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La estrategia petrolera en la Política Exterior China

Por Jorge Navarro Lucio

El espectacular crecimiento de 9.7 por ciento del producto nacional bruto chino, en el último trimestre de este año, implica generar una estrategia  de política exterior integral. La historia china es un complejo manual de lecciones prácticas sobre cómo relacionarse con el exterior. El aprendizaje ha sido arduo, en ocasiones humillante, pero el espíritu y fortaleza de sus habitantes han podido, como dicen los clásicos, derrotar  la historia. La humillación del pasado se derrota con historias de éxito. Ser chino, más que una nacionalidad es una historia de tenacidad.

Esas historias de éxito, que forjan hoy en día una de las naciones económicamente más poderosas del mundo, son también señales, focos rojos, ante un futuro desafiante e incierto. El crecimiento económico, de la magnitud que reporta China, es a la vez un crecimiento en la demanda de materias primas,  de innovación tecnológica constante, de capacitación y educación de su fuerza de trabajo y, por supuesto,  de petróleo. El líquido vital  que corre por las venas de la industria a la misma velocidad de su crecimiento.

Más productos, más ingreso disponible al gasto, mas demanda de vivienda, de transportación y educación. Con mil 300 millones de habitantes, la República Popular China desplaza paulatinamente el uso intensivo de la fuerza de trabajo (energía humana)  por energía fósil. La tecnificación implica productividad, una ecuación simple: producir más con menos horas hombre. Una fracción aritmética donde la tecnología y el capital constante (industria), están en el numerador; mientras que en el denominador está una pequeña fuerza laboral altamente calificada. El resultado, mejores salarios y mayor producción.

China está llegando a esos niveles de productividad que se traduce en mayor consumo de petróleo. China es hoy en día el segundo consumidor mundial de petróleo, después de Estados Unidos.  Su dinámico proceso de industrialización prevé que el consumo de petróleo se incremente de manera sustancial. De continuar la tasa de crecimiento anual del producto interno bruto en 7.5 por ciento, para el 2020 las necesidades de petróleo se habrán elevado a en 150 por ciento.

Ese crecimiento, como se ha anotado previamente, implica movilidad en todos los sentidos. Transporte, estatus social y políticas públicas de largo plazo. Desde que arrancó el siglo XXI, la modernización de los desplazamientos ha dejado atrás a la bicicleta. El transporte público transitó de la bicicleta al automóvil, la redistribución del ingreso permitió el tránsito de la aldea a la ciudad, las grandes urbes son una constante en la China moderna de hoy. El uso del vehículo se ha convertido, más que en un medio de desplazamiento, en una necesidad circunstancial para cumplir con las tareas que demandan los nuevos estilos de vida. Por lo que el número de vehículos  crece a una tasa anual del 19 por ciento y, para 2030, superará a Estados Unidos en el número total de automóviles.

La compra de vehículos privados es conductual, entre más grandes y cómodos mejor. El consumo de estos automotores ya no se puede desalentar desde las alturas del poder. Por dos simples razones; una,  el estándar de vida de la población es diferente al que tenían hace dos décadas, ahora están más expuestos a los bienes que ofrece el mundo moderno. Y la otra, que la gasolina es una de las más baratas del mundo.  El precio del combustible no se equipara con los costos de los países altamente desarrollados. Decían los clásicos chinos que la globalización hay que agarrarla con dos manos; con una, los beneficios materiales, educativos, tecnológicos, económicos y financieros; y, para dominarla, con la otra, afianzar la cultura interna, los valores tradicionales y el confucianismo.

