“Este es un gobierno incapaz en todos los frentes”, dice Cuauhtémoc Cárdenas ante la tumba de su padre
Por Cuauhtémoc Cárdenas
Se dice que los hombres de la Revolución han envejecido y que con su edad ha envejecido la Revolución. La Revolución no envejece, vive en el espíritu del pueblo. Ciertamente muchos hemos traspasado los umbrales de la mayor edad, pero nuevas generaciones nos están sucediendo en la responsabilidad, y son hoy en mayor número los intelectuales, técnicos y hombres de ciencia, los que ocupan posiciones en las administraciones del régimen.
“Lo que ocurre es que con el proceso que siguió la Revolución después del periodo preconstitucional, entró al periodo de las ‘instituciones’ y de entonces las posiciones oficiales importantes han sido ocupadas por hombres con intereses creados con la contrarrevolución, ‘contrarrevolución pacífica’, que niega eficacia al ejido, al derecho obrero, a la educación socialista, etcétera. En consecuencia han faltado dentro de las propias administraciones del régimen elementos con mayor sensibilidad revolucionaria y que sean menos los elementos contrarrevolucionarios que niegan los derechos esenciales del pueblo”.
Estos apuntes los hacía Lázaro Cárdenas para sí mismo en octubre de 1970, en los días últimos de su vida, hace cuarenta años. Por otro lado, escribía un documento, que dejó inconcluso, que por su texto imagino pretendía hacer público en el sexagésimo aniversario de la Revolución, en el que asentaba sus preocupaciones sobre la marcha y desviaciones de la misma y reflexionaba sobre cómo recuperar el rumbo.
Este año conmemoramos el primer centenario del inicio de la Revolución Mexicana, que se cumplirá el próximo 20 de noviembre, y Lázaro Cárdenas destaca entre aquellos que se identificaron con su espíritu emancipador y sus principios de equidad social y entre quienes se empeñaron por plasmar en realidades los objetivos por los cuales se lanzó a la lucha el pueblo mexicano cien años atrás.
Lázaro Cárdenas, muy joven, respondió al llamado para empuñar las armas y enfrentar las pretensiones de restablecer la dictadura e hizo compromiso consigo mismo de aplicar, en el curso de su vida, todas sus capacidades para que se diera cumplimiento a los ofrecimientos de la Revolución.
Desde el primer momento formó en las filas ideológicamente más avanzadas de la Revolución Mexicana. De la vida militar pasó a las tareas políticas. No varió ni forma de pensar ni normas de conducta. En esa nueva circunstancia cobró relevancia su actividad en la búsqueda de dos grandes objetivos: el rescate y la efectividad del pleno ejercicio de la soberanía de la nación y el cumplimiento de los compromisos de la Revolución con el pueblo, garantizando la perdurabilidad de los logros mediante el impulso a la organización del pueblo mismo.
De ahí surgen, cuando tiene posibilidades de tomar decisiones como gobernante, la intensificación del reparto agrario; el impulso a la educación rural; una política indigenista de reivindicaciones; la creación del Instituto Politécnico Nacional, las Escuelas para Hijos de Trabajadores y las Escuelas Hijos del Ejército; las organizaciones unificadoras de obreros y campesinos; la defensa de los bosques; la dignificación del ejercicio de la función presidencial; la apertura a la participación de los militares en la política; la denuncia del artículo 8° del Tratado de la Mesilla de 1853, que permitió recuperar la soberanía de la nación sobre el Istmo de Tehuantepec; la Expropiación Petrolera; la solidaridad con los perseguidos por sus ideas en otras latitudes; la severa condena de México a la guerra, como voz única en los foros internacionales.
