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Tiempos de canallas

Análisis sociopolítico

Por Dr. Héctor San Román Arriaga

Ex Dip.Federal

“No es la veleta que gira sino

el viento que cambia de dirección”

                                             Edgar Faur.

Diálogos en el infierno. Maquiavelo: El primer paso consiste en comprometer con el gobierno a quienes quieren representar al país. Impondré a los candidatos un juramento solemne. No se trata de un juramento prestado a la nación, como lo entendían vuestros revolucionarios del 89; quiero un juramento de fidelidad al príncipe mismo y a su constitución.

Montesquieu: Mas, puesto que en política no os arredra violar los vuestros, ¿cómo podéis esperar que ellos se muestren, a este respecto, más escrupulosos que vos mismo?.

Maquiavelo: No confío demasiado en la conciencia política de los hombres; confío en el poder de la opinión: nadie osará envilecerse ante ella faltando abiertamente a la fe jurada. Menos se atreverán aún, si tenéis presente que el juramento que impondré precederá a la elección en lugar de seguirla y que, en tales condiciones, nadie que no esté por anticipado dispuesto a servirme, tendrá excusas para acudir en procura del sufragio. Es preciso ahora proporcionar al gobierno los medios para resistir a la influencia de la oposición, para impedir que diezme las filas de quienes quieren defenderlo. En los periodos electorales, los partidos acostumbran a proclamar a sus candidatos y a colocarlos frente al gobierno; haré como ellos, tendré candidatos declarados y los colocaré frente a ellos.

Montesquieu: si no fueseis el todo poderoso, el medio sería abominable, pues ofreciendo el combate abiertamente, vos mismo provocáis los golpes.

Maquiavelo: es mi intención que los agentes del gobierno, desde el primero hasta el último, se consagren a hacer triunfar mis candidatos.

El traidor es un canalla eterno, acelerador indispensable de la historia que se da a conocer en los periodos de grandes fracturas. En el baile del poder, el traidor encabeza la danza. La calidad de su paso revela la de su espíritu. Traicionar es la exquisita cortesía del “príncipe”. Y lo que la experiencia política propone, la deslealtad impone.

La evolución política siempre se organiza en y por medio de la traición. Prueba de ello está en la antigüedad, desde la aparición de la monarquía en las márgenes del Nilo, tres mil doscientos años A.C: fue una presencia constante a lo largo de tres milenios, madre y corazón del naciente arte de la política, método arquitectónico para la construcción de imperios, vector principal en la constitución de los primeros Estados.

Cuando se acelera la historia, la traición se vuelve necesaria. Cuantas traiciones y traidores tiene nuestra historia; esos canallas reconocen en los meandros, esa sinuosidad complicada, pero son el camino más fácil y seguro hacia sus objetivos. Ningún actor político como Talleyrand, símbolo de traidor por excelencia, ha meditado sobre la necesidad de la traición en nombre de la historia.

No traicionar es perecer: es conocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia. La traición, expresión superior del pragmatismo, se aloja en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos de transformación y pseudo política, como negación de un sistema democrático progresista de gobierno.

Lo saben bien los gobiernos autoritarios, que en su obsesión por detener la marcha del tiempo a fin de perpetrarse en el poder, se oponen -incluso con violencia- a cualquier cambio en el pueblo gobernadopor ellos. El déspota “en todas sus acepciones”, hijo de la traición, aterrado por las conmociones justificadas de la ciudadania, se apresura a proscribirlas, minimizar y calumniarlas y, con ello, a todo el movimiento de libertad. Aconsejar a quien gobierna que no traicione es lo mismo que invitarlo a llevar una vida monástica. Al que va a entrar en la vida política le conviene abandonar toda ilusión. No se puede avanzar contra la civilización, pero tampoco alejarse de la razón.

En efecto, la gran traición es el acto fundacional de la política. La antropología lo demuestra, la tragedia griega lo escenifica, la religiones monoteístas lo transmiten: el hombre se vio obligado a traicionar para salir de los sistemas arcaicos primitivos.

Las abyecciones han sido fórmula política de la traición, “Que a nadie se le considere traidor por unirse a nosotros, pero quienes no acaten los dictados del déspota y no se una al gremio, serán estigmatizados por traición”. Así es el chantaje; “es necesario subrayar la absoluta sumisión qué predomina entre ellos”.

La palabra traición causa tanto miedo, que se la adorna y disimula. Así, la traición viste ahora el respetable disfraz de la “transformación”, pero tras de esta sustitución del vocabulario, verdadero juego de birlibirloque, la traición prospera hasta el punto de convertirse en el juego principal de la actual política.

Se dirá que es un sofisma. ¡Veamos! La traición no tiene nada que ver con la cobardía, marca indeleble de las dictaduras, que ataca las defensas de la democracia para hacerlas caer en el totalitarismo.

