El Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas, en la Ciudad de México
Ocupando una manzana entera en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas es una fundación de origen virreinal que se comenzó a planear desde la primera mitad del siglo XVIII por una comunidad de vascos que se habían establecido en la Nueva España desde el siglo XVII. Esta comunidad se asoció en forma de cofradía -o hermandad-, bajo la titularidad de Nuestra Señora de Aránzazu, estableciendo su capilla en 1682, en el convento de san Francisco que actualmente se alza en la calle de Madero.
Así, desde 1732, se dictaminó fundar el Real Colegio de San Ignacio de Loyola para niñas y mujeres de las vascongadas, así como de otras partes de España, amparando asimismo a viudas. Así, se abrió una especie de renovación pedagógica que dio a la mujer novohispana mejores posibilidades educativas, junto con una sólida instrucción religiosa, con patrocinio real, y que unos años después abrazaría a todas las mujeres novohispanas, sin ocupar interés alguno de su condición social.
Es importante señalar el carácter autónomo de la comunidad de los vascos en la Nueva España, el cual derivó en diversos roces con las autoridades eclesiásticas y reales. Debido a esto y con el afán de desligarse de imposiciones externas que afectaran el funcionamiento de su cofradía, acordaron que, para el sostenimiento de su hermandad, no recibirían otra contribución que no fuera hecha por originarios de tierras vascas o sus descendientes. En sus Constituciones del Colegio de San Ignacio de Loyola, el ilustre abogado Francisco Javier Gamboa dejó lo tocante a la independencia del Colegio de la autoridad eclesiástica, y la basó en el hecho de que la institución había sido creada y sostenida por laicos y para laicos. Ello no quiere decir que la vida en el Colegio no dimanaba una vida religiosa injertada dentro de la vida novohispana. En suma, señala en su Artículo IV, que la nación vasca había hecho la fundación, “bajo la honesta condición”, de que sus “rentas, dotaciones, gobierno y dirección y anexidades habían de quedar exentos de la jurisdicción ordinaria”.
Bajo esta perspectiva laicista, el Colegio de San Ignacio de Loyola, desde su fundación, se vio protegido del cierre inminente de colegios religiosos administrados por el clero, como el Colegio de san Miguel de Belén, a raíz de la desamortización de bienes de la Iglesia, como parte de las Leyes de Reforma de 1859, promulgadas por el presidente Benito Juárez. Esta acción marcó las condiciones necesarias para que esta institución se mantuviera en funcionamiento, prácticamente de la misma forma que lo había hecho desde su apertura, en 1767, hasta nuestros días.
En lo tocante al Colegio de San Miguel de Belén y el de la Caridad, tras haber sido desmantelados, una parte importante de su patrimonio pasó al acervo de Vizcaínas.
[El marco novohispano, el corazón del Colegio]
Es en el siglo XVII donde se define la identidad novohispana. La Nueva España se encuentra en un periodo donde opera como un reino del mundo hispánico, dentro del cual se observa una sociedad heterogénea y multicultural. No se puede dejar de lado, al mismo tiempo, que es este siglo XVII donde se consolidan y se instauran las bases del Concilio de Trento y donde se afianza la imagen de la religión católica como unidad íntegra del colectivo novohispano. En ese sentido, toda la vida del novohispano está en función de la fe y de la religiosidad. Para ello, es preciso recalcar la fijación de la doctrina Mariana a lo largo de todo el periodo, especialmente en la Nueva España, junto con el resto de América Latina. Esto tendrá continuidad a lo largo del siglo XVIII.
[Vizcaínas y el siglo novohispano]
Aunado a lo anterior, es ineludible pensar una institución o una sociedad novohispana bajo el sello de la religiosidad, pues ello imprime la idiosincrasia novohispana. Esta condición acentuará todo el modus operandi del Colegio y de sus niñas. En el siglo XVIII se destacaba en la vida diaria y educativa el factor religioso como el eje central. Por lo tanto, las actividades educativas se comprendían en dos aspectos: la formación cristiana y la enseñanza y artes mujeriles. Una parte muy importante fue la formación con base en los pilares de la espiritualidad ignaciana, considerando que el conocimiento de las verdades del cristianismo eran la base más sólida para la formación moral de las mujeres.
