En los últimos años ha declinado la hegemonía de los Estados Unidos
Por Fernando Paz Sánchez
1. Introducción
Trece investigadores de América Latina y España publicaron recientemente un libro que aborda la estructura, la inserción externa y los problemas económicos y sociales de Nuestra América.1 Antes de resumir y comentar el contenido de uno de los trabajos que forman parte de esa publicación, se ha considerado pertinente reseñar las ideas centrales que plasmó Arturo Guillén Romo en su libro sobre la globalización neoliberal.
2. Las tesis centrales de la globalización
En la introducción de su libro, Guillén (2007, 23-32) presenta las tesis principales que han formulado los “globalizadores del capital. Éstas abarcan un conjunto de ideas de académicos, altos funcionarios de los gobiernos y de los organismos financieros internacionales, grandes corporaciones privadas, bancos y agencias financieras, así como de think tanks y periodistas económicos, diseminados a través de los medios masivos de comunicación, las universidades y otros aparatos ideológicos”. Dichas tesis se pueden resumir, siguiendo al autor de ese libro, del modo siguiente:
1 La globalización está fundada en una nueva economía basada en las transformaciones tecnológicas asociadas a la informática y a las comunicaciones, así como en una revolución financiera que permite canalizar capital de riesgo (venture capital) hacia las firmas de esa nueva economía.
2 Es un fenómeno totalizador, multidimensional, que abarca la economía, la sociedad, la política y la cultura.
3 Es un fenómeno nuevo, inédito en la historia.
4 La globalización universaliza las relaciones de mercado, elimina las relaciones de producción atrasadas y homogeniza al mundo.
5 Involucra la aplicación de políticas neoliberales.
6 Según los globalizadotes del capital, la empresa contemporánea no se parece en nada a las empresas del pasado, ni siquiera a la empresa trasnacional (ETN) de la posguerra.
7 Las economías nacionales tienden a desaparecer y son sustituidas por redes globales de corporaciones privadas de producción e intercambio.
8 Las políticas nacionales pierden efectividad y se vuelven innecesarias.
9 La globalización elimina la necesidad del imperialismo, y
10 Al abrirse y desregularse las economías, el mercado global se convertiría en el mecanismo más eficiente para la asignación de los recursos productivos.
¿Una nueva economía?
El libro de Guillén se ocupa precisamente de comentar con base en estadísticas serias y reflexiones profundas y certeras la veracidad que encierran las tesis presentadas líneas arriba y desentrañar los mitos y las verdades a medias contenidas en las mismas. Al respecto, cabe apuntar que según sus panegiristas la nueva economía comprende los sectores de alta tecnología de la informática, las telecomunicaciones y la Internet. El concepto de “nueva economía” se empezó a emplear en los años noventa del siglo anterior para resaltar la importancia de las actividades productivas apoyadas por los avances tecnológicos y su influencia en el desarrollo económico.
Las nuevas tecnologías propiciaron, según los apologistas de la globalización, un aumento de la productividad, ganancias corporativas en aumento, altas tasas de crecimiento económico y de inversión, bajos niveles de desempleo, la eliminación de la inflación y un ascenso sostenido de los índices bursátiles. Es más, se llegó a afirmar que si no se trataba de una nueva economía, cuando menos se había superado el ciclo económico. Hoy hemos corroborado que todo esto no ha ocurrido en el mundo de la economía capitalista.
Si bien resulta incuestionable que las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación han contribuido a impulsar el proceso de globalización económica y financiera, no es comparable el desarrollo observado en la última década del siglo XX con el que fue propiciado por la Revolución Industrial del siglo XVIII o con la revolución tecnológica de fines del siglo XIX y principios del XX. “Tampoco parece sostenible –escribe Guillén (2007, 41)– la idea de que se ha creado una nueva economía diferente a la ‘vieja’, inmune a las crisis y menos propensa a éstas; y mucho menos, que su presencia asegure un crecimiento sostenido de la economía mundial. Por otro lado, la globalización neoliberal está lejos de poseer, como lo demuestra la evidencia empírica, todas las virtudes dinámicas y estabilizadoras que le atribuyen sus abanderados más ardientes”.
