Trump y China: Guerra Comercial
Hoy en día es fundamental entender la relevancia de las relaciones económicas y comerciales entre China y EE.UU. para ambos países e incluso para la paz y el desarrollo del mundo.
Es importante tener en mente el análisis de la conocida organización The Conference Board de Nueva York que publicó sobre la relación entre las dos economías más grandes del mundo, donde se señala que basado en las exportaciones de servicios y mercancías con valor añadido, “el déficit comercial estadounidense con China en 2014 fue de 200 mil millones de dólares, o casi la mitad del déficit de 360 mil millones sobre la base de datos comerciales tradicionales”. Además, destaca que “China es el mayor importador de alimentos y energía del mundo, con compras de aproximadamente del 20 por ciento de las exportaciones mundiales en ambos sectores. También es el cliente dominante para muchos pequeños países ricos en energía. En 2015, China compró entre el 40 y el 90 por ciento del petróleo crudo producido por Congo, Angola, Omán, Yemen y Sudán del Sur”. Así mismo, revela que las exportaciones con valor agregado de EE.UU hacia China fueron equivalentes a 0.7 por ciento a las producciones económicas nacionales. Y que las exportaciones de valor añadido de China hacia EE.UU, por el contrario, fueron equivalentes a aproximadamente el 3 por ciento de su producto interno bruto, lo que sugeriría que Beijing posiblemente tendría más que perder en cualquier enfrentamiento comercial con la administración Trump.
Sin embargo, la economía estadounidense también se vería impactada. Esto en virtud de que los consumidores de EE.UU también serían afectados con mayores precios. El impacto inmediato de una guerra comercial entre EE.UU y China sería peor para Beijing en principio pero en el mediano plazo afectaría a las dos partes y a terceros en el largo plazo.
Donald Trump se ha metido, el mismo, en una red de conflictos de la cual no ha salido y se ha enredado en ellos tales como: el vínculo con Rusia, el muro, la burocracia estadounidense, el supremacismo, el apoyo al Brexit, la denuncia del acuerdo de París, su aislamiento del G20, el asunto de Corea del Norte, la confrontación con China, etc. Pero de todo ello, por alguna de esas razones que “sólo el presidente de Estados Unidos parece entender”, decidió abrir dos grandes frentes comerciales importantes al mismo tiempo. La renegociación del TLCAN con México y Canadá y la confrontación comercial con China.
Comparto la interpretación que hace al respecto, Enrique Campos en El Economista, al resaltar que “China no tiene empacho en advertirle a Estados Unidos que no juegue con fuego y que no pretenda presionar al gobierno chino con el tema de Corea del Norte para obtener ventajas comerciales. Son asuntos diferentes. Cuando China advierte a Washington que habrá consecuencias no es porque esté pensando en un bonito encuentro de negociadores, con cuarto de junto y mesas negociadoras como lo hace con sus socios de América del Norte. Implica que aunque se acuse a China de robo de propiedad intelectual simplemente tiene poco margen de maniobra para presionar por la vía comercial a ese gigante que tiene como respuesta nada conciliadora la advertencia del desastre mundial que implicaría una guerra comercial”.
Trump ha dicho, como lo reseña Jeff Guo del Washington Post, que “no está en contra del comercio per se, sino que quiere negociar mejores acuerdos para Estados Unidos. Pero la promesa de Trump de seguir una estrategia comercial más combativa y proteccionista ha desestabilizado incluso a los aliados cercanos como Canadá y México”. Uno de los primeros actos de Trump en el cargo fue retirarse oficialmente del TTP o Acuerdo de Asociación Transpacífica, acuerdo comercial masivo en el que participaban 12 países, entre ellos Canadá, México y Japón, tres de los principales socios comerciales de Estados Unidos. El presidente dijo que preferiría hacer muchos acuerdos comerciales por separado, uno a uno”. Por ello, China está explorando abiertamente otras opciones de comercio. En ese tema, China ya está un paso adelante de Trump. El colapso del TPP, un esfuerzo dirigido por Estados Unidos que excluyó a China, abrió una ventana para la economía china y ésta está en conversaciones comerciales con muchos ex miembros de la TPP; y así crear en paralelo una nueva zona comercial de libre comercio donde EE.UU quedaría excluido: es el denominado Acuerdo Comercial Asiático (ACA).