Visto así, el ilustre abogado novohispano, Francisco Xavier Gamboa, quien desarrolló las Constituciones, señalaba con estricta pluma que el lema ignaciano a la mayor gloria de Dios era la razón básica de la existencia del Colegio; y que para ello y por medio de las doncellas y demás mujeres, que con sus vidas darían a Dios esa gloria, existiría el Colegio. De acuerdo al modelo educativo del Colegio, la educación tendría, por tanto, como fin, el fomento de los valores morales y religiosos. Es decir, una educación en la virtud cristiana. Las Constituciones tenían fundamentos de austeridad de vida dentro del Colegio, sumada a la clausura de tipo monacal y las restricciones en los permisos de salida. Se prescribe en la Constituciones que las niñas fueran enseñadas a leer, escribir y contar, que aprendieran la doctrina cristiana, costuras, labores, bordados y otros ejercicios propios de mujeres para el cuidado de una casa.
La enseñanza de la música fue otro aspecto de la instrucción femenina que se reflejó en el cuidado directivo. En primera instancia, la música que acompañó al Colegio desde sus inicios, era el canto llano de las liturgias. Ya del siglo XIX hay otras obras didácticas que muestran el renovado interés del patronato en la música. El interés de la música no fue únicamente religioso, sino que valorándola por sí misma, se convirtió en parte de la enseñanza escolar. Por el interés que la música empezó a tener como materia importante en la cultura femenina, el Colegio se mantuvo a la vanguardia de los movimientos musicales europeos; pues la evidencia del archivo presenta las obras de músicos alemanes, franceses e italianos.
Otro aspecto significativo de la formación femenina del Colegio fueron las artes decorativas o labores de mano, patrimonio de enorme valor que actualmente se conserva en el Colegio: “Las labores, bordados y demás habilidades propias de las mujeres nobles y honestas” (Documento 7, publicado por Olavarría y Ferrari en el apéndice de su obra. Constitución XIX, p. 66). Y el bordado se continuó como una de las más valiosas tradiciones del Colegio durante el siglo XIX.
Visto así, se puede observar que desde el siglo XVI existía una preocupación por la mujer, por el sentido de la caridad y, especialmente, de su protección, siendo los vascos quienes más destacaron en esta labor. No podemos olvidar que este colectivo –los vascos- representan uno de los grupos más poderosos en la Nueva España y, parte de esta representación, se refleja desde finales del siglo XVIII con la unificación de la cofradía de Aranzazú, que significa la unión de las tres provincias vascas: Guipuzcoa, Bizcaya y Álava.
El Colegio de la Caridad, es decir, el actual Club de Banqueros, donde nos encontramos en estos momentos, fue el primer colegio para mujeres desde el siglo XVI, bajo la responsabilidad de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, la organización más importante de una veneración; y que fue designado para la protección del honor y la dignidad de la mujer. Gran parte de las obras de arte y del archivo del mismo fueron trasladados al edificio de Vizcaínas, donde actualmente se pueden apreciar.
[Los Vascos en la Nueva España]
Dentro de su contexto previo, al final del siglo XVII la comunidad vasca en la Nueva España estableció primeramente hermandades y, posteriormente, una cofradía para la devoción de la virgen de Aranzazú. En tanto que cofradía, entendidas éstas como garantías de ayuda para todos los cofrades, además de fomentarse las prácticas religiosas –vida sacramental-, se puede observar que el concepto de las dichas representan el fortalecimiento de la imagen y veneración de la virgen, ya que no se puede dejar de lado la consolidación plena del proyecto mariano. Así, se encontrarán, en el edificio, muchas imágenes de la virgen y, por tanto, el enfoque de veneración a la misma, en todas sus manifestaciones. Asimismo, la cofradía representa o simboliza la noción del corpus Christi, en tanto que función activa y colectiva, estimulando primordialmente la ayuda mutua y la caridad cristiana entre los individuos que lo conforman e incluso con los que no.
En ese sentido, todo el proyecto alude a un concepto vital que es la caridad cristiana, entendida como el amor pleno, la bondad y la misericordia, desde un enfoque global o universal. Es decir, no sólo incluía el cuerpo católico, sino que incorporaba a la otredad perdida y descarriada (huérfanos, mujeres, mendigos, los grupos a cargo de los misioneros, entre muchos otros).
