Enrique Peña Nieto
Miseria es el paso siguiente a la pobreza. Nuestro país cuenta ya 30 años de avance ininterrumpido de penurias. Cada año disminuyen los empleos, el poder adquisitivo de la moneda, mientras van al alza los precios de los artículos básicos alimentarios, de la ropa, del transporte público, de las rentas inmobiliarias y de las medicinas. En resumen según las cifras oficiales, el número de pobres sobrepasa los 40 millones de connacionales. Casi la mitad de la población total. El fracaso de la política presidencial es inocultable.
En los doce últimos años gobernados por panistas, los gobiernos no han sabido cómo aumentar el poder adquisitivo de la moneda y el salario mínimo, y los sueldos en general, mal funcionan como barrera a la pobreza. A eso se añade una absoluta indiferencia por intentos para alentar el ánimo público, con mensajes positivos o encauzarlo en campañas de superación personal. Vamos, ni siquiera el incesante apetito de dinero de los estratos empresariales, realiza campañas promocionales de ahorro. Lo más, y eso nació en el seno del sector obrero, es facilitar el acceso a la compra de vivienda de interés social.
En resumen, se carece de metas y hace falta un liderazgo nacional para sacudir el marasmo, el pesimismo, romper con la rutina y el rígido círculo vicioso de siempre chocar con los mismos intereses negativos, en lo político, en lo económico y en el cada vez más disminuido mercado laboral.
En cada nuevo sexenio presidencial se encienden ciertas luces de esperanzas, de renovación y aunque suene desgastado de cambios profundos, con fuerza para sacar provecho del vasto capital humano hasta ahora desaprovechado.
Hasta los más pesimistas esperan el aliento y la idea renovadora de Enrique Peña Nieto, hasta ahora cuanto en las promesas. Tanto para los estratos políticos, universitarios, intelectuales, como sindicalistas. Peña Nieto está llamado a renovar, debido a ser ajeno a los grupos cerrados nacionales de poder; viene de una provincia, lo cual obliga a mayor realismo en las expectativas y en el procedimiento; por hábito es menos centralista y más habituado a compartir criterios en la solución de problemas.
Algo no menos importante es la representatividad de una nueva generación en el poder. Prueba son las decenas de nuevos presidentes municipales con verdadero arraigo en los electores y no en los círculos estrechos del maligno cacicazgo.
Ha mostrado su intención plural al rodearse de colaboradores heterogéneos en cuanto al origen a corrientes caciquiles y se ha atrevido a desafiar al priísmo ortodoxo con nombre de mujeres, rescatados de la corriente del escándalo y también sin temor a los mismos malolientes como el de otra profesionista cuyo apellido es sinónimo de desprestigio. Es lo que hay.
Tampoco podrá hacer milagros. Pero hay nombres y hombres con prestigio y conocimiento a la espera de ser convocados para teñir de grandeza sus decisiones y despertar el ánimo de colaboración en esa gran mayoría huérfana de compromisos inconfesables y cuya inteligencia agregaría prestigio y aliento de éxito a la difícil tarea por venir.
Dentro de ese panorama destacan en lo inmediato: asegurar el abasto alimenticio en primer término y detener el alza a los precios de energéticos, incesantes factores inflacionarios, único camino económico explorado y ejercido en este sexenio entregado al aburrido, estéril juego de policías y ladrones. Por el bien del país, la renovación deberá ser de fondo y de forma.
Por Alfredo Leal Cortés