DestacadasInternacionalPolíticaVes lo que no lees

“Cómo mueren las democracias”

Antes, las democracias morían a partir de golpes de Estado, cuando alguna fuerza militar deponía a los mandatarios legítimamente electos, disolvía el congreso o el parlamento, suspendía los derechos ciudadanos, impedía la libertad de prensa y reprimía a los inconformes.

Ahora, las democracias mueren de forma más sutil, porque mueren más lentamente y de forma casi imperceptible para la ciudadanía. Las democracias mueren a partir de gobiernos legítimamente electos, que destruyen el sistema que los llevó al poder.  Poco a poco, borran la división de poderes al capturar al legislativo y al judicial y ponerlos a su servicio, presionan y anulan a la prensa crítica y a las organizaciones de la sociedad civil, concentran el poder en una sola persona o en un grupo, polarizan a la sociedad y tratan a sus adversarios políticos como enemigos de la Patria, cambian las reglas electorales y se perpetúan en los cargos de representación política.

La muerte de las democracias modernas es la preocupación de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de la Universidad de Harvard, quienes el año pasado nos regalaron un excelente libro: Cómo mueren las democracia (How Democracies Die)1.

Estudiosos de la democracia, los autores señalan en su obra estar sumamente preocupados por lo que ocurre en Estados Unidos y añaden que esta situación los llevó a analizar la muerte de las democracias, a partir de diversos casos históricos, entre ellos el de Hugo Chávez en Venezuela, el de Alberto Fujimori en Perú y, por supuesto, el de Donald Trump en los mismos Estados Unidos.

Para los profesores de Harvard, la paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla.2

Pedagógicamente, los autores usan una metáfora deportiva para ejemplificar cómo las democracias llegan a su fin. Si la democracia fuera un partido de futbol, indican, los autoritarios apresarían o cambiarían a los árbitros, excluirían del juego a los mejores jugadores del equipo rival y reescribirían las reglas del juego en su propio beneficio, para desnivelar la cancha a su favor.3

Levitsky y Ziblatt nos dicen que los dictadores en potencia tienen puntos en común, por ello se pueden definir indicadores clave de comportamiento autoritario, que son señales claras de alerta que los ciudadanos deben aprender a distinguir. Estos indicadores son:

Primero, si hay rechazo o débil aceptación de las reglas del juego democrático. Por ejemplo, si se rechaza la Constitución o no se le quiere acatar, si se pretende adoptar medidas antidemocráticas o extraconstitucionales, o si se rechazan resultados electorales creíbles.

Segundo, si se niega la legitimidad de los adversarios políticos. Por ejemplo, si se describe a los rivales como subversivos, si se les considera como una amenaza al país o como delincuentes, o bien si se les acusa de ser aliados de un país enemigo.

Tercero, si hay tolerancia o fomento de la violencia. Por ejemplo, si hay nexos con organizaciones violentas, si se ha impulsado el linchamiento de los adversarios, o se ha elogiado la violencia.

Y cuarto, si hay predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición y los medios de comunicación. Por ejemplo, si se han aprobado leyes que limiten el derecho de manifestación o las críticas al gobierno, si se amenaza a los críticos o disidentes con acciones legales y punitivas, o bien si se ha elogiado medidas represivas adoptadas por gobiernos de otros países.

Los autores también hacen énfasis en dos reglas no escritas —que fueron básicas de la democracia estadounidense durante años— que han empezado a transgredirse. La primera es la regla de la tolerancia mutua, que significa aceptar que los adversarios electorales tienen el mismo derecho a existir, competir y gobernar y que, por lo tanto, son contrincantes legítimos. Ello implica no ver a los adversarios electorales como enemigos del país ni como traidores a la Patria. Esta regla se rompió, por ejemplo, con las amenazas de cárcel a Hillary Clinton en la campaña presidencial de 2016, que es algo que no se había visto en comicios anteriores.

Y la segunda regla es la autocontención de los poderes. Esto quiere decir que el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial deben abstenerse de realizar prácticas duras, aunque la Constitución lo permita, en perjuicio de los otros poderes, porque ello va erosionando a la democracia y la misma división de poderes. En este caso estarían las llamadas acciones ejecutivas de los últimos dos presidentes norteamericanos, que buscaron saltarse la aprobación legislativa de las medidas que impulsaron y, más recientemente, también estaría el cierre parcial del gobierno que realizó a principios de año el presidente Donald Trump, con el fin de presionar al congreso para que aprobara recursos destinados a la construcción de un muro en la frontera con México.

La violación de estas dos reglas no escritas, nos dicen los profesores de Harvard, abonan al autoritarismo.

