“México: un país donde sólo impere la Ley”, expresa Emilio Chuayffet ante el Senado y la Suprema Corte
PALABRAS DEL LICENCIADO EMILIO CHUAYFFET CHEMOR, SECRETARIO DE EDUCACIÓN PÚBLICA, DURANTE LA SESIÓN SOLEMNE DE LA CÁMARA DE SENADORES, EN EL MARCO DEL SEMINARIO LA CONSTITUCIÓN. ANÁLISIS RUMBO A SU CENTENARIO.
México, DF, a 15 de abril de 2015.
Senador Miguel Ángel Barbosa, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República;
Ministro Luis María Aguilar, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación;
Diputado Julio César Moreno, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión;
Señoras y señores:
Acudo a este acto en el marco del seminario La constitución. Análisis rumbo a su centenario, con la honrosa representación del presidente de los mexicanos, y en su nombre transmito un respetuoso saludo a todos ustedes.
Como aquí ya se ha recordado, el recinto que hoy nos recibe fue sede del Poder Legislativo desde 1829 hasta el 22 de agosto de 1872, fecha en la que colapsó bajo un fatídico incendio.
Aquel día, un grupo de soldados y escribanos, dirigido por el propio ministro de la Guerra, se adentró entre las cenizas y las llamas para salvar el archivo del Congreso.
Aquellos valientes arriesgaron la vida para recuperar algo más que objetos: buscaban salvar la memoria de un sitio que, como ningún otro, había resguardado episodios fundamentales en la formación de la nacionalidad.
En efecto, aquí los liberales y los conservadores debatieron, en 1856, sobre cuáles serían nuestras instituciones y nuestra forma de gobierno.
Bajo estos muros, también, rindieron protesta como presidentes de la República Vicente Guerrero, Ignacio Comonfort, Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada.
Fue en estas curules donde los representantes del pueblo juraron la Constitución de 1857, que permitió que México entrara de lleno en la modernidad, estableciendo las bases para que todos pudieran alcanzar la libertad, pero en la igualdad.
De ahí que el liberalismo mexicano se decantó hacia la democracia igualitaria, propuesta por Valentín Gómez Farías, y abandonó el esquema de la democracia ilustrada sostenida por el doctor José María Luis Mora.
Resulta un absoluto privilegio ocupar la misma tribuna desde la cual Francisco Zarco, como también se ha dicho, dio lectura al manifiesto del Congreso Constituyente, y aquel entrañable 5 de febrero de 1857 este recinto recibió su voz gallarda para registrar el día en que la voluntad de un pueblo se consumó en texto patrio.
Este texto afirma la identidad de un pueblo que decidió oponerse a la dictadura, y que se recuperó con firmeza y convicción de los vendavales de su tiempo; 60 años después los constituyentes de Querétaro entendieron que la memoria no está hecha para el pasado, sino para el futuro, al perfeccionar nuestro ideal democrático; síntesis dialéctica del pensamiento liberal de la reforma y de las corrientes sociales de la revolución, el texto de 1917 consagra, a un tiempo, las garantías y las hace compatibles con los derechos sociales.
Es decir, no sólo se reconoció la existencia de grupos desprotegidos, sino también se asentaron sus derechos tutelares buscando generar una sociedad igualitaria a través de la garantía real de que cada individuo gozara de las mismas prerrogativas.
Don Jesús Reyes Heroles, en su obra cumbre, explicó que la principal característica de los constituyentes fue apartarse de sistemas abstractos, de principios dogmáticos y de normas o directivas absolutas.
En palabras del maestro, empezaron a construirse una ideología que protegía a los más desfavorecidos, al tiempo que privilegiaba las libertades espirituales y políticas del hombre.
De esta forma, la Constitución de 1917 pasó de un Estado de derecho clásico e individualista, a una organización política y jurídica que reconoció la estructura heterogénea de la sociedad y la necesidad de armonizar todos sus intereses.
