Editorial

Heladio Ramírez exige al Gobierno atender al campo

Señoras y señores:

pag57-183Me corresponde hoy asumir la coordinación del grupo plural del Senado de la República para seguir avanzando hacia los propósitos de construir la Reforma Integral que necesita el Campo mexicano.

Permítanme expresar, más allá de la simple cortesía, el testimonio de mi reconocimiento al senador Guillermo Padrés Elías, por su actitud de pleno respeto a la pluralidad que nos identifica. Al mismo tiempo me es grato saludar con mi más profundo agradecimiento a todos los que hoy nos honran con su presencia y solidaridad.

El día de mañana se conmemora El Día Mundial de la Alimentación. Es necesario recordarlo para que no se olvide que un Apocalipsis alimentario sigue recorriendo las sociedades del mundo. ¿Acaso el derecho a la alimentación ya es una realidad?. Hoy sabemos que la crisis alimentaria sólo desapareció de los titulares de los diarios, pero que subsiste, y a ella se agregan la crisis financiera, la energética, la de seguridad pública y el cambio climático, fenómenos que están lastimando severamente el bienestar de los pueblos. Los países ricos, se ha dicho, temen por una recesión, mientras que 950 millones de pobres, ya no pueden darse el lujo de comer.

¿Qué se puede hacer? Vivimos la realidad de un mundo que está pagando muy caro los excesos de un modelo económico que se está colapsando y con él nuestro futuro. El mercado no ha podido ni siquiera salvarse asimismo. Sus fundamentos ideológicos han llevado a la ruina a sus propios creadores y mentores. ¿Cómo y cuánto repercutirá este desplome de la economía mundial en nuestro campo? ¿Cómo enfrentará el gobierno las consecuencias de esta crisis profunda que indudablemente afectará a nuestra agricultura de por sí ya incosteable por los elevadísimos costos de producción y por la débil institucionalidad en que hoy se sustenta?.

Esta crisis en los grandes centros financieros del mundo, inevitablemente dejarán secuelas; efectos preocupantes que ya están apareciendo: la especulación que propicia la inestabilidad de nuestra moneda; la caída de las remesas; el desempleo creciente en el medio rural; la amenaza latente de una espiral inflacionaria que indudablemente perjudicaría primero a los que menos tienen. No podemos ni debemos encarar esta situación con pesimismo y con un espíritu en derrota, pero tampoco con un optimismo imprudente o con la miopía incurable que ve al campo color de rosa, y que evita que reflexionemos con serenidad los pasos que debemos dar para enfrentar lo inevitable.

pag58-183Estamos ante un momento crucial que nos pone, por eso, ante la más grande oportunidad, quizá irrepetible, de construir una política de Estado para el campo que posibilite el surgimiento de una nueva sociedad rural. La gravedad y la urgencia son de tal magnitud que nos involucra a todos, más allá de nuestros compromisos partidarios, a pensar en un nuevo orden, y en la reforma sustancial de nuestras instituciones, para actualizarlas. Es lo que nos propusimos en el Senado de la República con la Reforma del Estado.

El tema del campo, percibido por muchos como un problema de la economía, es sin embargo, desde mi perspectiva, un asunto de la política. Son la política y los políticos los que tenemos que dar respuestas a la pobreza y la desigualdad reinantes en el campo. Los que tenemos que hacer un replanteamiento a fondo de las políticas públicas que revitalicen el agro nacional; crear las estructuras jurídicas e institucionales para definir con claridad el papel que juega la política agrícola dentro del desarrollo rural. Crear leyes nuevas o actualizar las obsoletas, para ajustarlas a la realidad. Nos corresponde la responsabilidad social de evaluar en esta hora en que se está globalizando la angustia de los pobres, si basta con las leyes para construir un campo más competitivo y viable, o si es necesario, a partir de ellas, acudir a un gran acuerdo, político y económico, para fijar las metas y las estrategias que aseguren el bienestar y la seguridad alimentaria de la nación.

Es hora de resolver en el campo, lo que la mano invisible del mercado vino a descomponer. Destrabar las potencialidades regionales y micros regionales obstruidas muchas veces por la actitud arrogante de la burocracia centralista, para devolver a las entidades federativas y a los municipios su verdadera soberanía que consiste en decidir y conducir por sí mismos sus procesos agroalimentarios y la diversificación de su economía rural; fortalecer nuestro mercado interno; encontrar las respuestas de los políticas públicas para enfrentar la debilidad estructural del sector de la economía campesina, reflejada en un campo descapitalizado; improductivo; sin ideas para retener a sus jóvenes; depredados sus recursos naturales; tecnológicamente obsoleto; con un sistema educativo plagado de contenidos anacrónicos como expresión lamentable de su atraso.

