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Libertad, una metáfora histórica

El hambre y la malnutrición hacen que las personas sean menos productivas

Por el Dr. Héctor San Román A

Analista Sociopolítico

 La libertad sólo la apreciaremos cuando la perdamos y seamos víctimas de nuestras discordias que pueden ser causa por la cual surja un tirano que la arrebate.  

El peligro para nuestra libertad es que nosotros, absortos en el disfrute de nuestra independencia y la búsqueda de nuestros intereses particulares, nos rindamos a gente que elimina con demasiada facilidad nuestro derecho a compartir el poder político. El grupo que ostenta cargos de autoridad nos orillan a hacer precisamente eso. ¡Están más que dispuestos a ahorrarnos todo tipo de “molestias”; excepto las consignas de obedecer, pagar y no pedirles cuentas!

El desarrollo económico del país no puede tener lugar sin alguna suerte de contrato entre los que gobiernan y los gobernados. El gobierno necesita recursos para realizar sus funciones, preservar la integridad territorial y mantener el monopolio de la violencia, para nuestra salvaguarda, y más allá de eso proveer de un sistema legal, seguridad pública, defensa nacional y otros bienes públicos, y los recursos que requieren esas funciones se obtienen de los impuestos de los gobernados. Para ser administrados con gobernanza, no para dilapidarlos.

He aquí el meollo del asunto, hay necesidad de recaudar impuestos, pero, ¿distribuirlos sin transparencia a satisfacción de quienes los pagan?, ¿entonces quien protege los intereses de los contribuyentes cuando indiscriminadamente y con opacidad se dilapidan?. En una democracia la retroalimentación directa del electorado califica el desempeño del gobierno, lo cual es en efecto una suerte de evaluación sobre las obras que se desarrollan con el dinero de los contribuyentes. 

Aunque esta suerte de retroalimentación funciona mejor en una verdadera democracia, la necesidad de recaudar fondos es permanente para las funciones del servicio público, y frecuentemente orillará al gobernante a poner atención a los reclamos sobre la necesidad de transparencia en gastos, “exigencia de la población que produce y paga obligadamente impuestos” (frente a la intención de ocultarlos). Uno de los argumentos más fuertes en contra de los grandes flujos de ayuda exterior para combatir pobreza y desigualdad es que se socavan esas restricciones, eliminando la necesidad de recaudar dinero con transparencia y, en el caso límite, convirtiendo lo que debían ser instituciones políticas beneficiosas, en políticas tóxicas clientelares.

Una razón por la cual la ayuda exterior no elimina la pobreza en el mundo es que rara vez lleva tal propósito. El Banco Mundial navega bajo la bandera de la eliminación de la pobreza, pero la mayoría de los flujos de ayuda no provienen de organizaciones multilaterales como el Banco Mundial, sino que se generan como ayuda bilateral, de un país a otro, “Asistencia Oficial para el Desarrollo” (AOD) y cada país usa la ayuda para diferentes propósitos. En años recientes algunos países donantes han destacado la ayuda para aliviar la pobreza. Pero en la mayoría de los casos la ayuda se guía más por los  intereses nacionales e internacionales del país donador que por las necesidades de los recipiendarios. 

Esto no debe sorprendernos, pues los países donantes son democráticos y transfieren dinero de los contribuyentes, a lo cuales deben rendir cuentas. Aunque existe un fuerte grupo de votantes nacionales a favor de la reducción de la pobreza en varios países del mundo, los donantes deben sopesar varias consideraciones, incluyendo las alianzas políticas y el mantenimiento de buenas relaciones con las ex colonias donde frecuentemente los donantes tienen importantes intereses. 

Los intereses de los países donantes incluyen no sólo a los ciudadanos con preocupaciones humanitarias, sino también oportunidad a sus intereses comerciales (exportación de sus productos e importación de materias primas) o riesgos (competencia entre los países en desarrollo) provenientes de la ayuda exterior. Aún así, varios países, incluyendo Japón y los Estados Unidos, citan objetivos generales como la creación de un mundo próspero y democrático, y estos objetivos, claramente, son congruentes con la reducción de la pobreza que agobia al mundo.

Investigando la ayuda podemos concluir en que se ha gastado una cantidad considerable de ingenio pero mucho más en necedad, al pretender desentrañar los efectos de la ayuda en el crecimiento, tomando en cuenta otras cosas que suceden al mismo tiempo y tratando de considerar la retroalimentación sobre los desatinos frente a la ayuda. La correlación entre la ayuda y el crecimiento continúa siendo negativa aún cuando sean tomados en cuenta otras causas importantes del crecimiento.

