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Leviatán: Estado; Trabajadores y Clases Medias Emergentes

Los lazos sociales entre el Estado y el ciudadano se han debilitado

Por el Dr. Héctor San Román A.

Analista Sociopolítico

 

No será el gobierno el que convoque al proletariado. No será el gobierno el que maneje al proletariado. No será ninguna fuerza exterior de México tampoco la que dirija al proletariado. Los trabajadores de México se manejarán con autonomía y seguirán luchando: Por la Emancipación de México.

Si nos referimos al Leviatán con respecto al gobernante; aquel que detenta el poder supremo, el que distribuye recompensas y castigos y sostiene el Estado como una totalidad cimentada gracias a su unidad política. Así pues, el es quien representa la otra fuerza a la que el Leviatán se enfrenta y trata de desarmar y someter: la fuerza de la anarquía, la rebelión y las enemistades intestinas, incrustadas para siempre en el <<estado naturaleza>> de los seres humanos a menos que este sea remplazado o sometido y controlado por un <<Estado artificial>> encarnado por el Leviatán esa poderosa fuerza compuesta por un sinfín se seres singulares (y hasta el momento dispersos) a los que ella misma obliga a convivir  en paz.

El “sentido común” no debería ser desechado a la manera en que suele hacerlo la típica arrogancia del privilegio. Sin tratar de leer la mente de los trabajadores y clases medias emergentes, observamos que en ellas se percibe un malestar porque no son escuchados sus interlocutores en cuestiones sobre las que es posible llegar a un acuerdo con el gobierno sobre el rumbo de la salud, empleo y la economía, aunque sigan existiendo muchas áreas de desacuerdo.

Día tras día se abren nuevos interrogantes frente a las complejas relaciones entre Estado y sociedad. Fragmentación social, ruptura de los vínculos comunes y, en definitiva, se perciben distintas formas de malestar en un contexto en el que el Estado ha abdicado a establecer la armonía como función reguladora entre los bienes y los males. No olvidemos que desde el siglo XIX, el Estado se presentó ante la sociedad como un gran instrumento reparador y de cohesión social, pero hoy el Estado atraviesa por una profunda crisis de identidad, quedando atrás su relación de confianza con la ciudadanía,  ahora pesan sobre el las repercusiones de la crisis provocada por el COVID-19 que lo arrastra a una degradación preocupante, una pendiente acompañada (como en toda fase de declive) de corruptelas diversas y de una creciente desconfianza entre grupos ajenos al mundo mafioso del clientelismo electoral y por su imparcialidad cerrada que excluye la voz de personas que no pertenecen al grupo focal pero cuyas vidas están afectadas por las decisiones de ese grupo.

La actual crisis política (calificada como <<antipolítica>>) es la crisis del Estado moderno. Preocupado por cómo defender las razones de su existencia, el Estado trata de recobrar credibilidad reduciendo gasto público y poniendo en práctica una política paternal a ciertos grupos de “fanaticos”, pero olvida con ello que su finalidad primordial no es despilfarrar el gasto público, sino proporcionar servicios adecuados a la ciudadanía.

El aspecto más detestable de toda esa maniobra, anunciada además con la solemnidad de quien toma una decisión valiente para salvar al mundo, es que todas esas medidas afectan invariablemente a los trabajadores y a las clases medias emergentes. Y es que la injusticia radica en el carácter general y total de las sinrazones (pese a su pequeñísimo equilibrio y a su naturaleza aparentemente democrática).

Este efecto perverso, si no se corrige adecuadamente, provocará  una grieta más profunda en la sociedad separando a los más privilegiados, de la inmensa mayoría de la población, es decir, los sectores afectados por la recesión, trabajadores y clases medias emergentes quienes paradójicamente contribuyen con sueldos y salarios a la fortaleza del PIB nacional.

Quienes han teorizado al respecto y están aplicando sus teorías, ocultan todo bajo maquilladas cifras de la crisis, siendo incapaces de prevenir las consecuencias que hay que superar. Existen sospechas, pues, qué esto está siendo propiciado por alguien, de que esta es una crisis inducida y deliberadamente implementada para obtener el resultado que todos tememos. Sin embargo, las crisis —incluso  las inducidas— ya no pueden seguir siendo consideradas algo temporal. Representan una situación permanente, endémica de mundo actual, ausencia de estabilidad económica y existencial. Así pues, del mismo modo que vivimos en una sociedad insegura, donde prevalece la incertidumbre, vivimos también en un perpetuo estado de crisis, dominado por reiterados intentos de ajuste y adaptación que se ven continuamente dificultados y puestos en entredicho.

