Estimados Empresarios, distinguidos invitados, Amigos, Señoras y Señores, me da mucho gusto reunirme con ustedes para hablar de las perspectivas económicas de México en estos tiempos turbulentos para la economía global. Agradezco al Club de Industriales y a su director, Don Pepe Carral, la invitación.
Llevamos ya cinco años inmersos en la peor crisis económica y financiera de nuestras vidas. La mayoría de los países de la OCDE enfrenta una deuda pública creciente –insostenible en algunos casos-, un crecimiento lento o incluso negativo, niveles record de desempleo, sistemas bancarios frágiles y una creciente desigualdad.
Afortunadamente, no es el caso de México. El reto de nuestro país es diferente, pero no menos importante: ante un débil entorno internacional, el dinamismo económico de México deberá provenir fundamentalmente de fuentes internas. Por lo tanto, es hora de que México libere su potencial de crecimiento y acelere el proceso de convergencia con los niveles de vida de los países de la OCDE.
La perspectiva económica global sigue siendo pesimista
La situación económica global se ha deteriorado desde que presentamos nuestras tradicionales “Perspectivas Económicas” en mayo pasado. Tanto los países de la OCDE como las principales economías emergentes han disminuido su ritmo de crecimiento. Algunos llevan ya dos o tres trimestres de crecimiento negativo.
Nuevamente se debilita la confianza de las empresas, los hogares y los mercados financieros, a la par que aumentan los costos sociales de la crisis. Por otro lado, aún sigue pendiente la reducción de algunos de los desequilibrios en la economía global que ayudaron a generar la crisis. Finalmente, habría que enfatizar que persisten importantes riesgos a la baja que podrían exacerbar las cosas (mercado inmobiliario, precios del petróleo y de los alimentos, elecciones, etc.).
En los Estados Unidos, el crecimiento disminuyó a 1.5% en el segundo trimestre y la confianza del consumidor sigue a la baja. Si bien ha habido algunas buenas noticias recientemente en relación con la creación de empleos, la tasa de desempleo ha repuntado y el desempleo de largo plazo está en un nivel record. La recuperación ha sido más lenta y difícil de lo que se preveía. Lo más probable es que el déficit fiscal sea superior al 8% del PIB este año y Estados Unidos aún no vislumbra una salida al “precipicio fiscal” para 2013 que, de no resolverse, según fuentes oficiales (CBO) de los propios Estados Unidos, pondría al país en recesión en 2013.
En Japón, la reconstrucción de los daños del Gran Terremoto del año pasado ha dado un impulso al crecimiento. Sin embargo, el déficit presupuestario sigue siendo de alrededor del 10% del PIB cuando su deuda pública acumulada supera el 200% del PIB y la deflación continúa. Se acaba de aprobar un grupo de leyes, que entre otras cosas, duplican el IVA de 5 a 10%, pero parece haber sido a cambio de una inminente convocatoria a nuevas elecciones, que resultarían en el 7o gobierno en 6 años.
Los grandes países emergentes se desaceleran. China creció sólo 7.5% anual (YoY) en el segundo trimestre de 2012, mientras que India creció solo 5.2% (1T YoY). Para Brasil, se espera que la cifra oficial del segundo trimestre sea cercana a cero, pues el indicador mensual del banco central, que es una buena referencia del PIB, registró 0.2% anual en mayo.
Resolver la crisis del Euro – una prioridad
Sin embargo, el epicentro de las preocupaciones sigue siendo la zona euro. Con algunas diferencias nacionales, el crecimiento sigue a la baja y el desempleo al alza (11.2% en junio), particularmente entre los jóvenes, en donde supera el 20 por ciento en promedio, con algunos países que alcanzan el 50 por ciento. La desigualdad de ingresos, sigue en aumento, poniendo mayor presión sobre las finanzas públicas, alimentando la crisis de confianza y amenazando la estabilidad política.