Desde que Donald Trump juró como presidente de EE.UU, las críticas hacia China aumentaron. Le acusaba de devaluar o manipular de forma intencionada su moneda para beneficiar a su sector exportador. Trump “la amenazó con la imposición de aranceles. Lo anterior se agudizó tras la acusación directa a Beijing de una posible sustracción de patentes y propiedad intelectual a empresas estadounidenses”. En suma, con China la queja fue de que se hacía de una apropiación de patentes, marcas registradas, secretos comerciales y propiedad intelectual. Trump la ha vuelto a amenazar con la imposición de aranceles. Hechos que el Gobierno chino siempre ha negado.
El conflicto entre EE.UU y China se gestó en el inicio de la infausta crisis financiera del 2008 provocada por las instituciones bancarias estadounidenses. En 2016, el intercambio de productos entre ambas naciones ascendió a 648,200 millones de dólares. Sólo 169,300 millones corresponden a las exportaciones estadounidenses a China. En tanto 478,900 millones corresponden a las importaciones de EE.UU de China. Si tomamos el periodo de 2000 a 2016, el incremento de las importaciones de China por parte de EE.UU fue de 362 por ciento, China salió beneficiada ya que es el mayor proveedor de bienes manufacturados a ese país. Lo que es un hecho es que “la economía global también le ha traído a Estados Unidos un tremendo superávit de inversión y el intercambio comercial con China consecuentemente refleja un mayor consumo por parte de Estados Unidos, cuyo Producto Interno Bruto (PIB) per capita es siete veces superior al de China”. Estados Unidos tuvo un PIB de 18,561 billones de dólares en 2016, en tanto que China su PIB fue de 11,391 billones de dólares según el Fondo Monetario Internacional.
En pocas palabras, en el 2008, las exportaciones de EE.UU representaban el 8.1% del total mundial y las de China un 8.9%. En este 2017, las exportaciones de China sobre las exportaciones mundiales roza el 14% del total y la de EE.UU apenas supera el 9%. No obstante, de que el PIB per cápita de Estados Unidos es de $56,115 dólares mientras que el de China se estima en $8,027 dólares de acuerdo con el Banco Mundial. Esto, entre otras cuestiones, debido al diferencial del tamaño de la población existente en cada uno de esos países. Donde EE.UU tiene más de 327 millones de habitantes y China más de 1,387 millones de habitantes.
Lo que es cierto es que China produce una porción enorme de los bienes industriales que consume el mundo. De acuerdo a un estudio de la Cámara de Comercio Europea, China produce el 28% de los automóviles del mundo, el 90% de los teléfonos móviles, el 41% de sus buques y la mitad de su acero. A pesar de que más del 60% del sistema de generación de energía chino aún depende del carbón, el combustible fósil que más contamina.
En ese entorno y ante la afilada retórica de Trump frente a China, después del viaje de Xi JInping a EE.UU en abril del 2017, se cambió de la estrategia confrontacionista a una de diálogo que dio como resultado la firma de un acuerdo entre Estados Unidos y China, en mayo del 2017. Dicho acuerdo tenía el objetivo de ampliar los negocios entre ambas naciones. Así se dio un giro copernicano a la confrontación. Y de ser China “un enemigo económico” se le denominó “socio comercial”.
El Departamento de Comercio estadounidense, como lo publicó la BBC, dio la bienvenida a los inversores chinos tras anunciar el pacto que, según el secretario de Comercio, Wilbur Ross, reduciría el déficit comercial que su país registra con China. Los 10 puntos del acuerdo entre EE.UU y China fueron los siguientes: “1). China abre la puerta a la carne de res estadounidense. 2). China podrá comenzar a exportar pollo cocido a Estados Unidos. 3). Ocho productos biológicos estadounidenses, entre ellos los transgénicos, serán aprobados para su comercialización por la agencia de seguridad biológica china. 4). Estados Unidos permitirá a China importar gas natural licuado estadounidense.5). China permitirá a las firmas financieras extranjeras ofrecer a clientes chinos calificaciones crediticias. 6). Estados Unidos ampliará hasta por tres años una medida de “no acción” contra el banco de liquidación chino Shanghai Clearing House. 7). El gobierno chino deberá hacer los trámites necesarios para que empresas de pago electrónico cuyo capital sea 100% estadounidense puedan empezar a solicitar una licencia para operar en China con yuanes. Con esta medida, firmas como Mastercard o Visa podrán entrar al mercado. 8). Las autoridades estadounidenses se comprometen a no discriminar a los bancos chinos y aplicarles los mismos estándares de regulación que al resto de entidades financieras extranjeras. 9). China emitirá bonos del Estado y licencias de negociación de acuerdo a dos entidades financieras estadounidenses. 10). Estados Unidos reconoce la importancia del plan de inversiones y negocios impulsado por China bajo el nombre de la Nueva Ruta de la Seda”.
