Refundar la esperanza
En los últimos días la vida cotidiana se sacudió. La naturaleza nos envió un fuerte llamado, al que la inmensa mayoría tomó por sorpresa y al que sin dudarlo respondió con un ánimo de solidaridad. El espíritu de hermandad, aquél que nos dicta ayudar, compartir y hacer el bien sin mirar a quién, nos da una fiel imagen de lo que somos en esta nación.
Muchos y variados son los acontecimientos que nos han impulsado a sacar la casta, a poner un rostro y levantarnos con una sola voz. Somos humanos, unos a otros nos necesitamos y nos complementamos para trabajar por el bien común. Aunque todo esto a veces lo olvidamos, surge algo que nos lo recuerda.
La serie de abruptas manifestaciones que ha tenido la naturaleza en el presente año y de manera contundente en el mes de septiembre en todo el territorio mexicano, son una enorme prueba para todos. Cada quien, desde su trinchera, por modesta que se suponga, ha de poner su granito de arena para juntos transitar por uno de los tramos más difíciles en una sociedad: reconstruirse. El gran reto será mantener el ánimo de hermandad que salió a flote a raíz del dramático eslabón de tragedias que llenaron de dolor y luto a tantas familias.
No bien los lazos de solidaridad habían llegado al sur de México, abatido por un sismo y en la costa por huracanes devastadores, cuando tuvieron que hacerse más fuertes y más grandes para abrazar a los estados del centro y a la capital. Antes ya habían hecho escala en la península de Baja California cuya tranquilidad fue sorprendida por otro evento de la naturaleza.
¿De dónde salieron tantas manos y tanta energía, en el momento en que el grito de auxilio apenas se lanzaba? ¿Dónde estábamos todos, cuando nadie nos llamó y sin embargo acudimos porque sabíamos que hacíamos falta? ¿Cuál es el pivote que nos impulsó para responder no solo de inmediato, sino prácticamente en automático? ¿Será acaso el instinto de supervivencia de la especie animal que somos? Sí, es probable, pero en las expresiones que nos ha tocado atestiguar está la savia más pura: ser humanos, ser hermanos. En el fondo el individualismo construido es una estructura artificial muy fácil de derrumbase por su fragilidad.
El corazón está en duelo, pero si de las grietas de los recientes sismos brotó nuestra esencia, que sirva para seguir bebiendo de ella y resurgir más fuertes y mejores, hacerla el pegamento de la escultura que anhelamos como sociedad.
En el correr de estos días, los testimonios son tantos como personas, pero quiero rescatar uno del cual partió la reflexión anterior. El 19 de septiembre, me comentó el supervisor de una empresa, corrieron el simulacro de sismo, algunos colaboradores rememoraron la tragedia de 1985, recordaron los días grises que sucedieron a aquel acontecimiento. Nadie imaginó lo que vendría unas horas después.
“Nunca sabré de dónde saqué fuerzas para decirle a los compañeros que guardaran la calma”. El supervisor me confesó que estaba aterrado, que en realidad él mismo no sabía de dónde agarrarse, fue entonces que uno de los empleados le dijo que todo pasaría pronto.
Las cosas pasaron en un parpadeo, pero reconoció que sin la ayuda de su compañero ninguno de los dos habría logrado sostenerse. En ese momento, el supervisor, quien es un Mando Intermedio muy brillante, se hizo uno con el colaborador y juntos dieron ánimo al resto del equipo.
Si bien el Mando Intermedio tiene una función muy clara de liderazgo y conducción del equipo de trabajo, así como el motivar e impulsar a los colaboradores, es tan humano como cualquiera. En este sentido y tratándose de una situación extrema y sorpresiva como la recién vivida, queda constancia de que el equipo de trabajo no es solo un grupo de personas dedicadas a una tarea en específico, sino que va más allá y los hilos que lo unen han de nutrirse de manera sistemática con la empatía.
Reconocernos en el otro, saber que somos un eslabón de la cadena, nos hará más fuertes. Tenemos todo para serlo.
Hoy que las actividades recobran su ritmo, es importante mantener viva la memoria, refundar la confianza, abrazar la certidumbre de ser útiles en nuestro entorno y consecuentemente para nosotros mismos; actuar en automático con esa chispa vital que es capaz de mover montañas; ser proactivos, propositivos, ingeniosos, con la certeza de que nuestras aportaciones son una pieza más de la enorme empresa que representa México. La esperanza está en las enormes manifestaciones de hermandad que nos revelan como iguales.
Por Alfonso Aguilera Gómez, Director General de ICAMI Región Centro. Cuenta con una Master en Dirección de Empresas para Ejecutivos con Experiencia, por el IPADE.
Acerca de ICAMI
ICAMI es el único Centro de Formación y Perfeccionamiento Especializado en Mandos Intermedios. Trabaja en alianza con el IPADE desde su fundación. Su Claustro Académico Nacional suma 240 integrantes, de los cuales 104 están en la Región Centro. Todos sus profesores son expertos en el Método del Caso. El 58% son dueños, presidentes de consejos u ocupan puestos directivos en las empresas. ICAMI se ubica en la Calle Mar Mediterráneo 183, Colonia Popotla. http://icami.mx/