Los incrementos del producto interno bruto que registró la economía norteamericana a lo largo de los años noventas del siglo XX, en promedio 3.4% anual, si bien resultaron superiores a los promedios correspondientes a las dos décadas precedentes, ese promedio resulta menor a la tasa de expansión lograda en los años veintes e inclusive a la media de 3.9% anual que se tuvo en el lapso 1850-1914.
El desarrollo de la economía norteamericana tampoco fue general a lo largo del último decenio del siglo anterior, toda vez que el sector agrícola, por ejemplo, registró un crecimiento medio de la productividad muy inferior al conseguido entre 1960 y 1974. A su vez, la productividad del trabajo en el sector empresarial entre 1996 y el año 2000, aunque creció más rápido que de 1978 a 1995, resultó ligeramente inferior a la tasa promedio observada en el periodo 1960-1974.
Pese a la importancia del crecimiento observado en el sector informático y en las telecomunicaciones su peso dentro de la economía norteamericana es de 9.1% y su contribución al crecimiento del producto interno bruto es de sólo 0.3% (Guillén, 2007, 45). Debe considerarse, además, que las transformaciones tecnológicas en informática y comunicación se han concentrado en el sector de servicios y su impacto no resulta comparable en las ramas que producen bienes tangibles.
La tecnología en informática y telecomunicaciones ha favorecido cambios muy significativos en los procesos de trabajo y en las formas de producir y distribuir las mercancías. El surgimiento de las empresas-red ha permitido prolongar el tiempo efectivo de trabajo, mediante el empleo de los nuevos equipos de comunicación, así como “el traslado de operaciones y actividades fuera de la empresa (outsourcing); la subcontratación; el traslado de operaciones a otros países con ventajas en términos de salarios o normas ambientales; así como la proliferación, con el decidido apoyo de los estados nacionales, de la flexibilización y precarización de las normas laborales, la contratación de trabajadores de tiempo parcial, trabajadores temporales, trabajo por honorarios, etcétera…Estos cambios en las formas de producir han introducido profundas transformaciones en la estructura del empleo y han favorecido la concentración del ingreso (Guillén, 2007, 51).
La contratación de actividades o procesos con proveedores nacionales o externos de bienes y servicios (outsourcing) se ha vuelto una práctica común de las grandes empresas. Esa práctica, cada vez más frecuente, tiende a dejar en el corazón de la empresa central sólo las actividades que se consideran estratégicas. El cambio que ha registrado la estructura productiva de la mayoría de los países del mundo debido a la proliferación de la subcontratación ha sido mayúsculo. En países avanzados, como Estados Unidos e Inglaterra, se ha intensificado la reducción de la importancia relativa de la ocupación en la industria manufacturera dentro del empleo nacional, fenómeno que también se aprecia en México y en otras naciones de América Latina.
La movilidad de la fuerza de trabajo no ha sido precisamente hacia las ramas más dinámicas de la economía, “lo que se observa es un desplazamiento de las ocupaciones manufactureras hacia los servicios de baja productividad o su deslocalización a países donde existe excedente estructural de mano de obra y bajos salarios…” (Guillén, 2007, 53) Ese desplazamiento también ha favorecido la expansión hacia zonas o territorios libres, esto es, regiones en donde no se pagan impuestos y aranceles.
Otro elemento que consideran muy positivo los ideólogos de la nueva economía es la globalización financiera, misma que estiman ha contribuido muy favorablemente al funcionamiento de la economía. Por el contrario, Guillén y otros investigadores destacados puntualizan que se ha configurado un nuevo régimen de acumulación con dominación financiera el cual ha elevado la fragilidad y volatilidad de los sistemas financieros al interior de los países y en general del sistema financiero internacional.
El nuevo régimen entraña un cambio cualitativo en la lógica de la acumulación del capital. “En él, la esfera financiera predetermina la esfera productiva sometiendo ésta a sus necesidades; las formas de gestión de las grandes empresas y grupos económicos se modifican, sujetando su funcionamiento a las necesidades de rentabilidad de corto plazo. Las firmas se ‘financiarizan’, lo que importa ahora es el valor accionario de la corporación y aumentar los ingresos de la misma, mediante la participación activa de sus tesorerías en los mercados financieros” (Guillén, 2007, 59).