Esta tendencia de estatus, crecimiento económico y movilidad genera un grave problema estratégico para China. Sus reservas probadas de petróleo, de continuar al ritmo de consumo actual durarán menos de dos décadas. Como dice los sabios chinos, para explicar el presente hay que recurrir al pasado. China tuvo antes de las Guerras del Opio, una de las rutas comerciales más sofisticadas del mundo. Les permitía llevar los productos a los mercados más remotos del territorio, transitar de Este a Oeste y de Norte a Sur, a través de una de las orografías más accidentadas del orbe. Lo lograron gracias a que desde las dinastía Song hasta la Ming, el institucionalismo fue uno de los baluartes de la construcción del estado. Los notables, los señores más distinguidos de la nobleza, llegaban a esos niveles a través de haber acreditado los exámenes de enseñanza superior. Ellos, los nobles tenían a su cargo el cobro de impuestos y la organización infraestructural del país. Irrigación, infraestructura, aduanas, etc., el orden y la modernidad giraban en torno a ese grupo distinguido de notables. En China, los desafíos siempre se han superado. Incluso después del siglo de la humillación, por las intervenciones de los imperios extranjeros, la historia ha sido derrotada

De 1970 a 1980, China fue un exportador de petróleo, pero usaron esos ingresos para dar el gran salto a la modernidad. No los destinaron a una partida secreta gubernamental, tampoco los usaron para pagar los altos salarios de los amigos, que sin méritos, obtienen jugosas carteras ministeriales (secretariales).

China, a partir de 1993, se convirtió en un importador neto de petróleo. La importaciones petroleras alcanzaron en abril de este año los 5.2 millones de barriles por día. En 2010 China importó el 56 por ciento del total de petróleo que consumía y, de continuar esta tendencia,  es probable que a finales de 2011, ese porcentaje se eleve por arriba del  63 por ciento.

China espera incrementar la capacidad de sus refinerías de petróleo para 2015, para ser capaces de refinar unos 6.23 millones de barriles de petróleo por día, un incremento de 2 millones de barriles más que la capacidad que actualmente tienen. Además plantea acelerar la exploración interna a fin de producir 4 millones de barriles diarios para el 2016. China lo puede lograr porque en ese país se privilegia la sabiduría, la inteligencia, la técnica y la tecnocracia. El desafío es enorme pero están haciendo su tarea. Si se observa la composición actual del gabinete de Hu Jintao y Wen Jiabao, se notará con facilidad dónde están ubicados los más preparados. Y para no dejar dudas de la continuidad del éxito chino ya se prepara al gran líder de la renovación que asumirá el poder en 2012: Xi Jinping.

La estrategia que emprende China no sólo es nacional sino también internacional. China ha adquirido derechos de exploración y producción petrolera en Kazajstán, Rusia, Venezuela, Sudán, África Occidental, Irán, Arabia Saudita y Canadá. Pero a pesar de estos  esfuerzos de diversificación estratégica, China  depende cada vez más del petróleo del Medio Oriente, hoy en día, el 58 por ciento de sus importaciones provienen de esa región. Para el año 2015, la proporción de petróleo importado de Medio Oriente será del 70 por ciento.

La política exterior china, hay que remarcarlo, es un paradigma de negociación entre su historia y su presente con el mundo, tiene detrás de todo acuerdo una proyección de largo plazo. China con Medio Oriente no tiene conflictos estructurales de valor estratégico, pero sin embargo mueve cuidadosamente sus piezas. La historia china, en el contexto regional, tiene un posicionamiento de adaptación a la religión musulmana, es una experiencia que ahora le rendirá frutos, sobre todo a la hora de entablar diálogos diplomáticos con Medio Oriente.

La presencia del islam en China tiene un antecedente de más de 1,300 años y, en una especie de crisol cultural, se ha fusionado de manera extraordinaria con la tradición milenaria del país en una interesante síntesis dialéctica cultural. Durante los siglos 17 y 19, se produjeron interesantísimos textos confucianos e islámicos de gran valor cultural que constituyen un raro ejemplo de síntesis de la profunda filosofía islámica en un idioma no musulmán. La caligrafía china-árabe es una sorprendente adaptación del arte sagrado de Oriente Medio con la estética formal de la cultura china. Las regiones musulmanas chinas, aunque en ocasiones manifiestan estallidos de inconformidad porque los beneficios económicos a sus comunidades no se equiparan con sus aportaciones, el progreso y la modernidad poco a poco les empieza a llegar y con ello el impulso de un nacionalismo chino en las regiones musulmanas.

