“La Independencia y la Libertad: ¿Qué significan en el Siglo XXI?”
La Independencia y la Libertad, ¿serán sinónimos? ¿O son meros vocablos de la jerga política, cuyos significados se manipulan como todo en estos tiempos? Si se manipulan las creencias más básicas del ser humano, aquellas que le dan una razón de ser al individuo como miembro de una sociedad como la religión, por ejemplo, ¿qué podemos esperar del poder político con respecto a estos dos vocablos? Pues que los manipulen también haciendo que las masas opinen lo que el poder político le conviene que crean. Afirmo desde el comienzo de este escrito, que ambos conceptos son meros mitos, y como tales, no existen en el mundo real en que vivimos.
Examinemos los dos conceptos para poner a prueba mi afirmación. Tomemos el concepto de la Independencia. Cuando hablamos de independencia lo podemos hacer en varios contextos. Por ejemplo, cuando un hijo o una hija proclaman su independencia de sus padres, ¿qué significa tal proclamación? “¡He llegado a la mayoría de edad, por lo que ahora puedo hacer lo que se me plazca con mi vida!” La mayoría de los países han aprobado leyes que especifican que cuando una persona llega a la “mayoría de edad” los padres dejan de ser responsables por el bienestar de sus hijos y ellos tienen la plena potestad de administrar sus vidas conforme a sus propios criterios y a asumir las consecuencias de sus actos. Esta edad fluctúa de país en país. Los dieciocho años parece ser la mediana, aunque hay países, como Puerto Rico, que establecen la mayoría de edad a los veintiún años. Esta arbitrariedad que imponen las legislaturas de los diferentes países sobre el pueblo son decisiones políticas que no tienen nada que ver con la madurez ni con la capacidad de la persona. No existe mecanismo alguno para requerir una evaluación que determine cuan capaces y maduros están los que llegan a la mayoría de edad.
Cuando uno de mis hijos llegó a la mayoría de edad, se presentó en mi oficina y me propuso un arreglo financiero que le convenía. Le pedí que se sentara y le conté el siguiente cuento: “Cuando tu naciste, tu mamá y yo éramos tu metrópolis y tú eras nuestra colonia. Nosotros tomábamos todas las decisiones y tú no tenías voz ni voto en esas decisiones. Con el pasar del tiempo, creciste y demostraste poseer actitudes positivas para tomar decisiones propias, por lo que establecimos una especie de Estado libre Asociado donde te dábamos una participación en la toma de decisiones, pero tu mamá y yo nos reservamos la autoridad sobre ti. Ahora has llegado a la mayoría de edad y quieres proclamar tu independencia por creer que tienes ese derecho. Y sí, lo tienes. Pero ¿qué significa eso? Eso significa que ahora tú tomas todas tus decisiones y corres con las consecuencias de esas decisiones, y nosotros nos convertimos en observadores pasivos. ¿Entiendes la analogía política que te he desarrollado? Como la política es uno de tus temas favoritos, te quise crear una situación paralela a la política de Puerto Rico para que entendieras tu situación existencial.”
Mi hijo se levantó y dijo: “¡Más claro no canta un gallo!” y se marchó.
La Independencia, como un fenómeno personal e individual, nos presenta varios problemas. En primer lugar, es mucho más complejo que el cuento que le hice a mi hijo cuando plantó la bandera de la independencia. Si examinamos nuestra realidad existencial, nos percatamos que no hay tal independencia, y lo que sí hay es una interdependencia que nos obliga a depender uno de otros. No somos ermitaños que vivimos apartados de la civilización y rompemos toda vinculación con la raza humana. El ser humano es un ser social, político, que necesita relacionarse con otros seres humanos. La convivencia, aunque es una actividad aprendida, una vez aprendida se convierte en necesaria, y representa un apartarse de las fronteras de la independencia. Sus alas se van cortando poco a poco hasta quedar en nada. Como individuos no somos nada apartados de la sociedad en la cual vivimos, y cada día dependemos más y más de nuestros semejantes, y nuestra independencia personal se desvanece lentamente.