El régimen de acumulación con dominación financiera, los cambios que ha propiciado al interior de las grandes corporaciones, junto con la desregulación ha facilitado los fraudes contables y los escándalos financieros, así como la quiebra de grandes bancos y empresas de seguros que han tenido que recurrir, como hemos visto en estos días, hasta la estatización con el propósito de salvar en parte sus cuantiosos activos.
Luego, no existe propiamente una “nueva” economía. En el mundo siguen presentes todos los vicios de la vieja economía capitalista, sólo que cada vez más complejos y dañinos contra el verdadero bienestar de la humanidad, lo mismo en los países donde se disfruta de un alto nivel de desarrollo que en donde se padecen los males del subdesarrollo.
La globalización es un fenómeno nuevo
Varios autores se han ocupado de demostrar que el proceso de internacionalización y de creciente interdependencia de la economía no es reciente sino que se trata de un proceso tan viejo como el capitalismo y que se muestra desde la primera etapa del mismo, es decir, en el capitalismo mercantil con el surgimiento de las ciudades mediterráneas del siglo XIV. En la etapa actual, sin embargo, se ha insistido en la novedad de la globalización. Pero, qué se necesitaría en realidad para que ésta pudiera darse:
Guillén (2007, 89) escribe que la “economía global reclamaría el establecimiento de un sistema productivo de dimensiones planetarias, donde todas las empresas –o la mayoría de ellas – fuesen ETN (empresas trasnacionales), operarán con una lógica de mercado mundial y pudieran establecerse indistintamente en cualquier punto del planeta. La economía global implicaría libre movilidad del capital productivo, de los flujos financieros y de la fuerza de trabajo”. A lo anterior, habría que añadir, según Guillén, “una moneda única en el ámbito mundial, la desaparición de los estados nacionales, así como la creación de instancias supranacionales que gobernaran la economía y la política mundial”.
Si bien es verdad que se ha avanzado considerablemente en la libertad de comercio son todavía muchas las restricciones que se tienen, especialmente las barreras sanitarias, la exclusión arbitraria y unilateral de ciertos países y productos y otro tipo de contingentes que suelen imponer los países de más alto nivel de desarrollo cuando resienten el embate competitivo de los bienes importados desde los países subdesarrollados. Posiblemente sea en el ámbito financiero donde mayor es el avance de la globalización, pero incluso en él subsisten restricciones y condicionamientos para su acción en muchos países. Es más, en materia de fuerza de trabajo subsisten y se han agudizado, sobre todo en el presente, las barreras a la libre movilidad de los trabajadores.
La migración de trabajadores provenientes de los países subdesarrollados hacia los avanzados no han sido objeto de una negociación seria y a fondo entre las partes y mucho menos se ha dado un paso serio en materia de regulación. Los trabajadores ilegales en un país avanzado, ya sea de América del Norte o de Europa, resultan más baratos y más productivos que los trabajadores formales para beneficio de sus empleadores.
Si en estos tres ámbitos se está todavía lejos de hablar de globalización, en los otros tres: la existencia de una moneda única, la desaparición de los estados nacionales y la creación de instancias supranacionales, no se ha dado ningún paso hacia delante. Luego, vista de este modo, si bien la internacionalización está presente en la economía, en el comercio, en la cultura, y nos afecta a todos los habitantes de la Tierra, la llamada globalización también suele manejarse como un mito.
“Para ser más precisos, más que un sistema productivo mundial, la globalización es un ‘proyecto’ de las fracciones de capital más poderosas e internacionalizadas por establecer una economía global, pero ésta no es una realidad configurada, sino más bien una ‘tendencia’: un proceso de transición, que opera en un marco contradictorio”. (Guillén, 2007, 113).
¿La globalización elimina las relaciones de producción atrasadas?
