superior para los jóvenes de 19 a 23 años. De igual forma, se debe, al menos, duplicar el monto presupuestal federal destinado a la cultura y las artes.
El establecimiento de una política de financiamiento de la ciencia y la educación superior con esta perspectiva conlleva necesariamente el reforzamiento de los compromisos de las instituciones de educación superior con la transparencia y la rendición de cuentas. No sólo no estamos peleados con esto, hemos sido puntualmente informadores de la sociedad y de los poderes establecidos de qué hacemos con los recursos que nos dan, de cuánto destinamos a las tareas que la sociedad nos ha encomendado.
Junto con lo anterior, el número de graduados en los programas de doctorado debe multiplicarse por tres en esta década y el porcentaje de programas de doctorado de calidad a aumentar significativamente.
En adición será necesario poner en práctica acciones para rejuvenecer la planta de investigadores del país y estimular entre la comunidad científica el registro de patentes.
Recientemente la ex Presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias propuso el establecimiento de una nueva secretaría en el ámbito federal, la de Educación Superior, Cultura, Ciencia e Innovación. Esta es, al menos, una propuesta que debe considerarse a fin de tratar de articular consolidar las acciones y estimular el desarrollo en la materia, no hay duda, tenemos también falta de coordinación y proyectos que se duplican innecesariamente.
No quiero dejar pasar la oportunidad en este foro para reiterar aunque ustedes no lo crean, mi optimismo más profundo en torno al futuro del país.
La nuestra, México, es una gran nación. Lo es en todos los sentidos. Lo es por su riqueza económica y su diversidad cultural, por sus recursos naturales y por su legado histórico, pero sobre todo por la calidad de su gente.
Sin embargo, no debemos dejar de reconocer que tenemos problemas y que algunos de éstos son históricos o seculares y muy grandes.
He reiterado en numerosos foros, hoy lo hago nuevamente, mi convicción que algunos de estos problemas son la desigualdad social, la injusticia, la ignorancia, la exclusión, así como la ausencia de proyectos claros para superarlos y para reformular el rumbo de México.
He querido con esta presentación hacer notar que el gran secreto, la gran palanca para salir adelante tiene que ver con la educación en este momento por nuestro desarrollo con la educación superior y con la estructuración de un verdadero sistema de ciencia, desarrollo tecnológico e innovación.
Es cierto, ni la sociedad de la información, ni la economía del conocimiento tienen todas las respuestas a nuestros problemas; pero también es verdad que sin educación, sin ciencia, sin tecnología propias y sin desarrollo cultural no hay desarrollo real, no hay futuro.
Muchos estamos convencidos que los cambios acelerados del mundo de hoy nos obligan a diseñar un proyecto de país diferente. El nuevo tenemos que acordarlo con la participación de todos, y todos significa la sociedad civil, las fuerzas políticas, los empresarios y los Poderes Ejecutivo y Legislativo Federal, y los correspondientes a las Entidades Federativas.
Creo, sinceramente lo creo, que es el momento de suscribir un nuevo acuerdo nacional. Para ello nos hace falta llevar a efecto un ejercicio de discusión con apertura. No será aferrándonos a viejas ideas como vamos a resolver nuestros problemas, tenemos que ponernos de acuerdo en las prioridades nacionales para rectificar ya que es evidente que ya no estamos avanzando como se debe y a la dimensión que se requiere.
Entre estos acuerdos debemos construir de manera prioritaria una clara y ambiciosa política de Estado en materia de educación superior, ciencia, tecnología y cultura que trasciende el corto plazo. Mientras más tardemos en tomar las acciones necesarias seguirán acentuándose nuestros problemas y seguiremos rezagándonos en el contexto internacional.
A otras generaciones les correspondió establecer, desarrollar, impulsar muchas de nuestras instituciones; a las nuestras toca hacer la gran reforma que el futuro del país está demandando.
Por su atención e invitación, muchas gracias.

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