Energía

Disyuntiva a 75 años de la Expropiación Petrolera

Este 18 de marzo se cumple el 75 aniversario de la expropiación petrolera, una decisión que tomaron y respaldaron los mexicanos de 1938, de acuerdo con las necesidades y las circunstancias de su tiempo. Los mexicanos de hoy, tenemos que asumir los desafíos, las oportunidades y las responsabilidades que nos toca afrontar en este momento y de cara al futuro.

Hoy es claro que el modelo energético que ha sostenido el país durante décadas está agotado y nos cuesta muy caro en inversiones sin realizar, empleos no generados, crecimiento restringido y el riesgo de que estos costos de oportunidad se tornen en un declive difícil de revertir.

Se necesita una reforma profunda, de acuerdo a lo que le conviene a México en su realidad actual, y no acotada por mitos y dogmas anacrónicos, que suelen utilizarse para confundir y mentir, como instrumento de manipulación política o para perpetuar intereses creados, con altas dosis de corrupción y despilfarro.

La historia debe servir para orientar las decisiones que hoy tenemos que tomar, no para vivir atados a ella, sin visión de futuro y perdiendo oportunidades para el progreso y el bienestar de todos los mexicanos.

La Ley reglamentaria del Artículo 27 Constitucional de 1939, no se oponía a la celebración de contratos con particulares para que llevaran a cabo trabajos de exploración, por cuenta del gobierno,  a cambio de compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos obtenidos.

Tampoco se prohibía la participación privada, mediante concesiones, en refinerías y oleoductos, que hoy sólo pueden ser operados o construidos por Pemex, siendo que tenemos que importar un volumen creciente de los combustibles y petroquímicos que consumimos. La paraestatal se ha visto obligada a invertir y crear empleos en el extranjero ante las restricciones en esta área.

Pasaron cerca de 20 años desde la expropiación para que el marco jurídico asumiera el modelo actual, que a la fecha es insostenible, y nos pone ante la disyuntiva de emprender una reforma que haga del sector energético una palanca real de desarrollo sumamente poderosa o administrar un estancamiento con tendencia al deterioro.

La reforma energética es una oportunidad única para los mexicanos, la gran apuesta del sexenio, que exige modernizar el marco jurídico, como se reconoce en el Pacto por México.

Hoy tenemos uno de los esquemas regulatorios más restrictivos del mundo en materia energética. Pemex necesita socios con los que compartir riesgos para sacar adelante proyectos que suponen grandes inversiones y la adopción de tecnologías con las que no contamos.

Este es un camino similar al que siguen prácticamente todos los países y todas las compañías petroleras del mundo, estatales y privadas.  No implica ni privatizar, ni que el Estado ceda la rectoría petrolera,  ni perder soberanía. Que no se engañe con estas ideas.

El sector empresarial apuesta por el futuro: no a una privatización de Pemex, sí  a un aumento exponencial de la inversión productiva y creadora de más y mejores empleos, sumando las capacidades del Estado y de la iniciativa privada, para generar más ingresos para la nación, empleos y oportunidades para todos, recursos que se traduzcan en bienestar tangible para la población, bases para el crecimiento y la competitividad de nuestra industria.

No basta con cambios administrativos o a medias; no lo permite la situación financiera de Petróleos Mexicanos, con su deuda, sus pasivos laborales y pérdidas, cuando todas las otras grandes petroleras están entre las empresas de mayor crecimiento en utilidades y proyectos de inversión en el mundo. Debe tener autonomía, operar fuera del presupuesto de Hacienda y margen de maniobra para asociarse con otras compañías bajo un esquema ganar-ganar.

Si México no toma decisiones acertadas en materia energética, nuestra capacidad para superar una amplia gama de desafíos sistémicos, incluida la estabilidad macroeconómica, se verán seriamente comprometidos.

La economía se ha diversificado, pero nuestras finanzas públicas siguen petrolizadas en más de una tercera parte. La producción de crudo ha caído casi 25% en una década, de un pico de alrededor de 3.4 millones a 2.6 millones de barriles diarios, y consideramos remota la posibilidad de que de manera inercial, puedan recuperarse los niveles de más de 3 millones de barriles diarios.

A este paso, sin cambios, podríamos convertirnos en importadores netos de hidrocarburos en los próximos 10 años, con un cese de las exportaciones a Estados Unidos, donde tiene lugar un gran relanzamiento energético e industrial con base en el gas shale, que podría darle la autosuficiencia energética en ese mismo lapso de tiempo. El gran reto de la región de América del Norte es lograr la integración y autosuficiencia energética, para recuperar los niveles de competitividad que habíamos perdido.

Mientras tanto, nuestra industria enfrenta incertidumbre en el abasto de gas en cuanto a precio y suministro, lo cual socava nuestra competitividad y el potencial de atracción de inversiones.

El reverso del reto es la oportunidad: México está maduro para insertarse con una posición de privilegio en la reconfiguración energética global, que tiene como principal escenario a nuestra región. Podemos colocarnos en situación muy favorable para el impulso industrializador al que están llamadas varias zonas del país.

La necesidad de complementar la inversión estatal en hidrocarburos se sustenta en el hecho de que hemos entrado a una fase de extracción de petróleo y gas más compleja y de mayor costo, pero de enorme potencial: miles de millones de barriles de petróleo en aguas profundas del Golfo de México y probablemente el cuarto lugar en reservas de gas shale en el mundo.

Tenemos todo para ser un líder en la revolución energética global, pero si seguimos anclados por barreras de carácter político e ideológico, mientras se acentúa la subinversión de años y la renta petrolera se agota a cambio de gasto corriente, sólo veremos pasar de largo la gran oportunidad. Escribamos un caso de éxito, como el de Brasil, Noruega o Colombia, con sus empresas estatales. Es hora de apostar por el futuro de México y de todos los mexicanos.

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