Los voceros de la globalización pregonan que este proceso ha contribuido a la modernización en todas las regiones y países del mundo y que se han superado las viejas relaciones de producción. Esto significaría que las relaciones de dependencia entre centro y periferia habían quedado en el pasado. Sin embargo, ello no ha ocurrido así. Guillén recoge en su libro (2007, 124) una cita de Harry Magdoff quien en 1970 escribió sobre ese particular lo siguiente: “[…] el fin del colonialismo de ninguna manera significa el fin del imperialismo (…) el colonialismo, considerado como la aplicación directa de la fuerza política y militar fue esencial para remodelar las instituciones sociales y económicas de muchos de los países dependientes a las necesidades de los centros metropolitanos. Una vez completado ese remodelamiento, las fuerzas económicas –el precio internacional, y los sistemas de mercadeo y financiamiento– fueron suficientes por sí solos para perpetuar e incluso para intensificar la relación de explotación entre la metrópoli y la colonia”.
El centro, formado por Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia, junto con Japón, es donde radica la mayor cantidad de matrices de las grandes empresas trasnacionales y sus relaciones con los países de la periferia le permiten la captación de una porción muy importante del excedente económico generado en estos últimos. Este proceso alienta la acumulación de capital en las naciones del centro y obstaculiza, a su vez, el avance de los pueblos subdesarrollados.
El poder de los países que constituyen el centro, también conocido como la tríada, “se apoya en lo que Samir Amin identifica como los ‘cinco monopolios’: a) el dominio de la tecnología; b) el control de los flujos financieros; c) el acceso a los recursos naturales del planeta; d) el control de los medios de comunicación masivos; y e) el monopolio de las armas de destrucción masivas”. (Guillén, 2007, 131).
El poder de las grandes empresas trasnacionales no se basa en un sistema de orden supranacional. Su fuerza deviene del poder que ejercen las naciones del centro sobre los demás países del mundo. Luego, el estado nacional no se ha debilitado, como lo propalan los panegiristas de la globalización, sino que ha visto fortalecido su predominio en el mundo económico, financiero, tecnológico, cultural y militar.
La hegemonía de los Estados Unidos
Una buena parte del libro de Arturo Guillén Romo sobre la globalización está dedicada al tratamiento y análisis de la hegemonía norteamericana. Entre otras cuestiones de interés, escribe lo siguiente:
“La economía de Estados Unidos vive en el filo de la navaja, al enfrentar una contradicción difícil de resolver. Por un lado, la depreciación del dólar es indispensable para atenuar el enorme déficit de la balanza de pagos, que ha alcanzado un nivel sin precedente. Pero, por el otro, la depreciación de la divisa verde conspira contra el interés estadounidense de mantener el dólar como la principal reserva de valor y la divisa clave del mundo, y contra la necesidad de financiar su desequilibrio externo y mantener el dinamismo de la economía interna y seguir siendo la locomotora de la economía mundial”. (Guillén, 2007, 169).
Hemos sido testigos que en los últimos años ha declinado la hegemonía de los Estados Unidos y que otras regiones, como la que forman Alemania, Francia y Gran Bretaña, han ganado terreno en el plano internacional. Algo similar, aunque con mayor ímpetu se observa con Japón, en las dos últimas décadas del siglo XX, y recientemente con China.
Pareciera, pues, que vivimos una fase de transición hegemónica. A este respecto, concluye Guillén:
“Es difícil discernir el desenlace del proceso de ´transición hegemónica’. Las potencias emergentes: Alemania y Japón (¿China?) no parecen poder ni querer ocupar, al menos en el futuro previsible, el lugar de Estados Unidos. Otra opción, un mundo multipolar regido por reglas claras y consensuadas, no parece viable en la correlación actual política de fuerzas en el mundo. Más factible es esperar una continuación de la dominación estadounidense, en un escenario de creciente descomposición y erosión de las bases de su liderazgo, así como en medio de crecientes diferencias con sus socios de la tríada, y de conflictos en ascenso con los países de la periferia, que no encuentran en la globalización neoliberal una respuesta a sus aspiraciones de desarrollo económico y social” (Guillén, 2007, 332).
El desarrollo económico de América Latina
Tres investigadores distinguidos de España y México, Antonio Palazuelos y José Déniz, así como Eugenia Correa, coordinaron sus trabajos y los ensayos de otros diez colaboradores para abordar los temas de estructura, inserción externa y sociedad en el desarrollo económico de Nuestra América. La lectura de este libro encierra importancia puesto que ayuda a comprender la verdadera situación que guarda la realidad de los países latinoamericanos, en especial Argentina, Brasil y México. Aquí, sólo habremos de referirnos brevemente al primero de los ensayos contenidos en ese libro: “Modelos de desarrollo y estrategias alternativas” que elaboró Arturo Guillén Romo.
