Política

La izquierda, sin alianzas contradictorias

Por la Diputada Ifigenia Martínez Hernández

Considero un gran honor participar en esta reunión como comentarista del más reciente libro del Dip. Porfirio Muñoz Ledo, estimado amigo y respetado correligionario, con quien me ha tocado compartir inquietudes políticas, posiciones de responsabilidad pública y ahora, nuevamente, la honrosa representación popular por el Partido del Trabajo en la Cámara de Diputados.
El Lic. Muñoz Ledo conocido como distinguido jurista y político es un compatriota entregado, con la misma pasión, a la docencia, la administración pública, la diplomacia internacional, el parlamentarismo y la dirigencia política. Pero lo que deseo destacar, en el contexto del libro que ahora se presenta, es la trayectoria del movimiento progresista que desde 1988, hace ya más de 20 años, compartimos y que se ha venido conformando gracias a empeños como el suyo y de muchas otras mexicanas y mexicanos.
Todavía recuerdo, cuando me anunció que íbamos a crear un nuevo partido  político y a los cuanto días llegaron a mi casa él, los ingenieros Cuauhtémoc Cárdenas, Cesar Buenrostro y algunos otros y empezamos a armar el Frente Democrático Nacional que posteriormente se convertiría en el PRD.
Es desde luego motivo de satisfacción, repasar las vicisitudes de esa lucha, los muchos y grandes trabajos que costó armar el FDN cuando nadie, en ese entonces, hubiera no digo considerado políticamente correcto, sino hasta cuerdo, salirse del sistema y combatir sus rasgos autoritarios.
El título del libro lo dice todo: La Vía Radical para Refundar la República y ésta es la actividad política por lo que batallamos desde 1988; para evitar su desmantelamiento y combatir la nefasta política económica neoliberal que nos sigue perjudicando. Por eso luchamos con Andrés Manuel López Obrador en el 2006 y es la misma batalla que ahora libramos de cara al 2012: reformar el poder público, los procedimientos electorales y las prácticas políticas; impedir la intromisión del poder económico y mediático internacional y doméstico en la vida ciudadana; en síntesis, reformar al Estado y a sus instituciones. Todos ellos temas del libro que hoy comentamos.
El autor empieza con un lúcido análisis de los eventos del 88 cuando el partido, hasta entonces hegemónico, el PRI, empezó a dejar de serlo, al perder las elecciones frente al movimiento que hizo, de la defensa de los principios revolucionarios su bandera y su divisa.
A partir de ahí, Muñoz Ledo expone con claridad y precisión, en ocasiones con cierta dureza, su interpretación de los acontecimientos posteriores, los nuevos intentos por conquistar el poder desde la izquierda, pasando por la integración de la primera Cámara de Diputados (con mayoría opositora en 1997) cuando él fue nuevamente protagonista de su integración y, en su calidad de presidente, el primer legislador de oposición en dar respuesta en forma clara y contundente a un informe presidencial.
Porfirio identifica el fraude electoral del 6 de julio de 1988 que hizo posible el fortalecimiento de las políticas neoliberales iniciadas en el régimen de Miguel de la Madrid y lo liga con el actual gobierno calderonista del PAN, surgido a partir del fraude electoral del 2 de julio de 2006 como ha quedado ampliamente demostrado por analistas responsables.
A pesar de los esfuerzos oficiales por ocultar esta realidad y no obstante lo que se pretende hacer pasar por “avances” electorales y políticos, Porfirio hace ver que éstos son “notoriamente insuficientes”, refiriéndose principalmente a lo infecundo de la “ciudadanización” del IFE y al papel cómplice que jugó, junto con el Tribunal Electoral, para convalidar el triunfo espurio del candidato de la derecha en los últimos comicios.
Porfirio identifica a la corrupción, auspiciada por la impunidad, como la peor lacra del país. Por ello el tema de la rendición de cuentas es recurrente a lo largo de su obra. En nuestro país, los grandes delincuentes en las esferas gubernamentales, financieras o económicas no han pagado sus faltas y francos delitos, si acaso en ocasiones electoralmente, pero nunca con sanciones efectivas.
A ese respecto, la opinión de Porfirio de conferir autonomía a la Auditoría Superior de la Federación (ASF) nos debe conducir a una profunda reflexión, pues considero que el debilitamiento progresivo de la ASF desde que sustituyó a la Contaduría Mayor de Hacienda, debe corregirse para que contribuya  al cumplimiento pleno de las facultades de control del Poder Legislativo sobre el ejercicio de los recursos públicos que hace el Ejecutivo.
Obviamente, el debate sobre el sentido y el futuro de la izquierda en México (y en el mundo) es un tema crucial que Muñoz Ledo aborda ampliamente: “La izquierda que requerimos –sostiene- demanda liderazgos transparentes, fundados en la consistencia de la ética política; exige alianzas abiertas, cívicas, gremiales y partidarias (añadiría basadas en la afinidad programática y de intereses legítimos), gobernantes eficaces e independientes (que basen su acción en la voluntad popular) y parlamentarios incorruptibles que defiendan y propugnen esos cambios progresistas.
A partir de los anteriores conceptos Porfirio hace un llamado a la participación popular, con objeto de que la población no siga sometida a lo que hagan y digan “los políticos”, herencia de los regímenes autoritarios que hemos padecido. Nuestra ciudadanía, nos dice el autor, es de baja intensidad, sabe quejarse, maldecir e incluso salir a protestar, pero esas acciones no han sido suficientes para cambiar las cosas. Menos aún podemos confiar en que la clase política actualmente en el poder impulse los cambios que requiere el pueblo, ya que verdaderamente no lo representa y además ha demostrado que no le importa hacerlo.