El campo mexicano no puede esperar más: La crisis profunda que vive el mundo lo pone en riesgo, si no descifra pronto “cómo hacer” “con qué hacer” y “con quién hacer”. Por ello requiere con apremio una política transformadora que devuelva la confianza, la certidumbre y la creatividad a todos los productores. Durante mucho tiempo ensayamos programas y estrategias que profundizaron la injusticia y la iniquidad. Modernizamos el norte concentrando recursos e infraestructuras productivas, pero descuidamos el sur donde hoy se acumulan el atraso y la pobreza.

Sustentamos el desarrollo del campo sobre bases depredadoras de los recursos naturales y olvidamos que los mexicanos somos una nación pluriétnica y pluricultural. Se confrontó al ejido y a las tierras indígenas con la propiedad privada, y olvidamos que ambas formas de tenencia de la tierra son hijas de la Reforma agraria; dos hermanas que con el tiempo evolucionaron desigualmente, como producto de un pensamiento económico que trastocó los valores de esos dos sectores sociales. A unos los hizo evolucionar como empresarios y patrones, a otros los dejó como jornaleros y peones; unos acumularon recibiendo los apoyos de la infraestructura del Estado, otros se quedaron atrapados en el paternalismo y de los programas del asistencialismo.

¿Cómo corregir ese descuido de nuestro proceso de desarrollo que por un momento llegó a alimentar las llamas de la lucha clasista en el campo mexicano? A estas alturas de nuestra historia nacional, luchamos por cerrar esa profunda deformación estructural, acortar la distancia que separa a los que mucho tienen de los que carecen de lo indispensable, y, entre todos, construir un horizonte de cooperación y solidaridad, sepultando así el dogma del “sálvese quien pueda” que sustenta el mercado.

Mis reflexiones no obedecen hoy sólo a una posición ideológica clasista. Responden a la conciencia del enorme desafió que tenemos los senadores de la República y los diputados federales y locales, para encontrar las coincidencias y las vías comunes necesarias para enfrentar la sería enfermedad que sufre el cuerpo social de nuestra geografía rural.
De las nuevas leyes que debemos impulsar debe surgir el campo del siglo XXI. En un país plural y diverso como el nuestro, deben ser las políticas diferenciadas las que atiendan esa diversidad. No se puede imponer una política uniforme y recetas ajenas a realidades diferentes. Productividad, ingreso y diversificación –que significan investigación y capacitación, apoyos directos al productor y la especialización de cultivos, donde tenemos ventajas comparativas– deberán ser elementos fundamentales en la concepción de la política agrícola que responda, por una parte, a los grandes objetivos nacionales del país y, por otra, a los estatales-regionales, relacionados con los intereses de los productores.

Estamos obligados a encontrar respuestas contundentes para quienes viven hoy con pocas opciones de desarrollo en la geografía rural de la pobreza. Sabemos que sin el apoyo del Estado, sin una ley de inversión rural que fomente actividades productivas que generen trabajo y riqueza, estos compatriotas nuestros cuya única ventaja comparativa era su mano de obra, hoy desplazada ya por la tecnología, podrían ver profundizada su marginación por el funcionamiento darwiniano del modelo económico vigente.

Todo ello implica una reingeniería estructural del marco institucional del Estado. Eso nos proponemos. Por eso convocaremos a todos los sectores productivos, productores primarios y empresarios agroalimentarios, investigadores y académicos, a darnos su experiencia, su versión, su propuesta, la defensa de sus intereses, porque todos son necesarios e importantes para reactivar la vida del sector rural. La presencia de todos ustedes hoy es una estimulante manifestación en este propósito. La solidaridad de la Junta de Coordinación Política del Senado, de nuestros amigos diputados encabezados por el Presidente de la Mesa Directiva; de la CONAGO, a través de quien preside la Comisión Agropecuaria; del Frente Nacional de Legisladores del Sector Rural, significan la prioridad que merece el campo mexicano; el aire fresco en medio de la turbulencia de las incertidumbres.

Trabajaremos juntos en la reforma integral del campo mexicano, con la convicción de que en el sector rural nada es posible sin los productores, pero también con la clara conciencia que nada es duradero sin las leyes y las instituciones.

Mostrar más

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button