Don Ambrosio de Meave, Don Manuel de Aldaco, Don Francisco de Echeveste, Juan José de Eguiara y Eguren, entre muchos otros, reflejan la inclusión de todo tipo de personalidades en el proyecto católico para el emprendimiento de labores de apoyo, entendido esto como un cuerpo con una visión unilateral, así como la unión de una mentalidad que desenvuelve una única identidad.
Para tener un respaldo más sólido y mayor independencia en sus decisiones, la Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu fue aprobada por el Consejo de Indias y, por disposición real, quedó unida a la Congregación de San Ignacio de Loyola de Madrid.
Los cófrades enfocaban parte de sus esfuerzos y ganancias a la promoción de obras pías, dedicadas a la ayuda de mujeres desamparadas y niñas huérfanas, entre otras acciones que se perfilaban como el motor de la economía novohispana y que derivaron en la creación del Colegio de San Ignacio de Loyola.
Este espacio laico y de recogimiento para niñas, mujeres y viudas, surgiría en medio de un contexto donde la formación de las mujeres novohispanas estaba mayoritariamente en manos del clero, aunque existían otras escuelas menores, de carácter popular, y sólo había dos colegios advocados estrictamente a la educación: el Colegio de Nuestra Señora de la Caridad y el de San Miguel de Belem.
En suma, la difícil condición de las mujeres novohispanas era un tema por resolver en el virreinato, pues de no cubrir la dote para un buen casamiento o su ingreso en una institución conventual o educativa, su destino era la mendicidad, la locura o la prostitución. Mediante el conocimiento, la Cofradía de Aránzazu buscó dignificarlas y mejorar sus oportunidades de vida.
[Espiritualidad, educación y caridad cristiana]
Ya en el siglo XVIII, con la expulsión de los Jesuitas en 1767, se reafirmó la espiritualidad Ignaciana en éste mismo espacio. Se observan muchas de las obras jesuíticas, tanto de archivos como pinturas, que pasaron a ser parte de este edificio para ser resguardadas.
En ese sentido, es menester señalar que en la memoria colectiva de ese siglo, se mantenía la identidad y la espiritualidad jesuita, a pesar de haber sido desplazados. Al mismo tiempo, parte de esta memoria llevó a sus directivos a crear escuelas públicas dentro de los espacios del mismo edificio. Ello formaba parte del proyecto ilustrado que incluía una educación gradual, es decir, entendida como instrucción, además de ser pública y gratuita, dirigida a mujeres
En el periodo novohispano se observa a la feminidad dedicada a la vida conventual y, por tanto, es el siglo XVII el periodo donde se multiplicaron los conventos, impulsando, en gran manera, la educación femenina bajo las doctrinas más puras del cristianismo. Estos conventos se volvieron los centros de educación para la mujer. Así, al ser importantes instituciones de resguardo y educación, también funcionaron como modelos del deber ser exigido hacia las mujeres de la época. En consecuencia, esto derivó en el siglo XVIII.
[Textiles: el patrimonio de la empresa novohispana]
El Colegio cuenta con una riqueza inédita del patrimonio textil. Un patrimonio tan valioso que permite conocer una de las características más importantes de la Nueva España: la vida y el intercambio comercial.
La vida cotidiana en América y Europa no pueden entenderse sin el intercambio de alimentos y de textiles finos y útiles. Así, se logró una expansión cultural en el Pacífico insular y se recabaron enormes ganancias que favorecieron a la Monarquía Hispánica global. Muchos empresarios novohispanos invirtieron considerables sumas de estas ganancias destinadas a las obras pías.
Una cantidad importante de comerciantes vascos como Ambrosio de Meave (uno de los mayores benefactores del Colegio), pertenecientes a la Real Sociedad Bascongada, donaron gran parte de sus fortunas para la fundación del Colegio de Vizcaínas.
El comercio fue una de las empresas más importantes para la monarquía española y los reinos hispánicos. Los siglos XVII y XVIII representaron para los virreinatos iberoamericanos el esplendor de la época a nivel global. Así, pues, los principales retos de la monarquía hispánica en la época moderna consistían en:
El establecimiento de una ruta que garantizara el arribo al continente asiático por el Océano Pacífico.
La propagación de la fe como justificación de la expansión.