La base social del Estado reposaba en su capacidad para obtener el consenso de la clase trabajadora y clase media emergente; esa capacidad se llevó a cabo, mediante la puesta en marcha de un sistema de alianzas que posibilitaban la dirección política entre las clases subalternas y la paz social. No olvidemos que las alianzas son pactos implícitos mediante los cuales dos interlocutores sociales o más llegan a un acuerdo encaminado para lograr objetivos comunes o similares en un punto de equilibrio.

Pero no confundamos una cuerda con la serpiente debido a la incertidumbre o al temor a las serpientes, tampoco convirtamos diagnósticos claramente subjetivos en pronósticos posicionalmente objetivos. Con el declive estructural de la clase obrera frente a los dictados de los organismos financieros internacionales en favor del capital, los parámetros sociales en torno al combate a la desigualdad se fueron degradando. Si bien es cierto que la clase obrera conserva su importancia por su mano de obra altamente productiva y de bajo costo y como brújula social, debemos reconocer que debe fortalecer  su poder de negociación.

Las organizaciones sindicales son asociaciones que representan la forma de organización de la clase obrera en su relación capital—trabajo dentro de una lógica capitalista. Su componente estructural es la negociación colectiva; las formas y modalidades que adopte este componente dependerán del proceso histórico concreto en el cual se van construyendo las relaciones  o disrupciones con el Estado y con el capital.

Varias y diferentes formas de relación y distanciamiento han existido entre el Estado y el movimiento obrero: pactos, alianzas, acuerdos,  escisiones, rupturas, represiones, formas de dominación y de consenso, convenios de protección y apoyo mutuo; para entender la forma de dominación que ejerce el Estado sobre la clase obrera, es que, como poder de Estado, le interesa subordinar los intereses de las clases subalternas a un proyecto económico, político y social en  relación  con  el capital y el desarrollo.

Una de esas formas de relación es la consulta tripartita, un diálogo social entre gobierno, empleadores y trabajadores sobre una gran gama de temas. Este mecanismo llevó a concertar acuerdos sobre política económica para el desarrollo, marcos para negociación colectiva y productividad; los trabajadores vieron en el tripartismo, un marco de evolución en salarios, salud y seguridad en el trabajo, igualdad de oportunidades, capacitación etc; el tripartismo es un mecanismo muy valioso para el diálogo social por el cual el gobierno puede llegar a lograr junto con organizaciones sindicales y empleadores un amplio apoyo a políticas nacionales de importancia vital.

Por eso es importante analizar el rostro y la máscara, es decir el proyecto ideológico y su instrumentación real como dos caras de un proceso histórico. En ese sentido entender la relación que debiera darse entre el Estado y el movimiento obrero será difícil sin entender la dimensión ideológica, sin tomar en cuenta los mecanismos y estrategias sobre las cuales en el pasado se construyó la identificación de proyectos entre ambos como eje del consenso y la dirección que ejerció el Estado sobre la clase obrera. No olvidemos que el control y la dominación necesitan mecanismos de consenso y de legitimidad como contraparte de la dominación política: el interés por el desarrollo y el Interés por el bienestar.

Las clases no se determinan únicamente por medio de posiciones objetivas ya que son efecto de las luchas y estas luchas no están determinadas únicamente por la relaciones de producción {….}. Están estructuradas por la totalidad de las relaciones económicas, políticas e ideológicas (Adam Przewosky)

