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La Mentira

Los avances democráticos están en riesgo por los abusos del poder político y sus élites corruptas

Dr. Héctor San Román A.

Analista Sociopolítico

En el estado totalitario construido sobre una mentira total, 

decir la verdad es un acto revolucionario. 

El coraje de decir la verdad distingue al parresiasta. 

Sin embargo, en la sociedad de la información posfactual, 

el pathos de la verdad no va a ninguna parte. 

Se pierde en el ruido de la información. 

La verdad se desintegra en polvo informativo 

arrastrado por el viento digital. 

La verdad habrá sido un episodio breve.

Byung-Chul Han

Un fenómeno del siglo XXI es un nihilismo novedoso fruto de las distorsiones patológicas de la sociedad de la información. Un espacio donde desconectados de la realidad, se pierde la fe en la propia verdad. Olvidamos que el impulso a la verdad, comienza con la observación intensa de cómo se contrapone el mundo verdadero y el de la mentira, y como toda la vida humana es insegura cuando la verdad basada en la razón es negada en absoluto.

El oscurantismo, ocultamiento, la falsedad y la mentira deliberada, más que la ilusión, el error de cálculo y cosas por el estilo, se convierten en las características esenciales de los falsos redentores de la política, y eso se debe seguramente al hecho extraño de qué las decisiones equivocadas y las declaraciones insinceras siempre están en contradicción evidente con los hechos precisos de la realidad.

La crisis de la verdad se extiende cuando la sociedad se desintegra en agrupaciones o tribus, reducidos a rebaños manipulables entre las cuales ya no es posible el razonamiento, nada que se vincule con la sensatez; se pierde el mundo común, incluso el lenguaje común. Esa crisis trastoca a la verdad como regulador social, la idea reguladora que une a la sociedad. No podemos pasar por alto un hecho; que la verdad ejerce una fuerza centrípeta que mantiene unida a una sociedad. Y la fuerza centrífuga inherente a la información tiene un efecto destructivo sobre la cohesión social. El nuevo nihilismo se gesta dentro del proceso destructivo en el que el discurso se desintegra en información, lo que conduce a la crisis de la democracia. La información qué hay que procesar se ha vuelto tan vasta que supera la “racionalidad limitada” de los individuos.

El historiador sabe cuán vulnerable es el entramado de los hechos en los que transcurre nuestra vida cotidiana, la cual siempre corre peligro de ser taladrado por mentiras individuales o hecho trizas por la falsedad organizada en la comunicación de grupos en el poder o quienes aspiran a él, (la supuesta clase política), o negando y tergiversando, cuidadosa o torpemente la verdad, oculta tras infinidad de mentiras o simplemente librada al olvido. Los hechos necesitan un testimonio para ser recordados y testigos confiables que den prueba para encontrar un lugar seguro en el terreno de los asuntos humanos. De aquí se sigue que ninguna declaración fáctica pueda situarse más allá de toda duda -tan segura y protegida contra los ataques, como, por ejemplo, la afirmación de que el hombre es mortal-.  

Es esta fragilidad la que hace del engaño algo hasta cierto punto tan fácil y tentador. Nunca llega entrar en conflicto con la razón, ya que las cosas podrían haber sido como el mentiroso asegura que son. Las aventuras resultan a menudo más plausibles, mucho más atractivas a la razón que la realidad misma, dado que el mentiroso tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea, escucha y aplaude. Ha preparado sus relatos para la Infocracia con el maquillaje de lo verosímil. Mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, para lo que no estamos preparados.

La batalla contra la “Gran Mentira” por el futuro de la democracia debe librarse según Moisés Naim, en múltiples frentes: tecnológico, periodismo,  ciudadanía más concientizada y preparada, el respeto a la ley.

La verdadera materia prima de la política es la acción, por lo tanto, cuándo hablamos de la mentira, y especialmente de la mentira de los hombres de acción (política), debemos señalar que la mentira no se desliza en la política accidentalmente de la iniquidad humana. Sólo por esa razón es improbable que la indignación moral la haga desaparecer. La falsedad deliberada se ocupa de hechos contingentes, es decir, de cuestiones que no contienen una verdad intrínseca, ni la necesitan. Las verdades fácticas nunca son necesariamente ciertas. 