Las Filipinas como base para emprender la evangelización del continente asiático.
La importancia de la red comerciante transoceánico no sólo para particulares, sino para la Corona misma.
La vida cotidiana marcada por productos introducidos por los mercaderes novohispanos.
El tráfico mercantil intercontinental que se dio a través de la Nao de China y conocida en la Nueva España como el Galeón de Manila.
Los productos procedentes de Asia llegaron a formar parte de la vida cotidiana de los habitantes de la monarquía española. Estos circularon en espacios rurales y urbanos, por lo que impactaron a distintos sectores de la población.
Este fenómeno es notable en la producción textil, ya que se incorporó el bordado con chaquiras, las lentejuelas, la seda y distintos motivos pictóricos. Inclusive, el rebozo llegó al continente americano gracias al Galeón de Manila. El transporte de los textiles no presentaba grandes dificultades, por lo que permitía grandes importaciones que reducían el precio de venta, haciéndolos accesible a toda la población.
[Vizcaínas, un acervo histórico]
Una vez más, el Colegio de Vizcaínas, se vio inmerso durante el siglo XVIII, en el marco de un mundo hispanoamericano donde los individuos ilustrados reconocían la fe y la razón sin hacer a una lado alguna de ellas. Al mismo tiempo, observamos que la monarquía hispánica no se podía concebir a sí misma como una ilustrada radicalmente, sino inmersa en una ilustración que conciliaba la fe y la razón, cuestión que fue impulsada por los jesuitas.
Es, pues, en éste siglo, donde la Ilustración camina sobre las artes y las ciencias útiles sin dejar, de ninguna manera, la teología. Surgen así escuelas, colegios y academias especializadas (p.ej., la Real Academia de las Bellas Artes –San Carlos-), como iniciativas propias de los novohispanos. No se puede dejar de lado que los proyectos científicos eran de carácter multicultural, es decir, muchas de las ciencias útiles y de las ciencias naturales eran adoptadas de las diferentes formaciones científicas europeas.
El régimen Borbónico representa el esplendor de la Ilustración, así como el proyecto de la misma en América, cuestión que el Colegio abrazaría y añadiría en su enseñanza.
Encima, el resplandor de lo sagrado en épocas del catolicismo postridentino, desde el siglo XVI, evidencia una imprescindible necesidad del reforzamiento de la fe católica cristiana, del mismo modo que el apremiante impulso de la devoción reflejado en el desarrollo impetuoso de los modos físicos y espirituales para perpetuar y sellar la fe. Ello, en Europa, pero de modo más ostensible, en la Nueva España y los virreinatos americanos. El carácter fundamentalmente religioso de la época, especialmente en esta Nueva España, evidencia que el acervo artístico orfebre más importante del periodo virreinal es de carácter religioso.
Toda la indumentaria inspirada en este resplandor sacro logró imprimir la exuberancia, ya del estilo barroco, fundamentales para recrear los ambientes espectaculares de los espacios religiosos. La rica ornamentación de las fachadas, el conjunto de pinturas, esculturas, textiles y objetos de orfebrería, creaban una atmósfera especial que afectaba la percepción de las personas dentro del templo. Se exaltaron las emociones a través de toda la simbología implicaba en el proceso espiritual que conllevaba este nuevo espacio de fe.
[Vizcaínas y su permanencia en la historia ]
Este acervo histórico permanece en el Colegio. No se trata de un capital de bienes conservados y resguardados, o al menos no debería estimarse de tal forma. La reacción de los que le rodeamos debería consistir en hacer justicia a un patrimonio, desligada de juicios de valor, sin miras a condenar un pasado que ya es indudablemente encausado por las normas historiográficas que rigen la divulgación histórica. Y claro, hacer justicia a un lazo, sea aceptable o no, que nos vincula con un pasado nebuloso pero único en su naturaleza, que desborda lo que hoy conforma nuestra identidad.
Inefable ha sido la permanencia de una institución que, desde su fundación hasta la actualidad, cumple 250 años de ser. Es fantástico que este Colegio, en su esencia desde su más remotos años, haya subsistido una era virreinal, el siglo de la imposibilidad del México independiente, después la época de la definición del México contemporáneo y, finalmente, los días que corren hoy.
Por María José Jiménez Guzmán