En un mundo donde la clase trabajadora produce riqueza en torno a una crisis de supervivencia, vemos que el Estado benefactor ha tocado a retirada; aquel legado venerable de la sociedad industrial que protegía a quienes involuntariamente caían en el desempleo o en el infortunio; hoy ante la pérdida del empleo al trabajador se le niega una renta básica incondicional o un seguro por desempleo; pero se hace presente un “Estado niñera”, que con recursos públicos premia a los holgazanes, solapa fanáticos que aplauden las mentiras, y encubre a los corruptos.
Ahora será interesante definir el rumbo del combate a la crisis que atravesamos; solo una definición pragmática de la crisis nos permitirá encontrar respuestas a preguntas que pertenecen a nuestro entorno y preocupan cada vez más:¿Por qué la onda del desarrollo produce simultáneamente riqueza y miseria? ¿Por qué las más nobles luchas contra el engaño y las concepciones oligárquicas del poder desembocan en soluciones políticas autoritarias, con una señalada dinámica de exclusión? ¿Por qué las posibilidades de contagiarnos de COVID-19 se relacionan con el desmantelamiento de los servicios públicos de la salud teóricamente a disposición del pueblo?, ¿Por qué en todas las crisis los trabajadores y clases medias emergentes son quienes pagan las consecuencias?. Con la critica dialéctica se tienen que explorar las respuestas apegadas a la verdad, eliminando el engaño y la mentira.

Tener a la mano un relato histórico-político plausible en nuestros días significa disponer de una política convincente, en lugar de ineptitud disfrazada de política. La política es imposible sin un buen discurso con argumentos y objetivos confiables o visión de Estado. Lo curioso es que la política no funciona sin sus relatos. Eso nos dice que la política moderna necesita de la filosofía y sociología mucho más de lo que sospechan quienes “viven como príncipes” de la política

Los relatos aterradores y los horrores que se escuchan mientras llega el final de esta pandemia, se han convertido en un verdadero caldo de cultivo del miedo, el problema es que estamos ante un mundo sin alternativas que se proclama con pesimismo y profecías apocalípticas como la única realidad. Y los poderes del Estado no pueden hacer casi nada para aplacar la incertidumbre, y menos materializar promesas que restauren la confianza. “El viejo mundo se muere, El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, olvidando la obra aristotélica donde se diferencian el conocimiento de la práctica del de la teoría, como aquello que mejora la seguridad y bienestar de la vida humana.

La historia social nos ha enseñado que no existe política social sin un gobierno social capaz de imponerla y que no es el mercado, como se pretendió hacer creer, sino el gobierno social en alianza con los trabajadores lo que atenuó la economía del mercado, a la vez que contribuyó puntualmente a su eficacia, esa historia no debe olvidarse, porque lo práctico se relaciona con lo útil.

El sistema económico actual (agotado) no funciona para los trabajadores y las clases medias emergentes, porque ha incrementado desigualdad y deteriorado el medio ambiente, trastocando la estabilidad de la economía global; sólo funciona para el 1% de la población mundial que ve incrementar brutalmente su riqueza, contrario a ello el 99% restante constata que fue gestionado pésimamente por los organismos financieros internacionales que fijaron la reglas del juego favoreciendo la prevalencia de los intereses de los mercados financieros.

Políticas equivocadas como el Consenso de Washington contribuyeron al fracaso; privatización de servicios públicos, reformas estructurales mal hechas, no llevaron a incrementar la eficiencia o el crecimiento sino a la  liquidación de activos y a la decadencia, hoy podemos constatar ese desmantelamiento ante los efectos de una crisis triple (sanitaria, económica y social) provocada por el COVID-19 y su equivocada gestión.

671,716; casos confirmados, 71,049 fallecimientos, al 16 de septiembre (cifra que crece día tras día) no es poca cosa, desempleo y pobreza son incertidumbres que señalan el tránsito hacia una nueva y temible realidad, y el ingreso a una severa crisis económica-financiera, donde, en términos generales se conjugarán muchas dificultades que requieren la madurez y templanza para alcanzar la gobernanza.

Lo que está ocurriendo con los efectos del COVID-19 despiertan una serie de nuevos interrogantes para las ciencias sociales ante la ausencia  de un Estado benefactor. En principio, los nuevos debates en la esfera de las políticas sociales y el Estado, se orientan en gran medida hacia las nociones de la desigualdad y de ciudadanía, y muestran un campo para el análisis que puede ser interesante para la reinstalación del Estado de bienestar. Los cambios que se están dando en la sociedad nos permiten observar la emergencia de nuevas problemáticas, relacionadas con la desigualdad, los procesos de precarización y vulnerabilidad, escenario crítico que sugiere la creación de un Nuevo Pacto Social que defina el papel que desempeñarán frente a la nueva realidad, trabajadores, clases medias emergentes y gobierno, encaminando las esperanzas y aspiraciones hacia la certidumbre, porque el combate a la pobreza es un reto que exige mayor interés y compromiso. El poder de la imaginación, puede revelar nuestra capacidad cómo seres humanos para pensar, soñar e imaginar nuestro propio destino y romper con moldes de un pasado conformista.