<<El que se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines, ideales o egoístas, o bien para alcanzar el “poder por el poder”, es decir, para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere>>.

Max Weber

Para quienes están en el poder, la revolución del más plantea dilemas complicados: ¿cómo coaccionar con eficacia cuando el uso de la fuerza es más costoso y arriesgado políticamente?; ¿Cómo reafirmar la autoridad cuando las vidas de las personas son más completas y se sienten menos dependientes y vulnerables?; ¿Cómo influir en la gente y premiar su lealtad en un universo en el que tienen más opciones?

La tarea de gobernar, organizar, movilizar, influir, persuadir, disciplinar o reprimir a un gran número de personas con un mejor nivel de vida necesita métodos diferentes que los que sirven en el caso de una comunidad pequeña no contestataria, estancada y con menos recursos individuales y colectivos a su disposición. El ejercicio del poder en cualquier ámbito implica, sobre todo, la capacidad de imponer y mantener el control sobre un país, una población, un grupo de seguidores, y así sucesivamente.

   Cuando los que forman parte de un país son trabajadores o clientes,    numerosos electores, dueños de sus medios de subsistencia y están cada vez más capacitados, informados, educados, se vuelven más difíciles de coordinar y controlar. Se ha planteado con bastante dureza: hoy es infinitamente más fácil matar a un millón de personas que controlarla. <Zbigniew Brzezinski> ex consejero de seguridad nacional estadounidense.

   Un medio cuantitativo utilizado desde mediados de 1999 para obtener información son la encuestas que también se conoce como demoscopía, herramientas de propaganda política, mecanismos utilizados para seleccionar candidatos y conocer índices de popularidad, hay quienes pensamos que son dudosos sus resultados para creer en pequeñas muestras de información de un universo que rebasa los noventa millones de electores, 300 distrito electorales conformados por ciudadanos de diferentes estratos socioeconómicos, diferente formación educativa, mal informados. Las empresas que son contratadas por gobernantes y partidos políticos no son, por definición, creíbles, puesto que el descubrimiento de un candidato inteligente, honesto, carismático será de acuerdo al monto de la factura, y frotando una lámpara maravillosa, una corcholata se convierte en una hermosa tapa dorada, pero seguirá siendo lámina oxidable. Y un gobernante repudiado por inepto y corrupto tendrá altos índices de popularidad. Las fotografías y encuestas retocadas no nos cuentan toda la historia.

   Puede que ganar unas elecciones siga siendo una de las grandes emociones de la vida, pero el brillo de esa victoria se extingue ahora muy rápido para dar paso a la frustración. Ni siquiera presidir un gobierno autoritario es ahora algo tan seguro y poderoso como lo era antes.

“NADIE HA DUDADO JAMÁS CON RESPECTO AL HECHO DE QUE LA VERDAD Y LA POLÍTICA NO SE LLEVAN DEMASIADO BIEN, Y NADIE, QUE YO SEPA, HA COLOCADO LA VERACIDAD ENTRE LAS VIRTUDES POLÍTICAS. LA MENTIRA SIEMPRE HA SIDO VISTA COMO UNA HERRAMIENTA NECESARIA Y JUSTIFICABLE PARA LA ACTIVIDAD NO SÓLO DE LOS POLÍTICOS Y LOS DEMAGOGOS SINO TAMBIÉN DEL HOMBRE DE ESTADO”: Hannah Arendt

En circunstancias normales el mentiroso es derrotado por la realidad, para lo que no existe sucedáneo; por amplio que sea el tejido de falsedades que un avezado mentiroso pueda ofrecer, jamás resultara suficiente, aunque recurra a la ayuda de la digitalización, para ocultar la inmensidad de lo fáctico. Al mentiroso, que pueden contabilizarle la cifra de sus mentiras, le resultará imposible imponer la mentira como principio. Esta es una de las lecciones que se pueden extraer de los experimentos totalitarios y de la aterradora confianza que tienen los dictadores en el poder de la mentira, en su habilidad, por ejemplo, para reescribir la Historia una y otra vez con el objeto de adaptar el pasado a la “línea política” del presente o para eliminar información que no encaja dentro de sus dictados. Así, en una economía que no crece, negarán la existencia del  desempleo, haciendo del desempleado alguien que carece de existencia real.