Con ese marco de entendimiento se atenuó la confrontación temporalmente tomando en consideración los flujos comerciales ya que China importa de EE.UU toda una serie de productos: aviones, películas de Hollywood, semillas de soja (China compra actualmente el 60% de las exportaciones estadounidenses de soja), jugo de naranja, heno, alfalfa, etc.
No obstante los avances logrados, el Departamento de Comercio de Estados Unidos tomó la decisión de aplicar impuestos antidumping a los exportadores y productores chinos de papel de aluminio en agosto del 2017. Hecho que podría generar el inicio de una guerra comercial entre China y EE.UU. y que podría tener efectos secundarios en otros productos y con otros países, situación que no beneficiaría en general al mundo del comercio y que podría desatar una guerra comercial.
La imposición de aranceles por parte de EE.UU podría afectar a productos chinos de una extensa variedad de sectores: productos electrónicos, máquinaria, jeans, juguetes, útiles escolares, paraguas, zapatos, foquitos de navidad, etc. Capital Economics, una consultora independiente que investiga la economía global, calcula que “si Estados Unidos dejara de comprar productos chinos, el Producto Interior Bruto (PIB) de China se reduciría en un 3%. Pero a su vez la industria de EE.UU. se vería afectada ya que China dejaría de comprar aviones tipo Airbus y las ventas de automóviles y iPhone estadounidenses sufrirían un revés al igual que las exportaciones de soja y maíz. El aumento del consumo en China y los potenciales 1,387 millones de consumidores de ese país se traduce en que China es un mercado que las compañías estadounidenses no pueden permitirse ignorar y mucho menos quedarse fuera”. Además, muchas de las compañías estadounidenses tienen sus fábricas principales en China y también serían golpeadas por cualquier tipo de imposición arancelaria a las importaciones.
La misma institución, Capital Economics, señala que los consumidores estadounidenses podrían llegar a tener que pagar hasta un 10% más por productos hechos en China si las tarifas propuestas por Trump fueran impuestas. Esos productos incluyen bienes como computadoras portátiles, refrigeradores y teléfonos celulares.
Para no seguir generando confrontaciones e incertidumbres inútiles, en este mundo de por sí convulso, Estados Unidos debería recurrir a las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y no a su sección 301 de la Ley del Comercio de EE.UU. de 1974, para resolver sus disputas comerciales con China y otros países. Dicha sección, como se sabe, “permite a los presidentes de EEUU imponer unilateralmente aranceles y otras restricciones comerciales a otros países”. Sin embargo, tras la entrada en funcionamiento de la OMC en 1995, Washington rara vez ha recurrido a ella. Pero como atinadamente señala el experto comercial, Dr. E. Brown, “para EEUU dejó de ser necesario emplear esa legislación, pues ahora tenemos un mecanismo efectivo de resolución de disputas dentro de la OMC. No obstante, la Administración Trump está desbaratando el compromiso de EE.UU con el comercio basado en las normas y décadas de trabajo“. Por todo ello, lo más conveniente es que EE.UU y China resuelvan sus disputas comerciales a través de la OMC. En ese sentido, China ha instado a las autoridades estadounidenses a acatar las reglas de la OMC.
En consecuencia, para evitar una guerra comercial EE.UU y China deben negociar un nuevo tratado comercial que abarque, entre otros asuntos, la industria siderúrgica, de aluminio, la inversión, las empresas estatales, las compras gubernamentales, los derechos sobre la propiedad intelectual, etc. Concuerdo con los expertos comerciales internacionales cuando afirman que “Estados Unidos debe valorar las actuales relaciones económicas y comerciales chino-estadounidense sólidas y el impulso de la cooperación. Cualquier acción de proteccionismo comercial estadounidense seguramente dañará las relaciones bilaterales y los intereses de compañías de ambos países”. Desde la reunión histórica entre los presidentes Trump y Xi Jinping en abril del 2017, las dos partes establecieron cuatro plataformas de diálogo de alto nivel, incluido el Diálogo Económico Integral China-Estados Unidos, trazaron un plan de cooperación de 100 días, además, determinaron el curso de la cooperación económica.