Guillén identifica tres modelos o patrones de desarrollo económico en América Latina: el primero, que denomina primario – exportador, se extiende de 1850 a 1930; el segundo, sustitución de importaciones, comprende el lapso 1930-1982; y, el tercero, el neoliberal, cuyo inicio fija en 1983 y que se extiende hasta la fecha. “Cada modelo de desarrollo involucra una inserción específica de cada país en la división internacional del trabajo, lo que determina la configuración de su sistema productivo; y define, asimismo, las modalidades específicas de su estructura social y del bloque en el poder (alianza de clases y segmentos de clases) que domina y ejerce el poder político”. (Guillén, 2008, 16).
El modelo primario- exportador
Al examinar el comportamiento del modelo primario – exportador, destaca Guillén, que la división internacional del trabajo no sólo trajo consigo una polarización creciente entre el centro y la periferia sino que condicionó “la existencia de una estructura interna dual integrada por un sector <> representado por el sector exportador, y en donde la presencia del capital extranjero era predominante, y un sector tradicional o <>, que operaba en el campo o en actividades artesanales de bajos niveles de productividad… Furtado fue el primero en introducir el concepto de dualismo estructural… concepto que, más adelante, fue sustituido…por el de heterogeneidad estructural. Este último refleja mejor la diversidad de formas de producción que han acompañado la historia de los países subdesarrollados”. (Guillén, 2008, 19).
Una relación internacional de precios cada vez más desfavorable para los países de América Latina y el colapso de los flujos comerciales y financieros, como consecuencia de la gran crisis de 1929, tornaron inviable el sostenimiento del modelo. Se volvía imperioso iniciar y acelerar el proceso de sustitución de importaciones en nuestros países. A su desenvolvimiento vino a contribuir la Segunda Guerra Mundial que impidió, en buena medida, el intercambio mercantil entre los países del centro y los latinoamericanos.
El modelo de sustitución de importaciones
El tránsito hacia el modelo de sustitución de importaciones no ocurrió del mismo modo y al mismo tiempo en los países de América Latina. Argentina, Brasil, México y Chile, aunque este último en menor escala, hicieron descansar en la industria el eje del proceso de acumulación de capital. Este proceso hizo viable el surgimiento de un nuevo bloque de poder, que, a su vez, dio mayor impulso a la industrialización. “Ese nuevo bloque incorporaba una naciente burguesía industrial y a amplios sectores populares que se beneficiaban con el nuevo modelo. No resulta accidental, por lo tanto, que el tránsito al nuevo modelo haya coincidido con el ascenso al gobierno de regímenes progresistas…La estructura social se transformó sustancialmente, creciendo en forma acelerada la clase obrera, así como los asalariados y las <> urbanas”. (Guillén, 2008, 24 y 25).
Cabe subrayar que pese a significar un avance muy considerable y muy positivo tanto en el plano económico, como en lo social, el modelo de sustitución de importaciones no pudo superar la heterogeneidad estructural de las economías latinoamericanas, más bien se agudizaron las brechas existentes entre los sectores de punta y los atrasados. Con esto se afectó negativamente la distribución del ingreso nacional y se cerró el camino a la democracia política.
Guillén, siguiendo a la corriente estructuralista, distingue dos fases de este modelo: el de sustitución fácil, que termina alrededor de los años cincuenta del siglo anterior y el de sustitución difícil, que culmina en 1982 con la crisis de la deuda externa, crisis que se inicia en México, pero que habría de extenderse hacia Argentina y Brasil. A lo largo del periodo de sustitución fácil, la inversión fue realizada primordialmente por inversionistas nacionales, siendo muy importante, desde su inicio, el papel que desempeñó el Estado, puesto que además de la inversión directa del mismo en infraestructura productiva y servicios sociales básicos: educación, salud, vivienda y seguridad, constituyó empresas que impulsaron la producción en campos estratégicos: energéticos, transportes e industrias básicas, apoyó con financiamiento público las inversiones de empresas privadas y les otorgó estímulos y facilidades fiscales con el fin de alentar la producción interna de los bienes industriales que se importaban.