Se trata de un coctel explosivo que no afecta solo a Europa: bajo o nulo crecimiento, alto desempleo, sobre todo entre los jóvenes, y una desigualdad creciente de los ingresos. El resultado: la primavera árabe, Tahir Square, la Plaza del Sol y los indignados, Occupy Wall Street, Toronto, Roma, Tel Aviv, etc. Durante la crisis, 18 de los 34 países de la OCDE han cambiado de gobierno, casi todos con alternancia del partido político en el poder. Lo único que tenían en común estos 18 gobiernos fue la crisis.
Por otro lado, la posibilidad de un nuevo descalabro de los sistemas financieros europeos, o de alguno o algunos de ellos, no ha desaparecido. De producirse, nos afectaría a todos, incluyendo a México a través de su intercambio comercial con Europa y de manera indirecta a través de los Estados Unidos.
Ese escenario es evitable en la medida en que Europa movilice sus recursos financieros, institucionales y políticos y logre apagar los incendios inmediatos asociados con la crisis bancaria y de deuda soberana. La prioridad de corto plazo es fortalecer los sistemas financieros de las economías más vulnerables. La acción del Banco Central Europeo, que operó una inyección masiva (un billón de euros) de fondeo a los bancos (a 3 años y a tasa del 1%), señaló la determinación por preservar la zona del euro y estabilizar sus mercados financieros.
Pero eso no es suficiente: el BCE necesitaría ahora utilizar su considerable capacidad de maniobra para reducir y estabilizar los rendimientos de la deuda soberana de países que “hacen su tarea” pero que siguen bajo presión de los mercados, como España e Italia. Además de utilizar plenamente el amplio espacio disponible en el balance del BCE, los gobiernos de la zona del euro deben hacer su parte, utilizando su llamado “parafuegos” (firewall) para poner fin a la crisis de corto plazo y allanar el camino para el apoyo del BCE, en los mercados de bonos.
Pero eso tampoco es suficiente. Los países europeos también necesitan convencer a los mercados de que pueden construir juntos una visión estable de largo plazo. La firma del Pacto Fiscal es un paso importante en esta dirección. El siguiente paso es la construcción de una unión bancaria, para la cual se deben tomar medidas de forma inmediata en materia de regulación y supervisión. Adicionalmente, Europa requiere de la implementación de reformas ambiciosas, largamente esperadas, que aborden problemáticas profundas que están entre las causas de la crisis. En algunos de los países, estas reformas ya han comenzado. Su continuidad es clave para romper el círculo vicioso que merma la confianza y atenta contra el crecimiento.
Esto no solo es cierto para Europa. Como lo puntualicé en mi mensaje a los Líderes del G20 en Los Cabos, todos se beneficiarían de una respuesta estructural (educación, innovación, competencia, regulación, descentralización, liberalización de los mercados laborales y de productos, I+D, salud, impuestos, infraestructura, etc.) y de una respuesta social (para enfrentar los temas de desempleo y desigualdad). Dado que el margen de las políticas macroeconómicas (tasas de interés, recompras de deuda y gasto público) está prácticamente agotado, las reformas estructurales son ahora la mejor y en algunos países quizá la única manera de promover el crecimiento.
Con frecuencia se afirma que muchas de estas reformas estructurales sólo ofrecen beneficios en el mediano plazo. Esa idea es errónea. Nuestros análisis muestran que sí las reformas estructurales se diseñan, se implementan, se comunican y se combinan de manera adecuada, pueden dar resultados mucho más rápido y a costos más bajos de lo que generalmente se espera.
México: no hay cabida para la autocomplacencia
A primera vista, el panorama en México es relativamente alentador. La OCDE estima que el crecimiento del país superará el 31?2 por ciento este año. La situación fiscal es sólida, con un déficit modesto y a la baja, una deuda pública total manejable y estable, un sistema financiero bien capitalizado, bien regulado y bien supervisado, con flujos importantes de IED, con una tasa de desempleo de las más bajas de la OCDE y con una inflación bajo control.