Ante el peligro que implica para la democracia las medidas autoritarias, los autores exhortan a la ciudadanía a detectar las señales de alerta, a tomar conciencia de los riesgos y a unirse para proteger sus derechos y libertades. Mencionan que mientras las personas tengan valores democráticos, la democracia estará protegida, pero que si la ciudadanía responde a los llamados autoritarios, entonces ciertamente estará en peligro.4

¿Qué lecciones de esta obra podemos extraer para nuestro país? Seguramente pueden hacerse muchas lecturas de esta excelente obra.

Sin embargo, empecemos por resaltar lo que nos ha costado a los mexicanos construir nuestro actual sistema democrático electoral, que es fruto de más de 40 años de esfuerzos continuos, desde la Reforma Política impulsada por Jesús Reyes Heroles en 1977, la cual buscó lograr elecciones auténticas en las que las fuerzas de oposición pudieran competir electoralmente y tener la oportunidad de ganar.

A través de la Reforma se reconoció, por ejemplo, al Partido Comunista que estaba proscrito y, además, se acompañó de una amnistía para aquellos que habían tomado las armas con fines políticos.

Con los años, vinieron varias reformas constitucionales más que fueron consolidando nuestro entramado democrático institucional. Se logró sacar la organización de las elecciones de las facultades de la Secretaría de Gobernación, para crear un instituto autónomo, ciudadano y profesional que las realizara, que fue el Instituto Federal Electoral, hoy Instituto Nacional Electoral (INE).

Se consiguió también que las elecciones federales dejaran de ser calificadas por un colegio electoral constituido por legisladores triunfantes (que calificaban con criterios partidistas), para otorgarle esa función al Poder Judicial de la Federación a través de un tribunal electoral.

La justicia electoral dirime ahora los conflictos entre partidos y pacifica la lucha por el poder, haciendo que los contendientes electorales respeten las reglas del juego democrático establecidas por el Poder Legislativo.

También se avanzó hacia una cancha más pareja entre contendientes, hacia condiciones más equitativas entre las opciones partidistas, a fin de que todos los candidatos tengan oportunidades reales de triunfar en las elecciones.

De manera paralela, nuestro sistema constitucional ha ido funcionando cada vez de mejor manera a través de una real división de poderes y el establecimiento de organismos autónomos que impulsan importantes políticas de Estado o causas democráticas, como el Banco de México (Banxico), la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) y el  Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), entre otros.

Además, ha habido un gran avance en reconocimiento de Derechos Humanos en nuestro país, a través de la Reforma Constitucional de 2011, que estableció que los tratados internacionales están al mismo nivel que la Constitución, así como el principio pro persona.

A estos avances, podemos sumar una ciudadanía cada vez más informada, más responsable de los asuntos públicos y más vigilante y exigente de sus autoridades.

Estas condiciones fueron esenciales, sin duda, para que en 2018 tuviéramos las elecciones más importantes, grandes y vigiladas de nuestra historia, en las que estuvieron en disputa más de 18 mil cargos públicos, incluyendo los municipales.

Como sabemos, la ciudadanía otorgó su voto y su confianza a una opción política con más de 30 millones de sufragios. Sin embargo, esta confianza no significa un cheque en blanco. En toda democracia la mayoría debe respetar los derechos y las libertades de las minorías. La Constitución y sus principios están por encima de la voluntad popular.

Vencedores y perdedores en las elecciones, autoridades legítimamente electas y la ciudadanía en su conjunto, están llamados a defender las instituciones y las reglas democráticas, que los mexicanos hemos construido a través de la historia. La democracia exige demócratas.

Debemos todos impulsar los principios y los valores de la democracia como son la tolerancia, el respeto y el diálogo; la libertad de expresión, de crítica y el disenso.

Debemos fortalecer y promover las reglas democráticas no escritas, que señalan Levitsky y Ziblatt, como la tolerancia mutua y la autocontención de los poderes, a fin de evitar prácticas que erosionen poco a poco la democracia, sus instituciones y sus principios.

Y en el discurso público hay que evitar la polarización social que divide y destruye a las sociedades. Nunca debe verse a los adversarios políticos o electorales como enemigos de México o traidores a la patria, nunca debe negárseles la posibilidad de existir, competir y ganar.

En este mismo sentido, podemos también citar a Mahatma Gandhi quien escribió: Honremos a nuestros adversarios reconociendo que tienen la misma sinceridad de intenciones y motivos patrióticos que queremos que los demás nos reconozcan a nosotros.5

Las democracias viven y perviven a partir de sociedades plurales en las que se dialoga, se acuerda y se trabaja en equipo, ese es el camino para evitar que algún día llegue su muerte.

1 Levitsky, Steven y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, México, Ariel, 2018.

2 Ibidem, p. 16

3 Ibidem, p. 95

4 Ibidem, p. 30.

5 Young India, 4 de junio de 1925, p. 193 citado en Gandhi Mohandas, Escritos esenciales, España, Sal Terrae, 2004, p. 276.

Por Rodolfo Jiménez González

Exclusiva para Macroeconomía.

Mostrar más

Articulos Recientes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button