A pesar de la importancia que tuvo este proceso al interior de los países latinoamericanos, la división internacional del trabajo no experimentó cambios sustanciales. La exportación siguió apoyada en la venta de bienes primarios de origen agropecuario y minero, mientras que las importaciones de bienes manufacturados se movieron a favor de los bienes intermedios y de capital, mientras se abatían las compras de artículos de consumo final.
En la fase de sustitución difícil, aunque el proceso de industrialización se sigue apoyando primordialmente en las ventas orientadas al mercado interno, se orienta sobre todo a la fabricación de bienes de consumo duradero, artículos electrodomésticos y automóviles por ejemplo. “Más que una sustitución de importaciones, era una descentralización de actividades desde el centro hacia la periferia. Esto es así porque a diferencia de la etapa anterior, en que el esfuerzo de industrialización descansó en capitales nativos, en esta segunda etapa son las ETN (empresas trasnacionales), sobre todo estadounidenses, las que comandan el proceso de industrialización”. (Guillén, 2008, 26).
Tampoco en esta etapa pudo quebrantarse la heterogeneidad estructural de nuestras economías. Subsistieron los sistemas tradicionales de producción y el crecimiento poblacional no pudo ser absorbido en las nuevas líneas de producción, mucho menos en la agricultura de subsistencia y en las artesanías, con lo que vino a crecer la economía informal. “La industria sustitutiva y, en un sentido más amplio, el proceso de acumulación de capital resultaron incapaces de absorber a los vastos contingentes que migraron a las ciudades. Lejos de producirse el vaciamiento del sector atrasado con la acumulación de capital (…) lo que se produjo fue la aparición del subempleo, la informalidad y la marginalidad en las grandes ciudades del subcontinente (…) Con el MSI (modelo de sustitución de importaciones) se producía una triple concentración de los frutos del progreso técnico: económica, social y regional”. (Guillén, 2008, 27).
El modelo neoliberal
La crisis financiera de 1982 marca el fin del modelo de sustitución de importaciones y el inicio en los países de América Latina del modelo neoliberal. “La decisión de los acreedores externos de suspender el financiamiento voluntario y la rigidez de los programas de ajuste impuestos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) condujo a los países latinoamericanos a proyectar sus economías hacia el exterior y a financiar el pago del servicio de la deuda mediante la obtención de superávit en la balanza comercial, lo que se tradujo en una drástica compresión de la capacidad de importación y de los niveles de inversión, consumo y empleo” (Guillén, 2008, 32).
El modelo neoliberal, como apunta Guillén en su ensayo, fue consecuencia de las tendencias mundiales a proyectar los sistemas productivos hacia el exterior. La globalización se convirtió para las economías de los países del centro en una vía de salida a la crisis que padecían sus firmas trasnacionales. Al mismo tiempo, los gobiernos endeudados y los grupos de inversionistas privados de los países de América Latina buscaron reconvertir sus empresas al orientar su producción hacia la exportación.
Este fenómeno no se dio del mismo modo en Nuestra América. En los países del Cono Sur se alentó la exportación de productos agropecuarios y agroindustriales hacia los principales mercados del mundo; mientras que en México y en los países de Centroamérica y el Caribe se impulsó el establecimiento de plataformas de exportación mediante maquiladoras con producción enfocada preferentemente, y a menudo de manera exclusiva, al mercado estadounidense.