Los datos recientes de crecimiento en el segundo trimestre del año, confirman el buen desempeño de la economía Mexicana, que creció 4.1 por ciento con respecto al mismo período del año anterior. Este dato es particularmente destacado ante el decepcionante panorama global, la situación en Europa, las expectativas de desaceleración en la actividad industrial de los Estados Unidos y “el contagio” que ya afecta a las principales economías emergentes.
Además, la economía mexicana ha dado muestras de que la demanda interna y la inversión comienzan a jugar un papel más importante en el crecimiento, tradicionalmente dominado por el sector exportador. Esto en parte tiene que ver con el impulso generado por un mayor gasto público para enfrentar la crisis y en el contexto de un año electoral, pero también es sustentado en buenos resultados en la creación de empleos formales, las ventas al menudeo, la expansión del crédito bancario y la confianza del consumidor.
Sin embargo, aunque la estabilidad macroeconómica es un requisito necesario, no es suficiente para lograr un desarrollo sostenido e incluyente. México enfrenta grandes desafíos que debe atender cuanto antes. No es momento para la autocomplacencia.
En primer lugar, mientras que las tasas de crecimiento en México se encuentran hoy por encima de la media de la OCDE, son insuficientes aún para reducir la brecha de PIB per cápita con las economías avanzadas y atacar vigorosamente la pobreza y la desigualdad. El PIB per cápita de México es de los más bajos la OCDE (y dependiendo cómo se mida, en algunos casos, el más bajo de la OCDE) y su baja productividad no le ha permitido elevarlo sustancialmente (como si lo han hecho, España, Irlanda, Corea y China durante las últimas tres décadas). Además, a pesar de algún progreso reciente, México es el país con los mayores índices de desigualdad en la OCDE, junto con Chile. Aun cuando México tiene uno de los programas de reducción de pobreza más innovadores y exitosos en el mundo, todavía cerca de la mitad de la población mexicana, (más 50 millones de personas) vive en pobreza moderada o extrema.
En segundo lugar, al ser una de las economías más abiertas del mundo y dada su estrecha integración comercial con los Estados Unidos, México muestra una mayor vulnerabilidad ante las desaceleraciones globales. Ya en el 2009, recordemos, la economía mexicana sufrió un impacto considerable por esta vía. Esto implica que para sostener el crecimiento, México debe tomar las medidas necesarias para atemperar los choques externos y fortalecer las fuentes internas de crecimiento y de competitividad.
Por último, México se enfrenta a la competencia de otras economías emergentes, como Brasil, China, India y Rusia, intensivas en mano de obra y cada vez más integradas a la economía mundial. Sin embargo, el hecho de que estas economías estén perdiendo fuerza y de que tengan que atender sus propios desequilibrios, abre una ventana de oportunidad para México y para la nueva administración que comenzará en diciembre. México tiene muchas fortalezas que puede aprovechar para apuntalar el crecimiento: además de su situación macroeconómica sólida, tiene abundantes recursos naturales, una población joven y dinámica, un alto grado de apertura comercial, y la ventaja de compartir una extensa frontera con la mayor economía del mundo. No obstante, aún persisten importantes cuellos de botella que le han impedido aprovechar al máximo estos grandes activos y elevar su productividad. A su vez, esta baja productividad es la principal causa de la brecha de ingresos entre México y los países de la OCDE.
Si bien la productividad laboral se ha incrementado desde la mitad de la década de los 90s, su crecimiento ha sido de alrededor de la mitad del promedio de la OCDE. Peor aún, el crecimiento de la productividad multifactorial, que captura la eficiencia en el uso de todos los recursos (capital, trabajo, tecnología y otros insumos) ha sido negativo en los últimos años mientras que en otras economías emergentes, ha sido el principal impulsor del crecimiento.
Aumentar el crecimiento de la productividad
El crecimiento promedio del PIB real de 1996 a 2011 ha sido de 2.8%, y en términos per cápita de sólo 1.4%. En este periodo cual la contribución de la productividad al crecimiento ha sido en promedio -1.4%.
