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La Lic. María José Jiménez Guzmán dice ante los Rotarios: “Repensar Nuestra Historia”

La biografía nacional ha implicado todo un proceso de forcejeo por encontrarle un fundamento histórico a nuestra individualidad, a fin de poder cobrar conciencia de lo que somos.

Esto nos remite a la consolidación de las aspiraciones nacionales de los gobiernos posrevolucionarios de las décadas de los veinte y treinta en el siglo XX. Básicamente fueron dos pretensiones las que sellaron el proyecto nacional: tanto la búsqueda de la legitimación del régimen frente a las potencias extranjeras, como el afianzamiento de las expectativas de los sectores populares. Por tanto, éstas convergieron en los programas relativos a la educación.

El México posrevolucionario se encontraba lidiando con problemáticas diversas, que devenían de la falta de repuestas concretas a las preguntas: ¿Qué es México? ¿Cómo se es mexicano? ¿Qué significa ser mexicano? Y muchos otros cuestionamientos de semejante índole, aunque dudo que aún hoy exista una respuesta total.

Por un lado, la guerra revolucionaria trajo como consecuencias totalmente visibles la evidente manifestación de la diversidad nacional en todos sus ámbitos. Inclusive, ya desde el régimen porfiriano, la intención modernizadora se empeñaba para efectuar la unificación y la sumisión de las múltiples diferencias sociales y culturales a un solo modelo unificador y occidentalizado. En ese sentido, la propuesta central recaía en fijar a la sociedad mexicana como una sociedad, de manera que uno era el gobierno, una era su historia y una era su cultura.

Miembros del Club Rotario Plateros Centro-Histórico, de la Ciudad de México, recibieron a la Licenciada María José Jiménez Guzmán 7ma de i. a d., quien expuso el tema “Repensar nuestra Historia”; en la foto: Lic. Mauro Jiménez Lazcano, Ignacio Gómez Pimienta; Angel Portilla, Miguel Angel Máscolo, Maru Pérez Andonegui Ing. Joaquín Aguerrebere; María José Jiménez Guzmán, Jaime Olvera, Margarita Romero Luelmo, Germán Méndez Millares, Laura Teresa Vargas Medina, Beatriz Sanabria, Adriana de la Fuente, Luis Alberto Samariago, Laira Morelos, Miguel Jusidman, Martín Zavala, Patricia López, Claudia Cruz, Alejandro Flores, Jesús Samayoa, Marco Angeles y Claudio Cruz.
Foto Óscar Jaime Molina / Macroeconomía.

Un buen ejemplo del proyecto unificador porfirista son los libros de texto de historia. Éstos presentaban una constante en sus títulos que incluían un componente referencial a la nación mexicana como una totalidad temporal y espacial mediante la mención de la “historia patria” o la “historia de México”. Esto se debe a que el tema de la “historia patria” o de México, era una constante discursiva en el proceso de creación de la conciencia e identidad nacional a lo largo del porfiriato. La aspiración era enseñar una “historia patria” que fortaleciera el sentimiento, el deber y la memoria, y con ello, hiciera posible la formación del ciudadano. Eran caracterizados como obras en las que se sintetizaban los saberes necesarios para el aprendizaje de la historia, actualizadas con los últimos conocimientos relativos a la “historia patria”, lo que facilitaría la difusión de esa “historia patria” como parte del adelanto de México en su tránsito a la civilización y el progreso.

Posteriormente, a partir del régimen de Álvaro Obregón, se comenzó la construcción de un Estado que tendía a la idea moderna de Estado-Nación. Esto marcó la enorme necesidad de fijar una identidad nacional que respondiera a las demandas de un Estado en crecimiento, y que sobre todas las cosas, unificara y cohesionara la diversidad nacional. Si bien, la concepción del nacionalismo en los gobiernos posrevolucionarios se vio reflejada, sobretodo, en la educación, el arte y la cultura. No olvidemos que éstos no se apartaron del proyecto capitalista porfiriano. Así, el nacionalismo pretendió servir de factor fundamental en la rearticulación social, una especie de reedificación que echó mano del instrumento ideológico precisamente del nacionalismo, para legitimar la naturaleza propia de la cultura mexicana.

Efectivamente, ello connotó una reivindicación del presente, con la justificación de la construcción de un futuro para la “mexicanidad”, un concepto muy abstracto. Para ello, el contenido central de este nuevo Estado benefactor sería el pueblo, el pueblo mexicano como la mayoría que se visualizaba como rural y pobre. El Estado mantuvo una presencia hegemónica en toda la vida organizativa de la sociedad, vinculando todo esfuerzo de construcción social al partido oficial.

En ese marco, los programas de alfabetización y enseñanza técnica adquirieron un lugar preponderante, junto con el planteamiento de los ideales de José Vasconcelos, que eran los “valores y quehaceres de tipo espiritual”: arte y cultura. Respecto a esta idea, reafirmó y plasmó la construcción de una conciencia nacional. De ahí que las líneas nacionalistas se manifestaran en la apelación a los recuerdos, tradiciones y elementos mexicanos que, necesariamente, se equipararon con las idealizaciones del alma y la cultura de los pueblos. Por consiguiente, esta revaloración de los bienes culturales del pueblo llevó a dar con la idea de una idiosincrasia nacional, lo cual llevó a la invención de tradiciones y de estereotipos regionales y nacionales. Las fiestas laicas son un buen ejemplo, precedentes porfirianos, que se fomentaron y que en algunos casos lo religioso se mezcló con lo laico: las tradicionales fiestas de barrio dedicadas al santo patrono fueron copiadas por nuevas celebraciones a “héroes” o instituciones laicas.