La Vía Radical de la que habla Porfirio no sería, en todo caso, la revolución armada, vía que considera no deseable ni posible. El habla en cambio de una recuperación de nuestras raíces fundadoras, de una auténtica revolución de las conciencias y de una gran movilización social, no solamente para votar sino para impedir que vuelvan a robar la elección. El pueblo no es apático, lo que pasa es que está desencantado y desmovilizado por los medios masivos de comunicación, principalmente la televisión comercial, por lo cual es indispensable despertar la conciencia popular, sobre todo de los jóvenes, para que entiendan que el país está en crisis y que “la ausencia de una autoridad moral y política de la clase gobernante” puede llevar a la desintegración del Estado si no actuamos.
No basta hacer una gran campaña con el pueblo, no basta tener la mayoría de los votos, esa es la lección que Porfirio nos recuerda del 88 y del 2006. Sin una movilización social de gran envergadura, los mexicanos no resolverán el dilema de los fraudes electorales ni podrán tampoco encontrar otra salida que no sea la migración, la informalidad y la delincuencia. La solución es castigar a los políticos cuando así se requiera, pero sobre todo renovarlos a través de procesos democráticos. Se requiere el acceso al poder de una nueva generación que posea una ética política, que no sólo vaya al fondo de los problemas sino plantee cambios radicales para su solución.
Por supuesto que sería inexplicable un libro de Porfirio sin tratar también temas propios de otra de sus especialidades: la política y la diplomacia internacionales.  Después de analizar las desfavorables condiciones de inserción de México en la economía internacional en la era de la globalización con el marco del TLCAN y del error que ha significado la apertura excesiva de la economía, aunada a la desatinada estrategia de pretender basar nuestro desarrollo en el mercado externo, Muñoz Ledo enfatiza la necesidad de voltear hacia el Sur y retomar los esfuerzos para aumentar el intercambio y tender a la integración latinoamericana.
El sólido bagaje teórico y conceptual de Porfirio, que corre parejo con la praxis y experiencia adquiridas en su versátil trayectoria profesional y política, nos ofrece en el último capítulo un ejercicio para extraer de esas vivencias enseñanzas útiles para las acciones transformadoras que ahora más que nunca requiere el país.
El resumen de su diagnóstico es demoledor: “Los males que aquejan al país son mucho más profundos que un proceso político desgraciado o un pésimo desempeño económico. Resultan de un extravío del rumbo patrio y precipitan la decadencia en todos los órdenes de la existencia colectiva.” (p. 385)… Y más lo es su conclusión: “Es urgente la refundación de la República mediante un acuerdo nacional, como lo ha señalado el rector de la UNAM, José Narro. La reforma integral de las instituciones —en cuya promoción nos hemos empeñado reiteradamente— es instrumento inescapable para reordenar el andamiaje, el funcionamiento y el sentido de la vida pública, pero no es menos cierto que en el 2010 el cambio genuino exige una perspectiva global y una intensa movilización de las energías sociales.” (Idem)
En lo personal, recojo el reto de Porfirio: la obligación que tenemos de concluir lo que empezamos y siguiendo la Vía Radical llevar al poder a un auténtico gobierno popular de izquierda, capaz de refundar en República.
Sabemos que no es sencillo, que el camino está lleno de dificultades. Sin embargo, otra gran lección de las jornadas del 88 y del 2006 es la que subraya Porfirio en otra parte de su libro: que cualquier forma de negociar es claudicar y que cualquier forma de consentir, es traicionar.
La izquierda mexicana, el movimiento progresista, si quiere prevalecer no lo va a lograr con medias tintas. Ganar la batalla por el derecho del pueblo a elegir a su gobierno implica actitudes claras y además comprometidas.
Quienes fundamos el Frente Democrático Nacional hace 22 años, apoyamos a López Obrador en 2006 y lo haremos en 2012, no buscamos el poder por el poder. Queremos ganar el gobierno para hacer realidad un Proyecto de Nación que le haga justicia a las mayorías, que combata efectivamente la pobreza y reduzca las desigualdades, un proyecto diferente al que han sostenido tanto el PAN como el PRI.
Ello implica antes que nada,  tomar conciencia de lo que significa ser de izquierda, y definir la unidad que habrá de hacernos fuertes. Una unidad no mezquina ni avariciosa, ni alentada sólo por el afán de ganar posiciones. La unidad que necesitamos, es aquella animada por el compromiso con los principios y alentada por el empeño de cambiar, a fondo y en serio, a nuestro país.
Hemos demostrado que la izquierda sola, sin alianzas contradictorias de nuestros principios, sin el cínico pragmatismo de quienes nos ponen la zanahoria del poder enfrente, puede ganar las elecciones. Lo hicimos en 1988, lo refrendamos en 2006; la batalla ahora es por un triunfo más y sobre todo hacer que se respete ese triunfo.
En todo caso, lo que buscamos, y da sentido a nuestra lucha, es la irrupción del ciudadano en la vida pública; imponer la soberanía popular, en la política, en la economía, en la vida cultural. Y ello hace necesario terminar con la doble moral y restaurar la honestidad y el patriotismo como valores esenciales de la República.
Vamos pues, como plantea Porfirio, por una transición democrática completa que se rija por una nueva constitucionalidad y propicie un cambio, profundo y radical en lo económico, lo social y lo cultural.
La mayor de las asignaturas pendientes en este país es la de la igualdad, y por ella luchamos. Para eso existe la izquierda. Esa es la Vía Radical que no se dobla, que no está dispuesta a negociar con los explotadores y los corruptos. Esa es en suma la Vía Radical que va a estar peleando la Presidencia en 2012.

Muchas gracias.
México, D.F., martes 18 de enero de 2011

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