Pero su acción revolucionaria no concluyó con su paso por los más altos cargos del gobierno. La lucha la siguió, primero, desde la Baja California, en la defensa de la integridad de nuestro territorio, frente a la amenaza de penetración y asentamiento de fuerzas militares norteamericanas; en el impulso al desarrollo de regiones rezagadas; en las convocatorias al pueblo a organizarse para defender sus derechos y promover su progreso; en su firme rechazo a las intervenciones extranjeras en asuntos de pueblos y naciones soberanas; y en su tenaz lucha por la paz y la autodeterminación de los pueblos.
Por todo ello, mantiene vigencia el legado de lucha de Lázaro Cárdenas.
En el documento que Lázaro Cárdenas nos dejó inconcluso, sin desconocer logros y avances de las diferentes administraciones, hace severos señalamientos de lo mucho que había que corregir, lo mucho que rectificar, debido a claudicaciones, desviaciones y corrupción respecto a los principios y metas de la Revolución; de las condiciones de dependencia a las que habían llevado al país las complicidades entre funcionarios y gente de los negocios sin conciencia nacional y cómo el capital extranjero se había venido apoderando no sólo de áreas clave de la economía, sino del pensamiento de la juventud al través de las distorsiones de la enseñanza y la investigación, así como de la “mentalidad, la idiosincrasia, los gustos y las costumbres nacionales” al controlar y manipular los medios de información y comunicación.
Las claudicaciones y corrupción de los regímenes de la llamada revolución institucionalizada, como gota que derrama el vaso, condujeron hace tres décadas a poner el país en manos de una conducción política entreguista que expresamente se deslindó de la Revolución Mexicana, que impuso un proyecto, que se mantiene vigente, que consciente y sistemáticamente erosiona las ideas, desmantela la obra constructiva, destruye las instituciones, modifica las leyes básicas, despoja al pueblo de derechos alcanzados por acción e impulso de la Revolución. Que ha tenido como política de fondo desarrollar a México de acuerdo al modelo político, económico y social de un país dependiente y de una sociedad sin identidades nacionales.
Este proyecto entreguista y excluyente ha hecho mella y hoy los problemas sociales y económicos, la pérdida de rumbo y control políticos, los desvíos respecto a un camino acorde al interés nacional son mucho más graves que hace cuarenta años.
Este aniversario nos encuentra en el vórtice de una crisis de múltiples facetas: empleos formales que se han perdido e incapacidad para generar con suficiencia nuevos puestos de trabajo; una economía que se estanca o que apenas crece; salario de los trabajadores que día a día pierde poder adquisitivo; marginación, desigualdad social y pobreza crecientes; un campo que como elemento productivo parece cada vez más inexistente en la atención de la administración; una migración de fuerza de trabajo que ante la falta de oportunidades, a pesar de legislaciones racistas y represivas como la SB 1070 de Arizona, ni se desalienta ni cesa; violencia que se extiende y territorios cada vez más extensos controlados por la delincuencia organizada, y un gobierno que se muestra incapaz en todos los frentes.
Aunque cabe preguntarse ¿incapacidad o intencionalidad? Porque aquí se ha ido a contracorriente del mundo y en contra de la lógica inteligente. Cuando la crisis empezó a golpear fuerte en el segundo semestre de 2008, en vez de instrumentar políticas contra-cíclicas, como hicieron otros países igualmente impactados de América Latina y de otras latitudes, que ya han recuperado las condiciones de crecimiento para sus economías, en México se aumentaron los impuestos, no se bajaron, haciendo así más restrictivas las condiciones para trabajadores y empresarios; tampoco se pusieron en marcha programas extraordinarios de obras públicas como instrumento para reactivar el crecimiento, solamente se anunciaron (ahí está el caso de la refinería); no se protegió el empleo existente, en un año se perdieron más de un millón de empleos formales; se elevaron las tasas de interés bancarias, desestimulando con ello la inversión productiva. Por todo eso, la economía mexicana no alcanzará sus condiciones de 2008 –que ya eran precarias– sino hasta 2012 o 2013, si la situación no se descompone en el camino.
