La educación en Crisis
Por Alfredo Leal Cortés
En los últimos veinte años, la educación se ha mantenido en la cima de los debates. Los querellantes no distinguieron origen ni clase ni ideología, todos se sumaron al común denominador de mostrar su interés por el aumento en la calidad, la técnica y la universalidad de la enseñanza en todos sus grados. Esto es, para decirle en forma resumida, desde lo preescolar hasta la licenciatura en profesiones. Obvio, el resumen del debate arroja como aspiración única: desaparecer el analfabetismo a partir de .los primeros cinco años de edad y estar a la vanguardia de los conocimientos. Estas aspiraciones chocan con los resultados predominantes negativos.
Destaca otro hecho: la educación sufre una crisis intermitente, heterogénea y muy diferenciada, según la entidad federativa sometida a examen o el grado escolar o universitario reducido a la crítica.
La imagen instantánea siempre es desfavorable ante el criterio público generalizado y la sentencia negativa se agudiza cuando se desglosa la técnica de la enseñanza propuesta, los profesores, el uso de los recursos económicos y materiales y el significativo volumen de los dispendios.
En el ahora se aviva otro elemento de juicio negativo: el conjunto del material humano responsabilizado de la conducción, la política educativa, los profesores responsables de la enseñanza en cada grupo, la conducta gremial y la inexistencia de objetivo visible del conjunto de factores concurrentes en la pedagogía pragmática, suscitan la desconfianza de los padres de familia y por consecuencia de la sociedad.
Hay razones visibles innegables: los secretarios de Educación Pública correspondientes a este sexenio, llegaron a su responsabilidad, huérfanos de antecedentes culturales de prestigio, ajenos a la academia, carentes de lazos visibles con la pedagogía y los pedagogos y como remate, sin perfil cultural superior. La SEP tanto para la secretaria Josefina Vásquez como para el secretario Lujambio, ha constituido un pasadizo hacia una enclenque precandidatura presidencial. Se deduce una debilidad e improvisación a partir de su desdibujada aptitud cuando asumieron el cargo.
En ninguna otra dependencia es tan substantivo e imprescindible el material humano como en la educación. Los mentores, sin privilegio de género son inherentes a la enseñanza. Pero la vieja imagen corporativa respetada y afamada se encuentra en astillas. Las manifestaciones públicas de los profesores en Michoacán, en Oaxaca y en el Distrito Federal, cayeron en el vandalismo, exhibiendo una conducta colectiva inapropiada y hasta indigna de profesionales de la pedagogía. Demostraron su carencia de ética profesional e individual.
Los padres de familia no tienen otra opción para mandar a sus hijos al aprendizaje, son reiterativos a la fuerza, factor aumentativo de su desconfianza y enojo a esa corporación de enseñantes.
Para redondear esa imagen está la líder del sindicato, Elba Esther Gordillo, enriquecida, autoritaria, temible, permeable a rendir cuentas de las cuotas de más un millón de agremiados, ajena a los verdaderos intereses vocacionales de los profesores, al grado de aceptar en entrevista de prensa, su desprestigio personal y su poca confiabilidad política, al haber traicionado su partido y dar el apoyo de su gremio a un candidato ajeno a sus intereses doctrinarios, en caso de haberlos ejercido alguna vez.
El poder de la líder no se define en los límites de las relaciones sindicales, se desbordó y manifestó desde el inicio del régimen y en la práctica toda la subsecretaria de Educación Básica, con su yerno al frente (Fernando González Sánchez), incluidas las direcciones generales más la mayoría de las Secretarías de Educación de las entidades federativas, son funcionarias y funcionarios, designados o sugeridos por la profesora Gordillo. Así su poder desciende hasta los enseñados.
La Secretaría de Educación Pública está permeada por esas reputaciones de maniobrerismo político, burocrático y alejamiento del mundo científico e intelectual. La SEP vive precedida de intereses distintos y superficiales, frente a su función esencial: educar, enseñar, abrir camino a los ignorantes, a los niños, a los adolecentes y a los jóvenes al conocimiento del dilatado horizonte de la cultura, en especial de la técnica y de la ciencia, indispensables en la cultura contemporánea y en la sobrevivencia en el competido mundo del mañana.
Pese a sus vastos recursos institucionales, económicos y de conocimiento, la SEP no ha sabido, no ha podido o carece de una política de superación, abierta, clara y accesible, para decirnos hacia dónde está orientada la educación pública en general y la propuesta en las escuelas privadas. Se desconoce como cumple su oficio didáctico, científico y social. Tampoco informa la SEP dónde se produce la ciencia indispensable a la subsistencia del país y cómo o cuáles son los accesos a los centros de enseñanza, para evitar la frustración del rechazo en todos los jóvenes aspirantes a matricularse en la educación superior.
Al conocimiento popular sólo llegan las malas noticias confirmadas: los rechazados por los centros de educación superior ante la imposibilidad de satisfacer las solicitudes presentadas; los precarios e inexistentes estímulos ofertados a los maestros para ponerse al día en los nuevos o renovados conocimientos; planes de estudio con cara y olor a pretérito; huelgas ajenas al estricto interés educativo; un desprestigio institucional irremediado a la fecha; y por si los infortunio fueron pocos, se agrega el mayor reproche público, la deserción escolar aumentada año con año.
Es obligado mencionar dos hechos alimentadores y presionantes a la educación: el país tiene casi 110 millones de pobladores; cada año, la matricula supera los 27 millones de alumnos; el sindicato de trabajadores de la educación sobrepasa el millón, doscientos mil miembros; el mejor ejemplo de densidad demográfica lo registra la UNAM, con una población superior a los 300 mil sujetos. En suma, estamos ante una verdadera masa de educandos y las técnicas de la enseñanza vigentes, son apropiadas para grupos de 30 a 35 alumnos. Aquí el más grave cuanto alarmante contrasentido.
La enumeración de daños indujo a no detenernos un poco en la deserción escolar, cuyas cifras últimas las proporcionó Manuel Gil Antón en El Universal: cada año escolar perdemos 600 mil alumnos en el nivel medio superior; 100 mil niños no terminan cada período lectivo; se tienen registrados 2.5 millones de estudiantes menores a los 23 años; y se carece de un diagnóstico, no mencionemos la palabra remedio, para contener estos estragos.
Estamos frente al inicio de un nuevo año escolar. La última noticia sobresaliente del ámbito educativo se refiere a las ambiciones electorales desaforadas de quien guión fue la responsable de la Secretaría y de quien hoy es el titular de la dependencia. No se habla de reformar, menos de revolucionar o actualizar los planes de estudio, tampoco de cuántos libros han enriquecido las bibliotecas públicas, menos de ir al futuro con la tecnificación de enseñanza de vanguardia.
El trabajo intelectual acarrea responsabilidades sociales. Con mayor énfasis cuando existen en la república 52 millones de pobres. De igual manera aumentan los deberes y expectativas de la enseñanza pública, justo cuando los actores de la educación ocupan el foro de la crítica y el desprestigio. Y un país como el nuestro, excedido en habitantes, galopando el desempleo, ávido de soluciones, no merece tener en la Secretaría de Educación Pública como encargados de tan delicada tarea, a individuos frívolos, cada día más alejados de su genuina responsabilidad. La violencia se fomenta desde la ignorancia.