En consonancia con el contexto económico interno,  la política exterior china redefine sus conceptos en base a un posicionamiento geoestratégico de seguridad.  Hasta hace poco, en mayo de 2008, Japón ocupaba el segundo lugar en el consumo mundial de petróleo, hoy ese lugar lo ocupa China. La política de las Cuatro Modernizaciones  de China: la agricultura, la industria, la ciencia y tecnología está ahora al amparo de una defensa estratégica que se diseña desde el interior, se construyen en cada rubro amplios consensos. Se delinea una política pública que permita a las cuatro modernizaciones contar con un marco geoestratégico que asegure las rutas de su movilidad. Entre, otros muchos esquemas está el suministro de petróleo y materias primas.

La estructura de ese marco geoestratégico especifica cuatro rubros principales: uno, intensificar la cooperación y el diálogo con los países exportadores de petróleo; dos, elaborar un plan nacional de gran envergadura tecnológica y financiera para incrementar las reservas probadas de petróleo; tres,  asegurar el suministro de petróleo a través de fortalecer las relaciones financieras, tecnológicas y económicas con las regiones donde hay un alto potencial energético; y cuarto, diversificar la dependencia energética, mantener el orden y la paz mundial y proteger  las rutas de petróleo.

Esta política exterior encuentra en la diplomacia multilateral un buen instrumento de negociación, aquí el pasado y el presente están fuertemente entrelazados, hay antecedentes de dominio de China en Asia que pudieran poner en peligro esta estrategia. Por ello, las relaciones con la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ANSEA), entre ellos Indonesia, Malasia, Filipinas, etc., son de de tinte liberal (contrario sensu a la realista), es decir, utilizar el marco  conceptual normativo del esquema multilateral regional y no la fuerza para limar las asperezas de los conflictos que han existido entre los chinos de ultramar, por su poder económico y social, con la cotidianidad de los malayos, filipinos e indonesios. Esos “raspones”, han dejado cierto resentimiento entre las elites de poder de los países miembros de la ANSEA.

Indonesia, uno de los países con mayor población musulmana, aunque ha dejado de ser un importante productor de petróleo (de un millón y medio de barriles por día en 2003 a un millón en 2011), es un importante interlocutor dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

Malasia, otro país musulmán, aunque su producción es baja (un poco más de medio millón de barriles diarios), tiene un alto poder de liderazgo en la región de Asia-Pacífico. El país es heredo, de alguna manera, del alto perfil que gozó el Dr. Mahatir.

Filipinas, que emprendió hace dos años la producción de biodiesel  (con el fin de mejorar el ingreso de los campesinos) y aunque su producción de petróleo de origen fósil es muy baja (por arriba de 220 mil barriles de petróleo por día), su propuesta de energía limpia es del interés de China.

Otro ejemplo de diplomacia regional, lo forma con el Foro para la Cooperación China-África (FOCAC), cuyo objetivo de política exterior es resolver, en la corresponsabilidad las necesidades sino-africanas.

En América Latina las inversiones chinas se concentran  principalmente en Venezuela, se ha construido una alianza empresarial estratégica con la petrolera estatal venezolana y las compañías  CNPC y PDVSA. Uno de los puntos salientes de la estrategia petrolera venezolana es la ampliación de las operaciones de China National Petroleum Corp., con la cual se perfila la extracción conjuntamente con las empresas estatales de hasta 1 millón de barriles diarios de crudo venezolano (fundamentalmente en la Faja del Orinoco).

Venezuela planea la construcción de tres refinerías en territorio chino con una capacidad conjunta de 800 mil barriles diarios. Esta alianza estratégica incluye la formación de un fondo  6 mil millones de dólares, que China presta a Venezuela para apalancar proyectos sociales y de infraestructura.

El tiempo nos dirá si China logra conciliar el pasado con el presente para continuar con la carrera ascendente hacia la modernidad y en ello la política exterior energética es una herramienta de gran valor estratégico.

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