¡Viva la traición! Sofocante o sorprendente, disimulada o confesa, brutal o negociada, esta antigua amante de los políticos se muestra hoy en todo su deslumbrante desnudez. Diosa eterna de la política, la Infocracia echa luz sobre su obra, ejércitos de troles han  intervenido  en la campaña política, y las elecciones, los votos han sido manipulados por robots con noticias falsas, se han inflado de manera artificial el número de seguidores, fingiendo de ese modo un carisma inexistente del presidente y sus índices de aprobación, los troles interviniendo en la campaña electoral han difundido mensajes de odio que han dividido amistades y “lo más grave a las familias” y, uno no puede dejar de exclamar, con el filósofo Hegel, ¡Que bien la han hecho “estos bribones”, cómo pasar por alto que gracias a la traición, infidelidad y mentira, el traidor sobrelleva el peso de la historia bajo una conducta  ignominiosa.

Las cartas persas contienen algo más que una narración irónica: intentan que los lectores reflexionen y pretendan la construcción de una ciencia política universal basado en la virtud. En ese sentido Montesquieu establece la diferencia entre entre monarquía y despotismo esbozando los principios de tres formas de gobierno: el del honor, el de la virtud y el del temor. La virtud entendida como el amor a la patria y el honor como el deseo de gloria. La historia de los trogloditas contiene una enseñanza política. Se trata de la historia de un pueblo imaginario que vive feliz y próspero porque es virtuoso. El mito prueba que no puede haber vida social sin virtudes morales. Así, la insubordinación y el egoísmo acarrean la anarquía con todos sus males. La libertad no puede existir sin virtud ciudadana, “cívica y ética”. Si un pueblo no es virtuoso pasa de la democracia a la tiranía. En nuestro paísó existe un autoritarismo de temor.

Hay traiciones heroicas; Una gran figura derriba la tiranía y con su traición hace renacer la democracia. Su coraje y voluntad excepcionales hacen de él un actor inspirado de la historia. Su fuerza y su grandeza consiste en el saber organizar la transición de un orden antiguo o nuevo,  antinómico del primero. El traidor heroico conoce tal vez mejor que cualquier otro la importancia de la traición, porque derroca una organización política inmóvil y perversa, el despotismo.

En efecto, la dictadura se opone al movimiento por principio. El tirano persigue sistemáticamente a los traidores, elementos desestabilizadores de un sistema de gobierno cuyo principio fundamental es la perversidad y el inmovilismo. El déspota rechaza y teme el cambio. Su acceso al poder se fundó sobre la traición y el engaño, pero una vez consolidado, los condena. Su objetivo es inscribir la eternidad en el espacio político, es decir, negar el tiempo político pretendiendo renacer el maximato.

La afición a la historia, la conciencia de haberla vivido, se recrudece con los años: con las mutaciones políticas y las ilusiones perdidas que cada una trae consigo, con los libros de la historia malamente leídos y releídos por gente rencorosa y vengativa se convierte en historiófaga a su manera.

El traidor histórico, es un gran traidor. El traidor histórico no se inscribe en el marco de la democracia. Su papel es el de un acelerador de la historia. Aparece en las soluciones de continuidad de la

evolución política. Sólo el tiempo puede juzgarlo, porque es lo único que permite evaluar si su acción ha iniciado una verdadera transformación. En efecto, el traidor histórico nunca puede ser hombre de retroceso. Atenta contra el régimen establecido pretendiendo instaurar uno nuevo, ofreciendo el jalón en la ventura de la humanidad en busca de autonomía.

Este tipo de hombres y mujeres, durante su efímera aparición sobre

el mundo, se convencen de que dejan algunas huellas de sí mismos:

¡Sin duda! Cada mosca tiene su sombra.

También es verdad que el traidor histórico no siempre enarbola la bandera de la justicia: la fundación de un Estado requiere la primacía del Poder. La nación se instaura a expensas de los individuos que la componen. No obstante una vez asentada, sólo perdura si trae beneficios a los ciudadanos que representa, con su virtud política. En realidad, al moldear las formas del Estado, el traidor  histórico constituye en principio el marco necesario para el florecimiento de la democracia. Si ese estadio superior es inalcanzable por las vías pacíficas, la violencia revolucionaria se vuelve inevitable. Si la revolución fracasa, se instaura la dictadura.

La moral no entra “naturalmente“ en conflicto con la política. Por lo contrario hemos escuchado a quienes pronuncian los discursos moralistas más enjundiosos. Con ayuda de sus “asesores”, son muy hábiles para demostrar cuánto les ofende de la traición. Sin embargo el “pecado” confesó jamás se perdona. Envueltos en una falsa rectitud, protestan con energía: no, decididamente no, traicionar no puede ser necesario. Con gran alboroto, en medio del doblar de las campanas, repite sin cesar la letanía: “ho, nes, ti, dad”. Como resultado, sus discursos exudan autoridad moral y obtienen los aplausos de una masa clientelar; repiten estar hartos de la politiquería, del pasado, de la historia y la política, de la banda de los innombrables neoliberales; pero  dijimos, ¡basta!, estamos hartos de promesas incumplidas, tenemos que actuar contra mentiras y demagogia. La solución fue: salir a votar, salimos y que paso?; pero ¿cómo lo hicieron?  Parodiemos a Hegel: ¡pero que bien lo han hecho estos bribones!