Un análisis de la BBC, reseña de una manera nítida la nueva realidad internacional al interpretar el pasado histórico rico en enseñanzas cuando destaca que Tucídides señaló: “Fue el ascenso de Atenas (China) y el temor que eso inculcó en Esparta (EE.UU) lo que hizo que la guerra fuera inevitable”. En nuestros tiempos, el temor es que China se convierta en esa Atenas ante una Esparta en la forma de Estados Unidos. Ante ello, “la cuestión definitoria del orden mundial para esta generación es si China y Estados Unidos pueden evitar caer en la trampa de Tucídides”. Lo anterior lo presenta Graham Allison, académico de la Universidad de Harvard, en su libro “Con destino a la guerra: ¿es posible que EE.UU. y China escapen de la trampa de Tucídides?”. En el pasado, subraya, “cuando las partes evitaron la guerra, se requirió de ajustes enormes y dolorosos en las actitudes y acciones no sólo del retador sino también del retado. Tucídides se enfocó en la inexorable tensión causada por el rápido cambio en el balance del poder entre dos potencias rivales. Y en ese sentido, nunca antes hubo un cambio tan veloz y trascendental como el ascenso de China”.
Graham Allison, nos recuerda muy bien la nueva realidad internacional cuando señala que: “Si Estados Unidos fuera una empresa… Después de la Segunda Guerra Mundial facturaba 50% del mercado económico mundial. En 1980 bajó al 22% y tres décadas de crecimiento de China redujeron al 16% la cuota de EE.UU. China pasó de representar el 2% de la economía mundial en 1980 al 18% en 2016.
En consecuencia se tiene que valorar la posición de EE.UU y China en la actualidad donde todo parece indicar que China está muy consciente de no caer en la trampa de Tucídides, “los líderes chinos parecen encontrar una nueva forma de ejercer poder e influencia: liderando un orden económico integrado en vez de aspirar al dominio militar”. Hecho que Xi Jinping reiteró en la última reunión del G20. Pero donde EE.UU, con Trump al frente, persiste en caer en la Trampa de Tucídides. Ojalá que en este último país alguien lúcido le haga ver a Trump la realidad y evitar la confrontación o guerra comercial que tendría consecuencias globales.
En lo que atañe a la crisis nuclear con Corea del Norte, China se ha revalorizado a los ojos de EE.UU como factor esencial para presionar a Pyongyang, organizar los encuentros a dos y seis bandas y participar en un eventual acuerdo multilateral de seguridad. EE.UU. necesita a China para la búsqueda de una solución a dicha cuestión.
Como bien afirma Ma. Cristina Rosas “que quien tiene el poder no desea compartirlo, mucho menos perderlo. Pero existe una diferencia clara entre lo que se desea y lo que realmente se puede hacer. Es aquí donde “The Choice. Global Domination or Global Leadership” del recientemente fallecido ex asesor de seguridad nacional de EE.UU -en la administración de James Carter-, Zbigniew Brzezinski, resulta revelador. A pesar de ser una obra que data de 2004, plantea, de manera clara, la disyuntiva a la que se enfrenta Estados Unidos en el siglo XXI: ser la potencia dominante o ser la potencia líder. No es lo mismo. El que domina suele establecer las reglas del juego. El que lidera debe concertar dichas reglas con los demás actores y aceptar también las que éstos plantean”.
En suma, a pesar de las diferencias entre China y EEUU, ambas partes están actualmente en contacto estrecho para preparar la próxima visita de Estado de Trump a China en noviembre del 2017, donde dialogarán sobre temas que incluyen el comercio bilateral, la seguridad en internet, la ciberseguridad en general, el comercio electrónico, Corea del Norte, entre otros temas. Este es la nueva realidad del mundo de hoy, lo quiera o no Donald Trump.
Por Eduardo Roldán, Internacionalista, titular de la Cátedra Fernando Solana de la UNAM.