La política neoliberal, que sirve de adjetivo a este modelo, se condensa en los diez puntos contenidos en el llamado Consenso de Washington que van, como es sabido, desde la disciplina fiscal ortodoxa hasta la liberalización comercial y financiera. Guillén hace notar que el Consenso no reflejaba una convergencia de ideas entre los países avanzados y los subdesarrollados, tampoco que sólo obedecía a los dictados de los Estados Unidos con la colaboración del FMI y el Banco Mundial, “sino que expresó, ante todo, un compromiso político, un entramado de intereses entre el capital financiero globalizado del centro estadounidense y las elites internas de América Latina. Éstas buscaban con su inserción en la globalización una salida de la crisis y un nuevo campo de acumulación para sus actividades”. (Guillén, 2008, 32 y 33)
Aunque en el Consenso de Washington no figura la apertura financiera, ésta se convirtió en el centro de la nueva estrategia. En los países principales de América Latina, “la apertura financiera y el ingreso masivo de flujos externos provocaron la sobrevaluación de las monedas y un nuevo ciclo de endeudamiento externo. (…) Uno tras otro, los países emergentes de la región pasaron por la trituradora y experimentaron crisis financieras agudas con secuelas severas en la economía real: México en 1994-1995, Brasil en 1999 y Argentina en 2001”. (Guillén, 2008, 33)
Con el modelo neoliberal, la economía de los países de América Latina tiende a profundizar la heterogeneidad estructural. Por un lado, un sector exportador, en buena medida aislado del resto del sistema productivo interno; un sector relativamente moderno, surgido al calor de la sustitución de importaciones y orientado preferentemente hacia el mercado interno con escasa penetración en el mercado mundial; y, en la base, un sector cada vez más numeroso de la población que se ocupa en las actividades tradicionales y en la economía informal.
“El progreso técnico se concentra (…) en el sector dinámico de la economía, sin transferirse, salvo mínimamente a otras actividades. Al concentrarse el progreso técnico se concentran también, de manera concomitante, las ganancias de productividad, indispensables para la modernización del resto del sistema productivo. Como el modelo exportador funciona sobre la base de salarios reales bajos y restringida participación directa del Estado en la economía, el mercado interno, en vez de expandirse, se ha estancado, afectando seriamente a la mayoría de las actividades que dependen de éste”. (Guillén, 2008, 34).
Con el modelo neoliberal, además de los daños que resiente la estructura interna, se ha agudizado fuertemente la dependencia comercial y financiera del exterior, toda vez que si bien han crecido de manera considerable las exportaciones, también han aumentado las importaciones, sobre todo en México, donde el coeficiente de las importaciones, desde la vigencia del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte pasó de 16% a 41%. Ello ha implicado desequilibrios en la balanza comercial que han demandado la recurrencia a fondos financieros del exterior, ya sea inversión extranjera directa, crédito solicitado por las empresas establecidas en el país e inversiones de cartera.
En busca de un modelo alternativo de desarrollo
El saldo de este proceso, que se prolonga desde 1982 hasta la fecha, ha sido un crecimiento caracterizado por su extrema lentitud y una desigualdad social cada vez más acentuada. Por tanto, afirma Guillén, “es urgente para América Latina construir y aplicar una estrategia alternativa de desarrollo (…) orientada a recuperar el crecimiento, elevar los niveles de empleo, satisfacer las necesidades básicas de la población y eliminar la pobreza extrema y el hambre”. (Guillén, 2008, 39).
“La puesta en marcha de una estrategia alternativa no es un problema meramente técnico sino fundamentalmente político (…) la historia reciente nos muestra que la nación sigue siendo un espacio privilegiado de la lucha de clases y para el diseño y ejecución de estrategias diferentes al neoliberalismo, lo que incluye el espacio electoral. A diferentes ritmos, y atendiendo a especificidades nacionales, Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay, Bolivia, y más recientemente Ecuador, son ejemplos vívidos de que el ascenso al gobierno de partidos y movimientos progresistas crea las condiciones para la construcción de proyectos alternativos”. (Guillén, 2008, 40)
La salida de nuestro rezago, por tanto, no se encuentra dentro del campo de la ciencia económica pura, tampoco en el cambio tecnológico simple, se encuentra en el terreno de la política, indispensable para trazar y aplicar un nuevo modelo de política económica que sea capaz de superar los problemas que obstaculizan el desarrollo y que responda cabalmente a las necesidades de las grandes mayorías de la población mexicana.
Referencias
(Endnotes)
1 GUILLÉN ROMO, Arturo, [2008], “Modelos de Desarrollo y Estrategias Alternativas”, en CORREA, Eugenia, DÉNIZ, José y PALAZUELOS, Antonio (Coords.), América Latina y Desarrollo Económico, Madrid, Ediciones Akal, 285 pp.
2 GUILLÉN ROMO, Arturo, [2007], Mito y realidad de la globalización neoliberal, México, Universidad Autónoma Metropolitana y Miguel Ángel Porrúa, 334 pp.