Podemos describir los niveles actuales de pobreza como “una acusación moral de nuestro tiempo”, la pandemia de COVID-19 ha causado estragos en las economías y sociedades de todo el mundo, dejando caer la pobreza el año pasado a unos 120 millones más de personas. La asimetría en la recuperación está profundizando aún más las desigualdades entre el norte y el sur. Quedando de manifiesto que la solidaridad brilla por su ausencia.

Tras décadas de una disminución constante del número de personas que padecen hambre (medido por la prevalencia de desnutrición) Por primera vez en dos décadas, la pobreza extrema está aumentando. Las estimaciones actuales indican que cerca de 690 millones de personas en el mundo padecen hambre, es decir, el 8,9 por ciento de la población mundial, lo que supone un aumento de unos 10 millones de personas en un año y de unos 60 millones en cinco años.

El mundo ha  perdido  el camino para alcanzar el objetivo de hambre cero para 2030. Si continúan las tendencias recientes, el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones de personas para 2030.

El hambre y la malnutrición hacen que las personas sean menos productivas y más propensas a sufrir enfermedades, por lo que no suelen ser capaces de aumentar sus ingresos y mejorar sus medios de vida. Hay casi 800 millones de personas que padecen hambre en todo el mundo, la gran mayoría en los países en desarrollo.

 Nada es más importante para el desarrollo de un niño que una buena salud y nutrición, particularmente en los primeros 1.000 días (desde la concepción hasta la edad de dos años). Para prevenir el retraso en el crecimiento y promover el desarrollo saludable, se debe asegurar que los niños y las madres que amamantan tengan acceso a los alimentos nutritivos necesarios.

En 2019 teniendo en cuenta el número total de personas afectadas por la inseguridad alimentaria moderada o grave, se estimaba que unos 2000 millones de personas en el mundo no disponían de acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes.

Una evaluación preliminar sugirió al inicio de la pandemia que la enfermedad por coronavirus (COVID-19) podía añadir entre 83 y 132 millones de personas al número total de personas subalimentadas en el mundo para 2020, en función de la hipótesis de la ralentización del crecimiento económico.

Según el Programa Mundial de Alimentos, alrededor de 135 millones de personas padecen hambre severa, debido principalmente a los conflictos causados por los seres humanos, el cambio climático y las recesiones económicas. La pandemia de COVID-19 pudo duplicar esa cifra y sumar unos 130 millones de personas más en riesgo de padecer hambre severa desde finales de 2020.

Con más de 250 millones de personas que podrían encontrarse al borde de la hambruna, debemos estar conscientes de que es necesaria la ayuda externa para proporcionar alimentos y ayuda humanitaria a las regiones que corren más riesgos. El hambre extrema y la malnutrición siguen siendo un enorme obstáculo para el desarrollo sostenible de eso pueblos y constituyen una trampa de la que no es fácil escapar.

¿Cuánto costará lograr este objetivo? Para poner fin al hambre en el mundo en 2030, se requiere, por término medio, unos 267.000 millones de dólares más al año. Será necesario invertir para la protección social en zonas rurales y urbanas, a fin de que los pobres tengan acceso a los alimentos y puedan mejorar sus medios de vida. Para lograr ese objetivo es importante la ayuda exterior, pero no olvidemos que la ayuda se guía más por los  intereses nacionales e internacionales del país donador que por las necesidades de los recipiendarios. 

Existe cierta discrepancia entre dirigir la ayuda a países bien gobernados, donde puede hacer algún bien, pero es menor la urgencia, o dirigirla a países donde hay una gran zozobra sobre lograr algo bien y aún correr el riesgo de hacer daño.

La gente a veces es capaz de adaptarse a lo que parecerían condiciones intolerables, y quizá puede extraer alguna pequeña cantidad de felicidad o incluso vivir una buena vida en lugares donde la mortalidad y la pobreza son comunes; por así decirlo, prosperar en el valle de la sombra de la muerte. Las personas pobres pueden reportar que están viviendo una buena vida en las condiciones más difíciles, y la gente con altos ingresos, que parece tenerlo todo, puede sentir que su vida es profundamente insatisfactoria. Es necesario mirar al mundo en su conjunto, con lo que se nos facilita trazar patrones de salud, riqueza y felicidad.

El mundo tiene frente así grandes retos por resolver. La desigualdad,  la concentración de la riqueza, la pandemia, los conflictos bélicos, la pobreza y el cambio climático nos recuerdan que nuestro mundo dista mucho de ser perfecto, la lucha contra la pobreza debe proseguirse con incesante energía dentro de cada nación y mediante un esfuerzo internacional continuo y concertado. Considerando que la paz universal y permanente sólo puede basarse en la justicia social.

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