¿Qué puede hacer México para elevar la productividad? Una vez más, una respuesta estructural y una respuesta social. Es necesario realizar reformas en ambos frentes para que sus efectos se refuercen mutuamente y liberen el potencial de crecimiento de México. La OCDE estima que un programa moderado de reformas, podría elevar (a cerca de 4%, en contraste con un 3% actual) el crecimiento potencial de México.
Desafortunadamente, las agendas más ambiciosas de reforma se han frustrado una y otra vez por los intereses creados en la mayoría de las áreas, incluyendo el mercado laboral, la educación o las industrias de red, por mencionar solo algunas. El primer desafío, por lo tanto, es cambiar la estructura de los incentivos económicos a fin de promover la competencia, la apertura, y la productividad. Esto requiere de acuerdos políticos de gran alcance que pongan fin a la influencia de los poderes fácticos y que permitan que las reformas no solo se negocien y se legislen, sino que además, nos aseguremos de que rindan los frutos previstos.
En el pasado se han perdido muchas oportunidades. Las carencias que muchos mexicanos enfrentan hoy es resultado de dichas oportunidades perdidas, que nunca aparecen en el balance pero que pertenecen claramente del lado del pasivo. Sin embargo, nunca es demasiado tarde. México se encuentra en una encrucijada y las reformas que sean implementadas – o no – decidirán si México aprovecha la oportunidad histórica de cambiar de liga, de reposicionarse como un destino privilegiado para hacer negocios, de fortalecer su papel y su influencia en los círculos económicos y financieros internacionales, de mejorar el nivel de vida de su población y cerrar la brecha con otros países de la OCDE. Permítanme exponer brevemente algunas de estas reformas clave.
Reformas Clave para la prosperidad de México en el mediano y largo plazos
En primer lugar, a México le urge construir un sistema fiscal robusto, ágil y redistributivo. Las finanzas públicas de México hoy dependen crucialmente de los ingresos del petróleo; son incapaces de amortiguar la volatilidad del PIB y su impacto social. La baja recaudación por impuestos limita el financiamiento de inversiones públicas que promuevan el crecimiento y de políticas sociales más sólidas que permitan reducir la pobreza. Por otro lado, su estructura es poco progresiva tanto en impuestos como en transferencias, lo que limita la capacidad del sistema fiscal de hacer contrapeso a la desigualdad. Por lo tanto, México necesita una reforma fiscal que reduzca la dependencia de los ingresos petroleros mediante la ampliación de la base del IVA y el ISR y la eliminación de subsidios regresivos; que simplifique el régimen tributario, que fortalezca la administración tributaria y aumente la recaudación estatal y municipal. Este último punto es de gran relevancia, pues si bien, los gobiernos subnacionales gastan cerca del 50% del presupuesto, contribuyen con solo 10% de los ingresos. Solo en agua y predial, ambos del ámbito municipal, existe un importante potencial de recaudación. Por otro lado, cada vez más países adoptan impuestos sobre las emisiones de efecto invernadero.
Segundo, México necesita un mayor y mejor dirigido gasto social. A pesar de los avances en esta materia, el gasto social en México (excluyendo la educación) aún representa alrededor de un tercio del promedio en los países de la OCDE (7.5% vs. 21% del PIB) y es también bajo con relación al PIB per cápita. Por ejemplo, México es el único país de la OCDE sin un sistema de subsidio de desempleo, lo cual contribuye a incrementar la informalidad y la desigualdad. Más allá del gasto social, México debe reforzar su importante progreso para mejorar el impacto del gasto público mediante un proceso presupuestario multianual enfocado en el desempeño y en la eficacia y calidad del gasto en el mediano y largo plazos, mediante mejores mecanismos de adquisiciones públicas y ampliando las iniciativas de transparencia y de gobierno abierto.