¿Y qué tal la Independencia de una nación? Los que vivimos en una colonia como Puerto Rico, añoramos la Independencia como si fuera el sueño añorado, la panacea, la utopía que resolverá todos nuestros problemas de nación. El coloniaje representa un estado de esclavitud en el cual los habitantes están sometidos a la voluntad expresa de otra nación que ejerce su autoridad sobre los habitantes de la colonia como ciudadanos de segunda clase. A pesar de los sistemas cuasi-democráticos que la metrópolis nos ha permitido a los puertorriqueños, no porque quiera ser bondadoso con nosotros, sino para fingir ante las Naciones Unidas que Puerto Rico goza de un gobierno propio, sí, pero “supervisado” por la metrópolis extranjera. Esta relación política representa una humillación para el pueblo sometido, esclavizado, a pesar de las mal llamadas “virtudes de la democracia” que lo acompañan. Ante una disyuntiva como ésta, la independencia parece una alternativa honrosa que nos permite tomar nuestras propias decisiones y aceptar las consecuencias de dichas decisiones. Para bien o para mal, compartir con el resto de las naciones del mundo ese derecho, aun cuando la dependencia será posiblemente mayor, nos asegura una soberanía sobre nuestro territorio que no podrá ser violentado por un tercero. Hoy nuestro territorio nacional no es nuestro porque no gozamos de una soberanía que nos cobija y nos protege. Le pertenece a un extraño que tiene la capacidad de venderlo al mejor postor si así lo desea.
Así como la independencia individual se desvanece con el pasar del tiempo y se convierte en un mito, la independencia de la nación también pierde fuerza y se somete a los vaivenes del tiempo, y de los intereses políticos de las otras naciones “independientes”. Las palabras suscritas en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América suenan muy elocuentes al escucharlas. “We the people…” (“Nosotros el pueblo…”) El gran mito está encerrado en esas palabras que proclamaron a todo el mundo la gran mentira. El “nosotros” no era el pueblo, sino los hombres blancos con propiedades. Las mujeres, los negros, los indios no formaban parte de aquel “Nosotros” promulgado el 4 de julio de 1776. La independencia era solamente para los “hombres blancos dueños de propiedades”. Y así ha sido hasta el día de hoy, cuando escuchamos a personas como Donald Trump, pre-candidato a la presidencia de los Estados Unidos de América por el partido Republicano, manifestarse en una forma tan racista hacia las que él considera las minorías de su país, aun aquellas que son ciudadanos estadounidenses, como nosotros los puertorriqueños, y que él planifica desvestirnos de la ciudadanía que nunca solicitamos, y enviarnos a los países de donde vinimos. No sé a dónde nos enviará a nosotros debido a que no somos una nación independiente. Es este tipo de pensamiento irracional, perverso el que permea las esferas del poder en el mundo. Un pensamiento muy peligroso, tan peligroso como lo son las amenazas de ISIS, una fuerza militar que no representa ningún país independiente, sin embargo está sometiendo, mediante el miedo, al resto del mundo.
La dependencia de los pueblos es una realidad existencial mucha más poderosa que una lucha por la independencia. Los pueblos se necesitan ahora más que nunca si es que la raza humana va a sobrevivir las asechanzas a la cual está siendo sometida por las fuerzas hambrientas de poder, tanto dentro como fuera de su territorio nacional. El problema político que enfrentamos los que amamos la independencia, quizás porque nunca la hemos disfrutado, trastoca nuestra realidad existencial y nos obliga a aceptar que es un mero sueño ideológico que choca con los intereses de poder que tiene la metrópolis que nos gobierna.