Por todo eso también, la economía mexicana ha seguido aportando mano de obra barata y política y socialmente desprotegida a la economía norteamericana; se profundiza el proceso de desindustrialización y se depende cada vez más de la importación de tecnologías, alimentos, bienes industriales y energéticos; existe una marcada preferencia por las inversiones, las empresas y los productos extranjeros, sobre los nacionales; e incluso para el combate a la violencia y a la delincuencia se depende cada vez más de lineamientos y recursos del exterior.
En particular, frente a la parálisis de la economía, en vez de acciones para superarla, vemos que el gobierno sólo se encomienda a la recuperación de los vecinos, la que se ve aun distante y que si bien fuera, tendría en el mejor de los casos un efecto tardío sobre nuestra recuperación.
Ahora bien, cabe volver a preguntarse, ¿así han ido las cosas porque esos efectos terribles para México se han obtenido por verdadera y simple torpeza en el diseño de las políticas económicas o es que esos han sido los objetivos buscados de las políticas impuestas a nuestra economía?
La conducción política del país, aparentemente incierta y sin rumbo (¿o es que esos son igualmente los objetivos buscados?), está llevando no sólo a una dependencia económica cada vez mayor, sino, sobre todo, a la enajenación de la voluntad política oficial y a la creciente pérdida de la capacidad de decisión autónoma del gobierno.
Frente a la crisis profunda en la que se encuentra el país, teniendo en mente que conmemoramos este año el centenario de la Revolución, rebusquemos en su legado cómo se superaron situaciones tanto o más delicadas que la actual. Para eso nos sirve la historia. No para tratar de repetir mecánicamente hechos irrepetibles, sino para aprovechar sus enseñanzas, actualizándolas en función de las circunstancias del presente y las perspectivas del futuro.
Así, por ejemplo, de los fuertes coletazos de la Gran Depresión en la década de los años treinta del siglo pasado, que frenaban el crecimiento de la economía y acrecentaban el deterioro de los niveles de vida de las grandes mayorías; que se aunaban a una conducción política que se perpetuaba y recrudecía las confrontaciones sociales al faltar conscientemente al compromiso revolucionario, México se recuperó con un gobierno que tenía claro el rumbo que debía imprimirse a la nación, al organizarse obreros y campesinos para impulsar sus reivindicaciones y defender sus conquistas, y al tomar decisiones en ejercicio de su soberanía, que removieron ataduras de intereses externos que impedían el desarrollo.
Hoy, para avanzar, como en otros momentos de nuestra historia, hace falta romper lazos de dependencia y tomar decisiones patrióticas, a favor de México y los mexicanos. Hoy, el pueblo tiene más conciencia de lo que debe hacerse y sin duda respaldará lo que se proponga y lleve a cabo en su beneficio.
Yendo a lo concreto, un primer paso para salir de las profundidades de la crisis en la que nos encontramos, es la instrumentación de una política económica que genere crecimiento sostenido en el largo plazo, que demanda de recursos para invertir en el desarrollo. Es bien reconocido que la recaudación actual es totalmente insuficiente y que una amplia y profunda reforma fiscal es indispensable. Una reforma fiscal que sea articuladora de otras grandes reformas. Hay que atreverse a proponerla, convencer a quien haga falta y llevarla a la práctica.
Porque, si como es lógico, el causante, individuo o empresa, va a pagar más impuestos, debe recibir contraprestaciones sociales y oportunidades efectivas para la expansión de las actividades productivas por parte del Estado.
Como contraprestaciones en el terreno social, habría que pensar en dos reformas clave: la de la seguridad social, convirtiéndola en universal, sin vínculos con la nómina, que es realizable y está dentro de los alcances del Estado aun en las condiciones actuales; y la reforma laboral, que empiece por el cumplimiento estricto de la legislación en la materia, que sanee y democratice la vida sindical y la justicia laboral, que pueda poner fin a la informalidad y a la descapitalización de los sistemas de protección social, que considere los cambios a que obligan los avances tecnológicos en la organización del trabajo, respete los derechos adquiridos de los trabajadores, considere un reparto equitativo de los beneficios derivados de los incrementos de la productividad entre el trabajo y el capital, garantice el acceso de los trabajadores a la información empresarial relacionada con el reparto legal de utilidades, y considere la participación de los trabajadores en las decisiones relativas a la organización del trabajo en el centro laboral.