Tercero, el crecimiento de la productividad de México está limitado, entre otros factores, por las rigideces institucionales en el mercado laboral. Hace cuatro décadas que no se actualiza a fondo el marco legal. México requiere una nueva ley laboral, más moderna, incluyente y equilibrada, que reduzca los costos de contratación y despido de los trabajadores (sobre todo los de poca antigüedad), facilite el uso de contratos temporales pero con la necesaria protección social, promueva la libertad pero también la transparencia sindical y cree un plan eficaz de protección en caso de desempleo. El fortalecimiento de la inspección, las sanciones (incluyendo clausuras), el arbitraje obligatorio, los salarios caídos, etc. son temas igualmente importantes. El proyecto de reformas a la legislación laboral cuya discusión se inició en el Congreso entre 2010 y 2011 representa un avance muy útil en esta dirección, que quizá permitiría aprobar un nuevo marco jurídico en la materia antes del 1o de diciembre próximo.
Cuarto, una fuerza laboral altamente capacitada es uno de los principales impulsores de la productividad y del crecimiento a largo plazo. La educación de calidad y la educación continua en el trabajo también juegan un papel clave en la reducción de las desigualdades sociales. Sin embargo, los resultados de la prueba PISA de la OCDE, ubican a México en el lugar 48 de los 65 países participantes, con la mitad de los estudiantes por debajo del nivel dos, de la prueba, lo que se considera un resultado claramente insuficiente. México requiere un sistema educativo de vanguardia, equitativo, con maestros y escuelas de excelencia, resultado de una mejor capacitación inicial y formación continua de los maestros, mejores procesos de selección y asignación de los docentes a las escuelas y un sistema bien diseñado e implementado de evaluación universal. Somos el único país donde todavía se debate la procedencia de la evaluación regular de los docentes y donde dicha evaluación por parte de las autoridades es considerada por el gremio magisterial como un esfuerzo por “doblegarlos”.
Quinto, México muestra resultados muy pobres en innovación y en absorción de tecnología. Esto es un factor determinante de la brecha de productividad. Deben asignarse mayores recursos tanto públicos como privados a la innovación. Además deben abordarse las debilidades en el marco legal así como las deficiencias de gobernabilidad para crear un sistema nacional de innovación conectado con las cadenas productivas globales, que facilite la comercialización de la investigación pública y promueva condiciones e incentivos propicios para el desarrollo de la innovación empresarial.
Sexto, México cuenta con abundantes recursos energéticos y en particular se considera como uno de los países más prometedores para el desarrollo de gas de lutitas o shale gas. En la realidad, sin embargo, ha sido difícil incluso mantener el nivel de producción de petróleo y gas. Es claro que se requiere una reforma energética con una visión intergeneracional, que promueva un consumo y producción eficientes, que contemple mayores niveles de inversión privada en el sector, que permita la extracción de petróleo en aguas profundas y la explotación de yacimientos de shale gas en asociación con el sector privado, así como una mayor promoción y uso de las energías limpias. Claramente, una reforma fiscal que libere recursos para las inversiones de Pemex es una condición necesaria para el éxito de cualquier reforma en el sector energético. Podría comenzarse de inmediato con el desmantelamiento de los subsidios al consumo de combustibles fósiles. (En promedio en 2010, los países de la OCDE recaudaron 1.6% del PIB por concepto de impuestos a los combustibles fósiles, a los vehículos automotores y otros impuestos ambientales, mientras que en México los subsidios a la energía y a la gasolina ascendieron a 0.43% del PIB ese año)
Séptimo, México requiere instituciones que promuevan (o cuando menos no obstaculicen) la competencia y la certidumbre jurídica, elementos esenciales de la economía de mercado. La falta de competencia y la regulación excesiva han sido una carga para la economía mexicana. El 30% del gasto familiar ocurre en mercados donde la competencia es débil y los precios son 40% más altos de lo que podrían ser si los mercados fueran más competitivos. Esto además, ha contribuido a las grandes disparidades de ingreso, pues las familias más pobres gastan el 42% de su ingreso precisamente en esos mercados. Si bien la reforma de 2011 a la Ley Federal de Competencia fortalece la política antimonopolios, aumenta la transparencia y aporta certidumbre jurídica, debe ser complementada con un sistema eficaz de revisión judicial y en general, con una reforma al sistema de amparo para evitar el actual abuso de este derecho con el
propósito de debilitar o suspender las decisiones de los reguladores y/o de la autoridad de competencia. Otro de los arreglos institucionales que perjudica al comercio y la inversión e inhibe innecesariamente la competencia y la productividad son las restricciones a la inversión extranjera directa en muy diversos sectores. En las industrias de red, los servicios y la infraestructura, dichas restricciones aún se encuentran entre las más estrictas de la OCDE.