Pasemos ahora al mito de la “Libertad.” Cuando decimos: “¡Viva Puerto Rico Libre!” ¿Qué estamos diciendo? La mayoría de las personas creen que estamos dando vivas por la libertad de nuestro querido Puerto Rico. Pero, ¿cómo puede ser que estemos refiriéndonos a Puerto Rico como si fuera una persona? La libertad es una cualidad de la cual gozan los seres humanos. Personificar a Puerto Rico como un ser humano y pretender darle características humanas no va a garantizar que sea libre. Lo que sí estamos diciendo al expresar ese pensamiento es: “¡Viva Puerto Rico Independiente!” Es un grito político del derecho a la independencia que tienen todos los pueblos. Pero una cosa son los derechos políticos que puedan tener los pueblos, y otra cosa es reconocer que esos derechos políticos no necesariamente están en manos del pueblo y, sí, en manos de poderes extranjeros como es el caso de Puerto Rico.
El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau fue autor de la famosa frase El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado.1 Encerrada en esta frase está el mito de la libertad. A pesar de que nacemos libres, el concepto de la “tabula rasa,” que dice que nacemos con la mente vacía nos presenta la idea de que todo lo que somos lo aprendemos, y si tomamos la frase de Jean-Jacques Rousseau como buena, lo que vamos aprendiendo y guardando en la “tabula rasa” nos va encadenando al pasar del tiempo. La libertad que nos acompañó al nacer se desvanece y nos convertimos en prisioneros de la vida.
Como un fenómeno muy personal, la libertad se ajusta a cada ser humano y las experiencias acumuladas por cada cual nos sirven para formular nuestra propia visión de la libertad. Esa libertad no es transferible, así como la felicidad no es transferible de uno a otro. Ambos fenómenos dependen enteramente de cada individuo. Podemos ser libres aun cuando estemos prisioneros, porque la libertad se disfruta en la mente, en nuestros pensamientos, en nuestra soledad. Cuando Martin Luther King pronunció su famoso discurso, “Tengo un sueño…” disfrutaba de su libertad, su libertad de soñar con la libertad. Un sueño que le provocó la muerte a manos de un esclavo de sí mismo, un asesino racista como muchos que abundan hoy en día al través del mundo.
Los mitos tienen un propósito. Nos motivan a crear una esperanza, a creer en una utopía formulada por nuestra mente de un mundo ideal, de paz, de igualdad para todos. También nos ayudan a reconocer la maldad que nos rodea y que nos asecha. Algunos se convierten en víctimas de ese mundo por no tener la valentía de decir que no a esas asechanzas. Mientras que otros utilizan el mito para buscar las fuerzas necesarias para salir victoriosos en la lucha de la vida, al facilitarnos los medios para romper las cadenas que nos atan a un estado de esclavitud que hemos desarrollado desde que nacimos. Todo padre ha tenido la experiencia de manipulación a que somos víctimas de nuestros recién nacidos. Lo primero que aprenden es cómo manipular su medio ambiente mediante el llanto. Si el padre o la madre son débiles, se convertirán en esclavos del tan adorado niño o niña. La experiencia que va adquiriendo el recién nacido la atesora en su “tabula rasa” para uso cuando sea más conveniente. Si los padres se dejan manipular, pronto perderán toda noción de autoridad y se someterán a los vaivenes del niño o la niña. Los padres habrán perdido su libertad para con el recién nacido, y él o la recién nacida abusará de la libertad que ha obtenido hasta convertirse en un libertinaje.
La Independencia y la Libertad son fenómenos muy loables que debemos entender y utilizar inteligentemente. Somos seres pensantes y no debemos caer en la tentación de convertirlos en instrumentos de control. Cada uno tiene su espacio y su razón de ser. Pero como mitos, debemos tratarlos como tal. No podemos dejarnos arrastrar por el furor que puedan generar en nuestro pensamiento, en nuestra psiquis, y darles el lugar que ambos se merecen en nuestra realidad existencial. Si volvemos a mi pregunta al inicio de este escrito, la respuesta tiene que ser no; la Independencia y la Libertad no pueden ser sinónimos.
1 Jean-Jacques Rousseau: “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”.
Por Oscar E. Rodríguez, Profesor Emérito de la Universidad de Puerto Rico
Artículo póstumo (murió el maestro en septiembre pasado)