¿Acaso no es la ley la que prima todo Estado de derecho constituido para defenderse, no solo en su propio interés, sino mandando obedeciendo, no abusar del poder por el solo interés del pueblo que gobierna?

Pero; hemos visto que el presidente, cegado por la ambición o enloquecido por un falso concepto de la propia grandeza, ha creído que el país confió en el y se expuso a todos los riesgos, tan sólo para que él, se instalará en el viejo palacio virreinal y se ungiera bajo un poder perversamente autoritario.

Hay quienes no salen de la célebre caverna de Platón y permanecen en la oscuridad de la ignorancia, convergen hacia el ágora para instalar su tribunal inquisicitorio. Sientan a la experiencia y la razón  en el banquillo de acusados, justo en tiempos de efervescencia política partiendo de sus propias leyes, miden lo hecho con la vara de lo dicho (con sus propios datos), los actos a la luz de las promesas, el presente con los rumores del pasado. En fin, es la hora del canto de los laudes y el rezo antes de las maitines.

El autoritarismo y las tiranías así como las dictaduras son frutos podridos que destruyen el árbol de la democracia, debemos preguntarnos si es necesario aferrarse a los dogmas, cuando el pragmatismo de los demócratas muestra sus virtudes, es necesario explayarse sobre la “decadencia” de las sociedades democráticas, poner en tela de juicio el avance democrático, quitar la máscara a los traidores; no podemos rechazar el porvenir, no podemos perder el tiempo.

Es más útil recordar esta verdad: jamás se justifica la tiranía. ¡Jamás!. Los canallas nunca merecen el perdón de la humanidad. ¡Nunca!.

El futuro, si ha de tener sentido, llevará los colores del cumplimiento estricto de una democracia progresista participativa. Y los traidores, cada uno con su estilo particular, realizarán su mensaje de su ultra modernidad: “la búsqueda indefinida de la autonomía es el sentido de vida; la traición, el camino de la libertad”. ¡Usted amable lector está en libertad de escoger!

Por otra parte, ninguna sociedad política escapa al estilo del traidor. Para  ellos, y sólo para ellos, el porvenir no es un sueño. Libre de toda fidelidad al pasado, qué le importan los dogmas. Qué le importan las limitaciones éticas . Su conducta se basa en el estudio psicológico de la sociedad  tratándole “como un ganado manipulable” (las guerras de información se libran con todos los medios técnicos y psicológicos imaginables) y así calcula los medios que empleará para imponer su estilo. En el sistema de traición no se puede triunfar sin recurrir a los artificios de la persuasión. Es el sistema moderno de la competencia estilística en política .

¿Competencia estilística? El moralista que siempre trata de poner en guardia al príncipe la rechaza. Ignora las “sombras” proyectadas sobre ese muro que es para él la “caverna de Platón (obviamente desconoce su significado)”, él ignora los carteles, “eslóganes”, maquillajes, hábitos, juegos de palabras, intencionalidad, realidad, razón de Estado, luces y destellos, pero utiliza las redes, robots, troles. infocracia, para engañar con una máscara hueca.

Se dice que la democracia es un lujo; en verdad lo es, igual que el arte del buen vivir y el de envejecer; “el mundo se ha vuelto más desigual tras el impacto de la pandemia; más inestable ante los conflictos bélicos; Rusia-Ucrania; Israel-Palestina; y el cambio climático. Y sabemos que las amenazas del terrorismo, delincuencia, dictadura, concentración de riqueza, pobreza, migración, desastres naturales; son semillero de futuros conflictos a corto o mediano plazo”. Retos que debe enfrentar un hombre o mujer con perfil de Estadista, una aguja en el pajar. Alarma  el empirismo, el oportunismo, el tránsfuga, el canalla; alarma que no haya hombre o mujer que haya abrazado la virtud de la ciencia política, el pensamiento propio, ¡hay ausencia de grandes políticos cuya talla sea de hombre o mujer de Estado!.

Un presidente autoritario acostumbrado a mandar, difícilmente aceptará no hacerlo al final de su mandato. ¿Por qué? Porque el mando le satisface, le halaga, es hombre con las maximizadas debilidades de la especie, tiene pasión por mandar y necesidad de la lisonja de los serviles estómagos agradecidos, entre los que se destacan gobernadores tránsfugas, legisladores de mayoría y quienes son parte del gabinete acostumbrados a obedecer, son voluntades incondicionales, por lo tanto no tropezará con mayores dificultades.

Recordemos los dichos de Cesar: No temas mis coleras; teme el hambre de mis esclavos

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