Ahora bien, la configuración social sobre la historia nacional comprendía su origen en el pasado prehispánico. Esto señala un pasado indigenista que representa no sólo una herencia viva, sino que representa el glorioso patrimonio de todos los mexicanos. Así, se decidió que el elemento constitutivo de la historia mexicana sería el mito fundador, es decir, el mito de origen mexica que marca el inicio de la cronología la nación. Eso se convirtió en la tecnología única que explicaba la realidad contemporánea.

La Licenciada en Historia María José Jiménez Guzmán (4ta de i.a d.), recibe el diploma de reconocimiento por la exposición de su ponencia, “Repensar nuestra Historia”; en la foto, de i. a d., el Lic. Miguel Angel Máscolo Caurel, Vicepresidente del Club Rotario Centro Histórico; nuestro Director General, Lic. Mauro Jiménez Lazcano; la Profesora Margarita Romero Luelmo; La Licenciada María José Jiménez Guzmán; la Licenciada Estela Márquez Plaza, Presidenta del Club Rotario Plateros-Centro Histórico y el Contador marco Angeles Becerril , Secretario del Club Rotario Plateros-Centro Histórico.
Foto Óscar Jaime Molina / Macroeconomía.

De ahí que, dentro del paradigma de la “esencia histórica”, se vio la necesidad de elaborar una historia nacional y una “mexicanidad indigenista”, con el nacionalismo como su expresión inherente. Sin embargo, el foco que expresa esta “conciencia” se sitúa hacia el siglo XIX, donde el pasado prehispánico hacía resonancia de “antigüedad clásica”. Sin embargo, en la década de 1840 las nuevas élites nacionales construyeron un panteón de “héroes” y de “hazañas y hechos gloriosos”, más adecuados para representar a la nación y sus orígenes.

Por lo tanto, el pasado prehispánico recobró su prestigio como origen y esencia histórica de los mexicanos para ser puesto en escena al nivel internacional. México logró acceder al “mundo civilizado”, exaltado por sus “antigüedades”. Durante los años posrevolucionarios se marcó el interés por las civilizaciones prehispánicas desde la óptica científica, desfasándose así la óptica histórica. De ahí que se expresase la importancia del pasado prehispánico en tanto que preámbulo de la historia de la nación. Ello, sobretodo, debido al trabajo antropológico y arqueológico de Manuel Gamio, que insistiría en la grandeza de la civilización prehispánica, pues su tesis principal señalaba que los indígenas poseían una herencia gloriosa, erosionada por cuatro siglos de opresión e ignorancia. Es decir, con su trabajo no sólo se consolidó la idea de los indígenas como una cultura elevada, sino que contribuyó a dar forma al indigenismo oficial.

Mismamente, señalaba que al hacer de ese pasado la herencia legítima de la nación, la referencia a las civilizaciones prehispánicas se observaría como el único parámetro a partir del cual medir su grado de “autenticidad”.

Pero respecto a esto, no olvidemos que los proyectos nacionalistas han fracasado en su intento de integración nacional, por una parte, porque los modelos externos no responden a necesidades reales mexicanas, y por otra, por el monopolio que se ejerce de las tradiciones populares, de las culturas y por supuesto de la educación, alejándolas de su contexto e imponiéndoles versiones oficiales.

En este entorno, hasta el presente nuestra historia no ha sido la de los acontecimientos, sino de las calificaciones, de la negación y la idealización del pasado, no de su conocimiento y comprensión. El pasado virreinal, excluido de esta supuesta “mexicanidad” se condena y se sataniza como el deplorado gachupín, una especie de hispanofobia popular. Es como una eterna disputa con el complejo pasado que tuvo México y una imposible reconciliación con lo que se nos ha hecho ver como el mal del país. Esto se traduce en un laberinto para el presente, muy complejo para definir nuestra identidad, pero sobre todo para comprenderla y darle un sentido. No olvidemos que México ha sido la realización de no una sino varias posibilidades históricas, incluyendo su pasado virreinal, pues México está contenido en su virreinato.

1.- El Lic. Miguel Angel Máscolo Caurel, Vicepresidente del Club Rotario Plateros-Centro Histórico, economista e historiador, expresa sus puntos de vista a la ponente Licenciada María José Jiménez Guzmán, sobre el tema “Repensar nuestra Historia”.
2.- La Profesora Margarita Romero Luelmo, Subdirectora de nuestra revista Macroeconomía, hace notar la importancia del tema “Repensar nuestra Historia” expuesto por la Licenciada María José Jiménez Guzmán; escucha el rotario Lic. Mauro Jiménez Lazcano.
Fotos Óscar Jaime Molina / Macroeconomía.

Reducir nuestra historia a una explicación de “buenos” y “malos”, es decir, de su sentido maniqueista, nos priva de fortalecer el vínculo entre su comprensión y el bienestar social; y nos priva de conciliar un pasado muy complejo pero muy importante, con el presente y el devenir de nuestra idiosincrasia. Debemos procurar adentrarnos e identificar el mundo o espacio que nos revive y explicarlo, pero no de forma condenatoria sino críticamente.

Salvador Novo define esta idealización nacionalista: “Reflexionar sobre la identidad que caracteriza a una nación y la distingue de otras, es hacer referencia a una serie de mitos y símbolos cuya construcción atañe directamente al poder político en funciones. Así, se construye una identidad oficial que lima las incoherencias y las rupturas de los procesos históricos para ofrecer un presente terso carente de contradicciones y, con ello, conferir legitimidad política a los poderes que se sirven de ella”1.

 

1.- Consultado en: http://www.revistac2.com/salvador-novo

 

Por María José Jiménez Guzmán,

Historiadora por la Universidad Iberoamericana

mariajimg@hotmail.com

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