Política

Luis Echeverría Álvarez Presidente de México 1970-1976

Cumplió 95 años el 17 de enero. Hace 40 años fue Presidente de la República (1970-1976) y su nombre aun suscita especulaciones cuando en los círculos políticos le atribuyen la autoría intelectual de no pocos nombramientos de funcionarios en algún puesto clave del gobierno.

Luis Echeverría Alvarez cumplió años el 17 de enero próximo pasado. Sus genuinos amigos, pocos frente a la legión que fueron, pasaron a su viejo domicilio de San Jerónimo (el mismo de donde salió a imponerse a la historia) a presentar parabienes, confundido entre su numerosa descendencia, todos sumados a la fuerza de trabajo. Destacó el tono reinante de fiesta familiar, mantenida en el respeto cariñoso al patriarca lúcido, informado al día de cuanto trasciende lo público, sea bueno o malo para el país, el licenciado Echeverría está al corriente del acontecer de la República. Nada escapa a su percepción analítica, ahí el germen de quienes lo consideran todavía actor substantivo en los asuntos nacionales.

Se impone el interrogante del por qué la permanencia de considerarlo como elemento decisorio en la vida pública después de cuatro décadas de ausencia tangible del poder, La respuesta visible está en la huella profunda de su paso en el qué hacer público, con independencia de sus amigos, colaboradores o discípulos continuaron o permanecen en puestos estratégicos en la vida de la República.

También podrían influir los intereses personales o familiares del expresidente, pero a la fecha nadie ha aportado pruebas o datos precisos de esas utilidades en negocio alguno. Y en más de cuatro décadas ya se hubieran manifestado en alguna forma tangible. Lo persistente son los rumores y el mantenimiento del nombre en la opinión pública.

Otro factor innegable y reconocible ha sido su conducta de jefe de familia, acompañado, comprendido y con el respaldo de su esposa María Esther Zuno quien incluso mantuvo una pequeña granja para avituallar el comedor y aun siendo la Primera Dama, llevaba y recogía a sus hijos al Colegio Madrid centro educativo agnóstico, compartiendo aquellos momentos con otras madres en el mismo ejercicio de la vigilancia y cuidado de sus escolares. Su marido tampoco ejerció infidelidades o conductas vergonzantes para la familia. Ya desaparecida, el jefe de familia continúa fiel a la memoria de quien fue su inseparable compañera.

El calendario presidencial señala el lejano último de noviembre de 1976 (41 años), como su postrer jornada de máxima autoridad de un país muy diferente de cuando asumió el deber de presidir un país todavía lleno de nubarrones, resentimientos, rencores, grietas en el ánimo colectivo por los sucesos del año 68. La notoria ausencia de confianza al gobierno federal se palpaba en todas las actividades productivas, con mayor razón en la vida de los partidos políticos y de las organizaciones obreras, sin ninguna duda un factor de poder en todos los estratos sociales. A la distancia se comprueba el gran esfuerzo de aquel nuevo sexenio por reunir un grupo de colaboradores cuyo conjunto renovó la confianza extraviada. Fue un primer paso cauteloso y decidido con rumbo a un cambio pacífico, profundo y cuidadoso de la estructura de una sociedad ansiosa de evolucionar e incorporarse a la ya visible influencia tecnológica.

Su gabinete mostró los nombres de ciudadanos dueños de prestigio predominante sobre sus posturas ideológicas. El dinero público o sea la Secretaría de Hacienda se puso en las manos de un experimentado profesional muy relacionado con la iglesia y los bancos como era el abogado Hugo B. Margáin; Agricultura y Ganadería se encomendó a un ameritado y reconocido hombre con experiencia en el sector público como lo era Manuel Bernardo Aguirre; a técnicos prestigiados en su profesión como Eugenio Méndez Docurro, Luis Enrique Bracamontes, Leandro Rovirosa Wade, ingenieros reconocidos, responsables de Comunicaciones y Transportes, Obras Públicas y Recursos Hidráulicos, respectivamente; se incluyó a Jorge Jiménez Cantú, médico con gran fama de servidor público en el Estado de México y se ofrecieron los nombres de innecesaria presentación por su fama: Hugo Cervantes del Río, Rafael Hernández Ochoa y Agustín Olachea Borbon, ya probados en el qué hacer público y huérfanos de escandalosa desentonaba el jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, muy conocido por su sinuoso camino de líder burócrata y rodeado de rumores obscuros respecto de su vida privada. Aquel ciudadano fue el primero en salir del gabinete y fue substituido sin repercusión contraria a la imagen presidencial.

Proporcionar nombres de quienes figuraron en aquel gabinete, es con el afán probatorio exigido por la perspectiva de una sociedad actual, requerida de conocer cómo se formó la actual estructura de gobierno y a la vez, tener elementos de juicio sobre los orígenes de aquellas decisiones modificatorias del rumbo social y económico del Estado. La mayoría fueron devorados por la vida y ya son incapaces de regalar favores o ejercer venganzas.

Fueron años turbulentos en la economía mundial. El reacomodo de los grandes centros internacionales respecto al reparto de las áreas de influencia o sea el reparto de los mercados no concluía. La Unión Soviética no había encontrado el sucesor ideológico y de mando para continuar con su línea original doctrinaria (el Stalinismo). Nuestro país tampoco podía alinearse con ninguna de las corrientes económicas predominantes a costa de perder su perfil nacional y sus perspectivas de plena independencia.

