La crisis de Estados Unidos rompe con el modelo neoliberal
Por Salvador del Río
La decisión del presidente de los Estados Unidos, George Bush, de emplear buena parte de la fuerza del estado para el rescate de los bancos en quiebra marcaba ya un hito en la historia de la plena dominación global de la economía con el modelo neoliberal del libre comercio. El lunes negro, con la caída histórica de las bolsas luego del rechazo a su programa por representantes en el Congreso norteamericano tanto republicanos como demócratas, parece un golpe mortal a al principio de la no intervención del Estado en la economía.
Por espacio de muchas décadas, Estados Unidos impuso a los países ubicados dentro de su órbita la mayor rigidez en las políticas de libre empresa y la abstención de la intervención gubernamental en la economía. Tal exigencia hacia el exterior no excluía para el gobierno de Washignton el quebranto interno de esas normas, como ha sido el caso de los subsidios a la producción agrícola concedidos largamente. Estados Unidos veda a otros lo que hace en lo interno. Pero ahora ni el intento de utilizar los recursos del presupuesto para salvar al sistema financiero y evitar la mayor crisis de la historia de ese país se ha podido concretar. Los diputados en su mayoría no creen en la posibilidad de ese costosísimo expediente para librar a la economía norteamericana del abismo en cuya pendiente se encuentra.
No fue sino hasta la caída del Muro de Berlín –un triunfo del capitalismo sobre los gobiernos de los trabajadores—cuando, desaparecido el equilibrio bipolar, Estados Unidos pudo consumar el proyecto de un nuevo orden mundial con la inscripción en su modelo de la mayoría de los países, entre ellos las llamadas economías emergentes, antes subdesarrolladas o en desarrollo, pero igualmente sometidas a su influencia. En ese proceso desaparecieron algunas manifestaciones del nacionalismo subsistente en países donde el estado tenía una participación en la economía, arrollado por la ola de privatizaciones, controles y apertura a través de la proliferación de tratados multilaterales o bilaterales cuyos resultados han sido la expansión del comercio norteamericano en mercados convertidos en colonias económicas.
Antecedente inmediato del fenómeno que ha obligado a Bush a violar el principio de no intervención del estado fueron las crisis desatadas, primero en México en 1995 y luego en Argentina y Brasil –los efectos tequila, tango y samba, que obligaron a los gobiernos de esos países al rescate bancario, con el apoyo del gobierno de Washington. Para México ese salvamento ha significado una deuda pública, soportada por toda la población, cuyo monto asciende en la actualidad a 760 mil millones de pesos ( unos 70 mil millones de dólares) cuyo pago sólo en intereses representará en este año cerca de 40 mil millones de pesos, sustraídos a menesteres de urgente atención, sobre todo ante la grave situación provocada por la crisis comenzada en Estados Unidos en febrero pasado. Se estima que desde la constitución del Instituto para el Ahorro Bancario (IPAB), que en 1995 sustituyó al Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA), el gasto en intereses, pagado por la ciudadanía, ha sido 1.3 billones de pesos. Y la deuda subsiste.
En la economía norteamericana sucedió algo muy similar a lo de las crisis de México, Argentina y Brasil, lo mismo que meses después en Japón. Desde el gobierno de Bill Clinton fueron desapariendo los controles al sistema bancario, lo que los convirtió en casinos sin regulación alguna. Los bancos se dieron a la práctica de otorgar créditos sin discriminación en una economía, la norteamericana, donde la familia vive irremediablemente en permanente deuda El patrimonio del norteamericano es prestado. Como en México, sólo que localizados principalmente en el sector hipotecario, los créditos de mala calidad crecieron desmesuradamente; la cartera vencida de los bancos provocó, a la vez que el enrarecimiento del crédito, una situación de quiebra familiar con el remate de inmuebles y el desorden en el mercado. El fenómeno, que en otras condiciones habría afectado sólo a la economía doméstica, alcanzó proporciones estratosféricas y se proyectó al resto del mundo, incluso en países o bloques regionales que han comenzado una política relativamente independiente de las recetas de los organismos financieros internacionales. La restricción de la inversión extranjera (norteamericana principalmente), soporte primordial de las economías emergentes, ha provocado en los últimos meses resultados adversos en los mercados bursátiles, en los índices de inflación, en las tasas de interés y en el producto interno bruto, por mucho tiempo rigurosamente controlados aun a costa del bienestar de la población.
El gobierno de Estados Unidos comenzó por nacionalizar –palabra pecaminosa para la ortodoxia neoliberal– dos empresas hipotecarias, Fredrik Mac y Fanny Mal, ante su ruina por la gran cantidad de créditos impagados. Luego, se decidió investigar a los directivos de ésos y de otros complejos por manejos poco escrupulosos y hasta delictivos en sus operaciones La crisis de la como comenzó con la quiebra del poderoso Lehman Brothers; Bush anunció que destinaría al rescate de los bancos una cifra inicial de 700 mil millones de dólares, que con lo aportado a diversos fondos y otras asignaciones del presupuesto federal puede llegar a más de un millón de millones, según cálculo de Richard Shelby, miembro de la comisión de Bancos del Senado norteamericano. Como en México en 1995, el estado se haría cargo de una cartera de créditos incobrables, para lo cual destinaría enormes cantidades distraídas del presupuesto, cuyo peso, como en México y otros países, recaerá sobre toda la población. La comparación, en términos de volumen y de importancia, no arroja sin embargo el mismo resultado. La economía norteamericana tiene un enorme e irremediable impacto en la de otros países.
La crisis actual no ha tocado fondo. Mientras, el rompimiento del principio de abstención del estado de toda participación en la economía, que dejará al sucesor de Bush una deuda elevadísima, tiene varios aspectos: por una parte revela una vez más la ineficacia y la profunda inequidad que significa el modelo económico cuyo centro está en los Estados Unidos; se desmiente así la afirmación de Milton Friedaman, el creador en Chile, bajo la dictadura de Augusto Pinochet, del neoliberalismo moderno, de que el mercado se corrige por sí solo, sin la intervención del Estado. Por otro lado, explica las políticas que en mayor o menor medida se están siguiendo en países y regiones fuera de la órbita puramente neoliberal: la potencia china que se levanta en el oriente; muchos países asiáticos están ya nadando en dólares. Influyen también la competencia y la fortaleza de bloques como la Unión Europea, las reticencias de Rusia para plegarse a los dictados norteamericanos y, en los últimos años, el surgimiento de grupos de países en América Latina, históricamente encabezados por Cuba y más recientemente por Venezuela y Bolivia, dispuestos a mantener una política de crecimiento económico con la justicia social y el beneficio de de la mayoría como norma fundamental.