“Líderes políticos de todo el mundo encuentran cada vez más atractivo mentir para obtener el poder. No me refiero decir mentirillas o manipular los hechos, como siempre han hecho, sino decir esas mentiras que envenenan la coexistencia democrática y minan la simple posibilidad de que exista una democracia”, es el desafío que supone la erosión democrática desde dentro y cómo está llevando a nuevas y malignas formas en la concentración de poder, dando paso a grupos sumisos que no han subido por el escalafón del aparato partidista ni se han molestado en su formación política, solo se apoyan en las nuevas formas de la Infocracia para transmitir mensajes y herramientas de movilización, trazando una nueva ruta hacia el poder político, estrategias novedosas que desconocen los partidos opositores para convencer y ganar elecciones.

En teoría, los partidos políticos, los grupos organizados dentro de un sistema de partido único o los sindicatos, representan al electorado y transmiten sus opiniones y deseos a quienes dentro del gobierno tienen el deber, la obligación y el poder de satisfacer las demandas del mandante. En otras palabras, los partidos políticos deberían servir de intermediario entre electores y gobierno. La ambición personal o de grupo, les ha hecho olvidar que: su función es transmitir inconformidad, deseos y necesidades de los votantes con las actividades y decisiones del gobierno, influyendo en un Proyecto de Nación, pero a los partidos les cuesta cada vez más desempeñar con eficacia ese papel crucial, vegetan sin un entorno verdaderamente innovador, desconocen que la digitalización avanza inexorablemente y que ante el tsunami del dataísmo y las fake News, los robots y los troles influyen en la deformación o desinformación de la opinión pública.

Mediante la psicometría y la psicopolítica digital, como estrategia, se intenta influir en el comportamiento electoral para evitar las decisiones conscientes. Byung-Chul Han, describe la crisis de la democracia y la atribuye el cambio estructural de la esfera pública en el mundo digital y da nombre a este fenómeno: Infocracia.

Partidos políticos anquilosados, esa especie en extinción; no han descubierto que tienen enormes limitaciones para convertir en votos respuestas coherentes, coordinadas y  concertadas, para responder a los grandes retos frente a las crisis de  desarrollo sostenible: pobreza, hambre, educación, calentamiento global, energía no contaminante, agua para consumo humano, conservación de bosques y selvas, economía verde, desempleo, precariedad laboral, trabajo y crecimiento económico, envejecimiento poblacional, pandemia, salud y bienestar, inseguridad, corrupción, deuda externa, autoritarismo; nuestra respuesta como país al contexto internacional ante la re configuración geopolítica a causa de la guerra Ucrania- Rusia.

Tales organizaciones políticas están empeñados en no innovarse para asumir el papel como oposición. La política siempre ha sido el arte del compromiso, pero ahora parece haberse convertido en el arte de un oportunismo irracional que impide que se logren acuerdos. El obstruccionismo y la parálisis son rasgos cada vez más habituales en nuestro sistema político, donde predomina una mayoría sumisa y tramposa en todos los niveles de toma de decisiones, en todas las áreas de gobierno y en la mayoría de las decisiones políticas. Las coaliciones fracasan, las elecciones se celebran trastocando la ley y la democracia y los mandatos que otorgan los votantes a quienes salen electos son más que débiles, no hay certidumbre en la división de poderes; ni en el monopolio de la fuerza para combatir al crimen organizado.

Para un político profesional forjado en la disciplina clásica del oficio, el efecto combinado de décadas de fragmentación en la vida política nacional  ha sido devastador. El sentimiento de prestigio que según Max Weber era el anhelo profundo de un político está desvaneciéndose, por la sencilla razón de que el poder subyacente de los cargos políticos está debilitado.