Por otro lado, es preciso abrir oportunidades a la inversión productiva, poniendo en práctica una política de crecimiento que considere entre sus prioridades la recuperación de una banca de fomento, la creación de una banca comercial mexicana, la recuperación productiva del campo, la diversificación del comercio internacional y el fortalecimiento de los mercados internos. Una política que también conduzca a la inserción del país en las corrientes progresistas y equitativas de la globalización.
Serían pasos importantes para crear los empleos formales que demanda la población trabajadora, sobre todo los jóvenes, hacia quienes los mayores tenemos seria responsabilidad, y, sobre todo, para romper lazos de dependencia que en la relación de inequidad que se ha venido profundizando succionan las riquezas del país hacia el extranjero y restan con ello recursos a nuestras capacidades de desarrollo económico y bienestar social.
Medidas con estos alcances no podrán tomarse si no están respaldadas por la exigencia unificada de fuerzas populares organizadas.
Hoy, no podemos ignorarlo, las fuerzas progresistas y democráticas se encuentran dispersas, divididas e incluso confrontadas. Debemos reconocer, por otro lado, que son las únicas capaces de recuperar un rumbo acorde con los principios avanzados de la Revolución Mexicana para la nación, pero no en su situación actual. De ahí su gran responsabilidad para sacar al país del atolladero mediante su acción conjunta.
Somos sin duda más los mexicanos que aspiramos a una nación que ejerza su soberanía sin trabas, a una democracia más amplia y participativa, a un reparto equitativo de la riqueza pública, a una vida digna y oportunidades de mejoramiento para todos, al respeto pleno y al ejercicio cabal de nuestros derechos constitucionales, al predominio efectivo de un Estado de derecho, a un mundo equitativo, solidario y en paz, que aquellos dispuestos a servir a intereses de minorías entreguistas y hegemonías externas.
Propongámonos elaborar una propuesta unificadora que contenga las coincidencias de aquellos que se identifican a sí mismos como revolucionarios, demócratas y/o progresistas –cuando se avance en las coincidencias y éstas sean realidades tangibles, habrá tiempo de buscar cómo dirimir las diferencias—, gente que se mueva en el activismo político, en la academia, la cultura, el sindicalismo, las organizaciones civiles, una propuesta que conduzca a la acción conjunta, que sea respaldada e impulsada por una verdadera mayoría política –que está por construirse–, una mayoría que trascienda partidos, hagámoslo dejando de lado aspiraciones personales o de grupo, no compliquemos esta tarea con cuestiones electorales, sobre las cuales llegarán los tiempos de tomar decisiones, pero que no sean éstas las que en este momento dividan y cancelen la oportunidad de construir una mayoría política que tenga la capacidad para recuperar democráticamente y reorientar con sentido progresista y revolucionario el desarrollo del país. El tiempo es corto y debe apurarse el paso.
A cuarenta años de su fallecimiento estamos hoy recordando a Lázaro Cárdenas, un hombre de la Revolución Mexicana, en el año del centenario de este trascendental movimiento popular. Son dos aniversarios de compromiso y momento por tanto de que hagamos compromiso con México y con nosotros mismos, de proponernos, como gran tarea colectiva, encontrar los caminos para poner a nuestra patria, de nuevo, sobre los rieles del progreso, la equidad, el Estado de derecho, el acceso al conocimiento, la democracia, la vida con dignidad, que fueron los objetivos a los que entregaron sus vidas y por los que lucharon patriótica y denodadamente los hombres de la Revolución Mexicana, entre ellos y destacadamente Lázaro Cárdenas.
www.fundad.org