Desde el inicio de su responsabilidad, el Presidente Echeverría marcó para el país la apertura y su gobierno procedió en todos los foros internacionales a romper con el inmovilismo y abrirle a la producción nacional todos los caminos internacionales posibles, válidos y útiles a nuestra débil industria. Fue una postura de no alineamiento y menos subordinar los valores nacionales a los apetitos extranjeros.

El perfil de la política exterior fue cambiado en forma rotunda. Quitar la imagen de incondicionalismo con los vecinos del norte fue el primer paso. Fueron invitados a visitarnos Charles de Gaulle, presidente francés y figura mítica de la Segunda Guerra Mundial; John Kennedy, Gerald Ford, Salvador Allende, entre otros; y el presidente visitó China y entrevistó a Mao, iniciando entonces las relaciones hasta ahora fructíferas con la gran potencia; en su gira por Asia se hizo acompañar por miembros destacados de la iniciativa privada para hacer permeable su propósito de abrir industria y comercio al mundo y acostumbrarnos a las relaciones multilaterales, como el gran camino hacia una supervivencia económica propia como ahora se demuestra.

Lo invariable en la política exterior fue mantener intacta su tradición de refugio a extranjeros perdedores de su postura política en sus respectivas patrias. México acogió sin dudas a los chilenos rechazados por Pinochet después de su golpe de Estado a Salvador Allende, sin ninguna reticencia se asimilaron al país cuantos lo solicitaron y lo abandonaron a su voluntad y conveniencia.

En la política nacional rompió tradiciones y costumbres anacrónicas ya injustificadas. Su gesto substantivo fue abrir las puertas del qué hacer público a los jóvenes e incorporar nuevos nombres con destacadas oportunidades. Hasta buscó la renovación en el PRI (su partido) abriendo el paso al liderazgo de Jesús Reyes Heróles, reputado intelectual aportador de contenidos para la definición actualizada del ideario del partido, y despejó el camino monopolizado por la burocracia hacendarla al designar a su también viejo condiscípulo José López Portillo como titular de la Secretaría de Hacienda. Se impone apuntar a estos dos últimos nombres como antiguos compañeros de la Facultad de Derecho y ambos en aquel momento, dueños de historial irreprochable y miembros distinguidos de la inteligencia nacional.

Desde su campaña como candidato a la presidencia y durante cada día de su sexenio, abrió el acceso libre al funcionario y dio audiencia donde estuviera sin horario restringido. A toda hora, para dar continuidad al asunto tratado, se comunicaba con el titular o el responsable del área donde estaba el negocio, impartía instrucciones sin interrumpir la jornada de trabajo, presionaba para destrabar el conflicto según los indicadores legales, porque tampoco en ningún caso fue contra la ley o violentó las resoluciones emitidas por el Poder Judicial, sin inhibirse de presentar el recurso debido en algún proceso, sin romper nunca con el marco legal.

Junto con la imagen aun no juzgada por la historia, persiste la deforme versión de un Presidente Echeverría obsesionado por el trabajo, alargando sus jornadas hasta desbordar las 12 horas y se deja en el cajón del olvido (mal intencionado) su objetivo principal: lograr el cambio de la estructura política del país, sin violencia (él ya la había vivido en el 68), asegurando la vida de una verdadera democracia, impidiendo su probable degeneración a la vista y con el amago de los factores externos, ávidos de alinear al país hacia los extremos ideológicos.

A los partidos políticos los alentó a continuar con la afiliación de nuevos miembros; buscó hasta los límites de aquella realidad la práctica y el entendimiento político como el gran acceso a una sociedad más justa; fue indoblegable en la reincorporación de los viejos y nuevos caciques y aceptar su colaboración, como fue el caso de Rubén Figueroa fue asumir la evidencia de las conductas tribales aún con vida en el Estado de Guerrero.

Al finalizar el mandato, las intrigas y celos se confabularon cerca del nuevo presidente y Luis Echeverría fue nombrado diplomático y enviado a Australia y las Islas Fidji y mucho tiempo después a París, donde concluyó su ciclo externo. Desempeñó sus funciones como siempre con extrema responsabilidad. En esas representaciones los gobiernos respectivos lo trataron con el comedimiento correspondiente a su condición de exmandatario de un país considerado con respeto.

También el Centro de Estudios del Tercer Mundo creado bajo sus auspicios, su excompañero de facultad y en aquel momento secretario de Gobernación Jesús Reyes Heróles, promovió el cierre, con el pretexto de “sobre posición de funciones” con las nuevas políticas vigentes sobre educación superior. Aun sin confesión abierta, la corriente política viva seguidora del expresidente Echeverría, molestaba a la nueva administración federal y la mejor manera de combatir aquellas manifestaciones fue alejarlo del país.

Vive en la memoria el ciudadano Luis Echeverría Álvarez, abogado, servidor público durante más de tres décadas. Fueron innegables sus esfuerzos de abatir la pobreza, multiplicar aulas, universidades, haber creado el Infonavit, después de intentar reanimar el Instituto Nacional de la Vivienda, cuyos responsables no encontraron la fórmula de obtener el financiamiento; llevar a los umbrales del servicio público a nuevas generaciones y cuando algunas vehemencias se acallen, sin duda, su sexenio será recordado como el preludio del gran cambio.

Su ambición estudiantil se cumplió: nuestra democracia vive más robusta, sin perder el sello de la nacionalidad. Es el mayor logro de aquel sexenio dinámico.

 

Por Alfredo Leal Cortés

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