La hazaña de estos hombres se reflejó en hacer de la educación pública una potestad laica, gratuita y obligatoria, pero también protegieron la propiedad originaria de la nación sobre sus recursos naturales, fijaron límites a la jornada laboral, determinaron el salario mínimo y resguardaron la seguridad social de los trabajadores.
En definitiva, aquel Congreso definió un proyecto político de avanzada, al elevar derechos derivados de las demandas más sentidas del pueblo y asignar al Estado la responsabilidad de vigilar por su cumplimiento.
En virtud de este ejercicio histórico, se confirmó lo dicho por Häberle, al señalar que la ley suprema para un pueblo es el “espejo de su patrimonio y el fundamento de sus esperanzas”.
Hoy hacemos honor al momento en el cual Morelos pronunció sus Sentimientos de la Nación, durante la apertura del Congreso Constituyente en Chilpancingo; al pasaje, ya relatado aquí, en el que Ponciano Arriaga dio inicio al debate de 1857, y también al episodio que recoge aquella tarde de diciembre de 1916, en el que se pronuncia uno de los mejores discursos del constituyente en la boca de Francisco Múgica que, inspirado y entusiasmado, cambia el texto del proyecto para darle al artículo tercero Constitucional sus bases primordiales.
La Constitución de 1917 es la culminación histórica de un prolongado camino que comenzamos a recorrer desde Apatzingán.
A partir de entonces, los mexicanos hemos abrazado, con orgullo y responsabilidad, la consigna de hacer de este país, un país donde sólo impere la ley.
Con el propósito de cumplir esta alta encomienda, se han requerido modificaciones para adaptar el texto de la Constitución a cada tiempo y circunstancia.
Los ideales, así como las aspiraciones más hondas de igualdad, libertad y justicia social permanecen, las normas, sin embargo, se actualizan.
Pero reformar sin un claro proyecto de Estado sólo redunda en el cambio de la reforma, quienes en cambio, logran transformaciones que nacen del consenso de las diversas fuerzas políticas terminan por vincular indisolublemente al plan maestro de la nacionalidad, las reformas.
De aquí que las emprendidas desde diciembre de 2012 sean hoy parte del pacto supremo de nuestra vida jurídica.
Las actividades enmarcadas en este seminario nos recuerdan que el de 1917 es un texto vivo, que depende de nosotros para trascender los meros conceptos y volverlos tangibles, reales para cada mexicano.
El programa nacional conmemorativo del centenario de nuestra Constitución, ayudará a que, con eventos como el que hoy nos reúne, coadyuvemos de manera decisiva y con sobriedad, como aconseja el senador Barbosa, en el cumplimiento de los tres principales ejes rectores:
Recordar la importancia histórica y contribución al desarrollo; difundir su contenido, y reflexionar sobre los mejores mecanismos que hagan efectivos los derechos en ella consagrados.
Felicito a la Cámara de Senadores por ofrecernos una oportunidad que, en el marco de esta celebración, nos permite adentrarnos en la ley suprema.
Agradezco a su presidente de la Mesa Directiva por su voluntad y disposición para realizar este ejercicio cívico, confirmando que, como escribió el notable jurista Paolo Grossi: “si alguna sociedad quiere tener futuro, antes tiene que lavar los ojos con las aguas de su historia”.
Señoras y señores:
Conmemorar la carta magna es un acto que reconoce su vigencia y su actualidad. Nuestra ley suprema es una escuela que forma ciudadanos, y en la cual, a través de sus páginas, se refuerzan y defienden las potestades esenciales que son inherentes a nuestra propia vida.
La defensa de la ley es una lucha por la conservación de lo que valoramos como fundamental, pero también es una vía para delinear el futuro que habrá de consolidar nuestra democracia.
Sigamos transitando el camino que la obra máxima de los mexicanos ha trazado a lo largo de cien años.
Este será el mejor reconocimiento que podemos hacer al espíritu de una nación que, día a día, lucha por hacer de México un país donde la Constitución siga siendo guía y meta; y corrijo: no es el mayor de los reconocimientos, el mejor de estos será que la Constitución sea cumplida por todos.