Los lazos sociales entre el Estado y el ciudadano se han debilitado, la sociedad ha perdido cohesión; La consecuencia sociológica de estos procesos ha sido la disgregación del espacio público de la clase obrera y de la clase media que con su aportación a la economía habían conformado un Estado de bienestar, significativamente redistributivo (hoy ausente): la sociedad se dividió en una minoría exageradamente enriquecida y una mayoría cada vez más pobre. Al parecer se olvidó que en términos de bienestar y calidad de vida el pleno empleo representa el principal acceso a los derechos sociales.

El desplazamiento de la distribución del PIB hacía ganancias y rentas en detrimento de sueldos y salarios ha sido enorme en los últimos 30 años, dando en consecuencia un aumento en la desigualdad e inseguridad; las clases medias emergentes y trabajadoras, ya disgregadas, hoy buscan en su identidad la defensa de sus legítimos derechos, pero ya no en la tradicional lealtad a los partidos políticos o al Estado nación que representan un derrumbe de la legalidad y una profunda grieta en la legitimidad misma, tanto respecto a las leyes como de los motivos para respetarlas.

El desmantelamiento sistemático de la red de instituciones dedicadas a defender a las víctimas creadas por una economía cada vez más desregulada y movida por la codicia, unido a la insensibilidad pública creciente ante una desigualdad social descontrolada, un número cada vez mayor de trabajadores son —abandonados de pronto a sus propios recursos y capacidades individuales, clara y profundamente inadecuados—, (pues ya no se consideran un peligro potencial para el orden capitalista ni un semillero de revolución social)

Parafraseando al filósofo y político italiano Antonio Gramsci, debemos aceptar que: la unidad histórica de las clases dirigentes se da en el Estado {….} es el resultado de las relaciones orgánicas entre Estado, sociedad política y sociedad civil (clase trabajadora, clase media emergente). Las clases subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en Estado.

Si bien la historia de la lucha contra la precariedad laboral dependió en gran medida a las aptitudes tácticas y estrategias que instrumentaron los líderes del movimiento obrero “de aquellos tiempos de gloria”, hoy frente a una nueva realidad en el mundo del trabajo las posibilidades de negociar mejores condiciones de bienestar no dependerán en primer lugar de la fortaleza o debilidad que demuestre un movimiento obrero ni de las aptitudes que despliegue su dirigencia, sino de la orientación que adopte la clase media emergente. El abordaje sobre la inaceptable desigualdad a través del prisma de la clase media emergente en los medios dominantes de estos tiempos es un signo notable de la nueva realidad.

“El presente Histórico es de una gravedad indecible, sus consecuencias pueden ser gravísimas, hagamos de tal modo que se resuelva el mayor número posible de las cuestiones dejadas y resueltas por el pasado y que la humanidad pueda volver a emprender su camino”  (Gramsci)

La pérdida de poder desemboca en un socavamiento de la potencia de la política económica, lo que se refleja su vez en deficientes servicios sociales. La crisis del Estado se debe a la presencia de dos elementos: su incapacidad para tomar decisiones concretas en el plano económico, y la consiguiente incapacidad para procurar servicios sociales adecuados.

Cuando el Estado queda lejos de ser un proveedor y un garante del bienestar público y se convierte en un parásito de la población, preocupado únicamente por su propia supervivencia; un parásito que exige más y más y da cada vez menos a cambio; es un Estado en crisis.

El Leviatán da un mensaje y sigue siendo aún hoy en día una parte integral y, quizás, inamovible del sentido común, que es ese conjunto de ideas y creencias con las que reflexionamos, pero en las que rara vez pensamos. El papel primordial del Estado es imponer el orden; si falla en la hora de cumplir con ese cometido, se convierte en un <<Estado fallido>> y no hay ninguna otra razón para que el Estado reciba ese calificativo.

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