En todo el mundo, las democracias se enfrentan a un enemigo nuevo e implacable que no tiene ejército ni armada; no procede de ningún país que podamos señalar en un mapa, porque no viene de ahí fuera, sino de aquí dentro. En lugar de desafiar a las sociedades libres con la destrucción desde el exterior, amenaza con corroerlas desde el interior. 

Un peligro como este es esquivo, difícil de identificar, de distinguir, de describir. Todos lo notamos, pero nos cuesta darle nombre. Se derraman ríos de tinta para definir sus elementos y características, pero se nos sigue escapando, “moviendo sus títeres tras el telón”. Cualquier ser pensante que se preocupe por el futuro de la verdad y la democracia, tiene el deber de quitarle la máscara para así comprenderlo, combatirlo y derrotarlo.

¿Qué es este nuevo enemigo que atenta contra nuestra libertad, nuestra prosperidad y hasta nuestra supervivencia como sociedad democrática? La respuesta es; el poder, en una forma nueva y maligna, los autócratas con su hipocresía están reinventando la política en el siglo XXI.

En todas las épocas ha habido una o más formas de maldad política; la que estamos viviendo hoy es una variante vengativa que imita la democracia al tiempo que la socava y desprecia cualquier límite legal. <<Parece que el poder haya estudiado todos los controles concebidos por las sociedades libres durante siglos para eludirlos y, después, contraatacar. Por eso puedo afirmar que estamos ante: “La Revancha de los Poderosos”>>. Moisés Naim.

«¿Cómo se convirtió el “fin de la historia” en el renacimiento de la autocracia? Moisés Naím aporta su análisis incisivo y su perspectiva global a la cuestión más inquietante del siglo XXI, y muestra cómo el populismo, la polarización y la política de la “posverdad” <la palabra del año en 2016> han impulsado el ascenso de autócratas de Berlusconi a Bolsonaro, de Orbán a Erdogan, de Duterte a Donald Trump.

Cómo las democracias decaen; un círculo socioeconómico y político  vicioso de estancamiento económico, frustración popular y política polarizada nos ofrece una advertencia, las amenazas a la democracia por parte de dictadores, populistas de izquierda y derecha durante estos últimos años, establecen paralelos perspicaces a través de ámbitos muy dispares. Esa erosión democrática desde dentro está llevando a nuevas y malignas formas de concentración de poder. Putin, Ortega, Erdogan, Orbán, Duterte, Bukele.  

Cuando se deposita el votó en una elección presidencial donde predomina el abstencionismo, los ciudadanos se enfrentan a una terrible decepción, candidatos populistas de bajo perfil, que alcanzando el poder político legalmente por supuesta mayoría, pierde legitimidad por autoritarismo, ineptitud y corrupción que destruyen el desarrollo, la economía y  trastocan la democracia, olvidando que una de las funciones primordiales de la política es identificar, articular y transformar en acciones de gobierno los intereses de la gente. 

La consolidación de la democracia por la vía política solía considerarse como una calle de un solo sentido. Pero México muestra que las democracias toman diferentes rumbos y pueden decaer fácilmente y eso es una advertencia para los demócratas en todas partes. La política se caracteriza ahora no sólo por la polarización, sino también por la fragmentación y la extrema debilidad de los partidos políticos, lo cual hace difícil la gobernanza. Esta espiral descendente se acelera por la influencia maligna de las redes sociales y la erosión democrática desde dentro que está llevando a nuevas y malignas formas de concentración de poder.

Si las organizaciones centralizadas y jerárquicas tuvieron tanto peso durante más de un siglo fue por algo. Partidos políticos, sindicatos, grandes empresas, instituciones, burocracias, universidades, cultura, acumularon experiencia, prácticas y conocimientos; aprendieron de sus éxitos y fracasos, y transformaron esas experiencias en conocimiento útil que se expresaba a través de hábitos, cultura y rutinas de trabajo que inculcaron en la función pública de sus militantes. Cuando estas instituciones se fragmentan, decaen y su poder se dispersa, siendo inevitable que parte de lo que saben -poco o mucho- se pierda o no se pueda usar con la misma eficacia.