Por último, la corrupción, las debilidades en el sistema legal y en el estado de derecho, no sólo dañan la eficacia de los contratos y la seguridad de los derechos de propiedad, sino que también debilitan la recaudación de impuestos y provocan retrasos en la implementación de las normas de competencia y otras reformas. La reforma del sistema judicial mexicano es imperativa, inaplazable y medular para nuestras aspiraciones económicas y sociales.
Amigos,
No es la primera vez que hablamos sobre estas prioridades de reforma. La lista no es exhaustiva y, casi todas, tienen vinculaciones entre sí. Parecería que todos sabemos lo que México necesita hacer para cambiar su destino, pero que también todos sabemos por qué ello no ha sucedido todavía y que lo aceptamos con cierto grado de resignación. Ya no podemos seguir así. En la coyuntura actual, en la que las economías más avanzadas vislumbran varios años de crecimiento lento y los grandes países emergentes tienen que hacer frente a sus propios desequilibrios, México tiene una oportunidad histórica de tomar medidas decisivas para su futuro y “emparejarse” con los países de la OCDE o cuando menos, cerrar las distancias que nos separan.
Es momento de enfocarse en la economía política de las reformas, en como sí se puede, y desafiar y vencer cualquier obstáculo político, institucional o particular que se les interponga. Gran realismo sí, pero ambición todavía mayor, incluyendo la remoción de los obstáculos al cambio. La agenda del cambio ya no puede frenarse ante las restricciones que nos impone la “realidad de hoy”. La realidad de hoy no nos gusta. Por lo tanto, hay que ir más allá y eliminar o cuando menos atenuar dichas restricciones. Este será el gran mandato del nuevo Gobierno.
Antes de concluir, permítanme hacer una reflexión adicional, como mexicano, pero a la vez observador de México desde el ámbito internacional, sobre lo ocurrido en nuestro proceso electoral. El pasado 1o de julio, el pueblo mexicano se expresó en las urnas, en el marco de las elecciones más concurridas y observadas de nuestra historia. De forma por demás institucional, transparente y eficiente, se contaron y recontaron los votos. Rindo aquí un homenaje al IFE, a su dirigencia, a su personal, a los millones de mexicanos que ofrecieron su tiempo y su talento para fortalecer el proceso y al pueblo de México por su espíritu democrático. La felicitación al candidato ganador, Lic. Enrique Peña Nieto, por parte del Presidente Felipe Calderón, fue secundada por los principales líderes y la opinión pública del mundo.
Hoy estamos a pocos días de que el Tribunal Federal Electoral se pronuncie sobre la validez de la elección y realice en su caso, la declaración de Presidente Electo, lo que daría lugar a que el nuevo Congreso expida el Bando Solemne que lo dé a conocer a todo el pueblo de México. Se iniciará entonces un período de transición de 3 meses, ya con el nuevo Congreso en funciones, en el que se puede y se debe iniciar el proceso para lograr los acuerdos, ya sea de consenso o de mayoría, si el consenso no fuera posible, para promover la agenda de cambio que aquí hemos esbozado. Me uno al coro de voces de quienes exhortan al respeto de la voluntad popular y al respeto al dictamen de las instituciones electorales que hemos creado con tanto esmero y con tanto éxito.
Señoras y Señores;
México ha contado y seguirá contando con el apoyo de la OCDE para diseñar e implementar mejores políticas para una vida mejor y hacer que la economía, el medio ambiente, el gobierno y la sociedad mexicanas sean cada vez más fuertes, más limpios y más justos.