La posibilidad de qué los partidos políticos sean sustituidos por movimientos ad hoc, coaliciones electorales temporales o incluso organizaciones no gubernamentales centradas en un solo asunto (radicales, mercenarios, ONGs antigobierno), resulta atractiva para los millones de votantes que están hartos de la corrupción, el estancamiento ideológico y el decepcionante ejercicio de gobiernos y partidos políticos durante el siglo XXI. Pero aunque los partidos adolecen de defectos innegables, su desaparición implica la pérdida de importantes reservas de conocimiento muy especializados que no es fácil de qué reproduzcan los grupos políticos o hasta carismáticos individuos recién llegados que los reemplazan. Muchas de estas atractivas caras nuevas que reemplazan los partidos políticos y a los líderes de siempre suelen ser lo que el historiador suizo Jacob Burckhardt llamó <<terribles simplificadores>>, demagogos que buscan obtener el poder a base de explotar la ira y la frustración de la población y mediante promesas narrativas pero <<terriblemente simples>> y,  en definitiva, engañosas, banalizando los movimientos sociales.

El poder y sus instituciones nos han acompañado desde hace tanto tiempo, y los poderosos han estado tan protegidos por barreras casi infranqueables, que estamos acostumbrados a imaginar nuestras opciones sobre qué hacer, qué aceptar y qué cuestionar dentro de esas restricciones históricas. Pero esto ha cambiado, y a una velocidad mayor que nuestra capacidad para comprenderlo y digerirlo.

Las causas sociales y políticas tienen hoy <<seguidores>> que oprimen el botón de <<me gusta>> en el éter de los medios digitales. En las redes sociales, hordas de amigos en Facebook o Twitter pueden crear la ilusión de que un grupo que promueve una causa concreta es una fuerza poderosa. Pero esa no es la experiencia más habitual. Para la mayoría de la gente en el mundo, el activismo social o político en la red consiste en poco más que tocar un botón.

Si existe un riesgo creciente para la democracia y la sociedades liberales en el siglo XXI, lo más probable es que proceda no de una amenaza convencional moderna o premoderna, sino del interior de la sociedades en las que se ha instalado la alienación. Como ejemplos de ello pensemos que el auge de los movimientos se expresan aprovechando la indignación social, desde los radicales de derecha e izquierda hasta la tibieza de una coalición opositora.

Por un lado, cada uno de estos movimientos en expansión son  manifestación de la degradación del poder, porque deben su influencia al deterioro de las barreras que protegen a los poderosos de siempre. Por otro, la rabia incipiente que expresan se debe en gran parte a la alienación producida por la caída de los indicadores tradicionales del orden y la seguridad económica. Y el hecho que busquen su brújula en el pasado, la nostalgia en las lecturas de la historia, la Constitución, el Estado de Derecho, los ropajes de los personajes de la historia, nos revela hasta qué punto desesperante llega la degradación del poder; si no la abordamos y la orientamos hacia el bien social, puede acabar siendo altamente  destructiva.

Al convertir el futuro en algo incierto, se impide cualquier previsión racional y, en especial, aquel mínimo de fe y esperanza en el futuro que es preciso poseer para rebelarse, sobre todo colectivamente, contra un presente, injusto e intolerable. Estamos hartos de las tergiversaciones y las dilaciones de todos esos “responsables” elegidos por nosotros que nos declaran “irresponsables” cuando les recordamos las promesas que nos han hecho y no han cumplido. Los avances democráticos están en riesgo por los abusos del poder político y sus élites corruptas. Y así el terreno político queda privado no sólo de su fuerza estabilizadora principal, sino también del punto de partida para el cambio, para empezar algo nuevo.

Nuestra sociedad es lo que hacemos de ella. Podemos diseñar nuestras instituciones. Nada nos impide, si nos empeñamos en edificar una sociedad que preserve y estimule la libertad humana, que sepa mantener el lugar del Estado, y convertirlo en nuestro servidor y no en nuestro amo.

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