Discurso del Senador Belisario Domínguez
EL C. PRESIDENTE NAVARRETE RUIZ: Se reanuda la Sesión Solemne.
-Solicitamos a todos ustedes, por favor, ocupen sus lugares.
-Con fundamento en el Artículo 100 de la Ley Orgánica del Congreso General y el Artículo Noveno que crea la “Medalla de Honor Belisario Domínguez del Senado de la República”, damos inicio a la Sesión Solemne, a fin de realizar la entrega de este galardón y del diploma correspondiente.
-EL C. SECRETARIO ZOREDA NOVELO: Se les solicita, respetuosamente, ponerse de pie, a fin de rendir los Honores de Ordenanza.
(TODOS EN PIE)
-EL C. SECRETARIO ZOREDA NOVELO: Se les solicita tomar asiento.
-EL C. PRESIDENTE NAVARRETE RUIZ: Damos la bienvenida al licenciado Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. (Aplausos).
Damos la bienvenida al Ministro Guillermo Ortiz Mayagoitia, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. (Aplausos).
Al Diputado Francisco Javier Ramírez Acuña, Presidente de la Cámara de Diputados. (Aplausos).
Le damos la bienvenida al licenciado Juan Sabines Guerrero, Gobernador del Estado de Chiapas. (Aplausos).
Al licenciado José Reyes Baeza Terrazas, Gobernador del Estado de Chihuahua. (Aplausos).
De manera especial este Senado de la República se congratula con la presencia, y le damos la bienvenida, a la familia de quien recibirá la “Medalla de Honor Belisario Domínguez”, el día de hoy: Antonio Ortiz Salinas, a Patricia, Martha, Carlos, Virginia y Regina Ortiz Salinas, así como a Francisco González Ortiz Mena y a Carlos Ortiz Mena López Negrete.
Bienvenidos al Senado. (Aplausos).
-Agradezco la presencia de los señores Diputados Federales de distintas Fracciones Parlamentarias; de los distinguidos miembros del Poder Ejecutivo Federal; Secretarios de Despacho e Integrantes de la Comitiva del Presidente de la República; de los representantes de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial del Estado de Chiapas y del Presidente Municipal de Comitán, Chiapas.
Reconozco y agradezco la presencia de las distinguidas ciudadanas y ciudadanos que con anterioridad recibieron la “Medalla Belisario Domínguez” y que nos acompañan en esta Sesión Solemne y, desde luego, a nombre del Senado de la República agradezco y valoro la presencia de distinguidos invitados que hoy nos acompañan.
Solicito a la Secretaría proceda a pasar lista de honor.
-EL C. SECRETARIO ZOREDA NOVELO: Se solicita a los presentes ponerse de pie.
(Todos en pie)
“¡Senador Belisario Domínguez!”
-EL C. PRESIDENTE NAVARRETE RUIZ: ¡Presente el Senador Belisario Domínguez! ¡Murió por la Patria en defensa de la libertad! ¡Viva el Senador Belisario Domínguez!
TODOS LOS PRESENTES: ¡ Que viva!
-EL C. SECRETARIO ZOREDA NOVELO: Sírvanse tomar asiento.
-EL C. PRESIDENTE NAVARRETE RUIZ: Solicito a la Secretaría de lectura a la histórica proclama del doctor y Senador Belisario Domínguez, correspondiente a la Vigésima Séptima Legislatura del Senado de la República.
-EL C. SECRETARIO ZOREDA NOVELO: Procedo a dar lectura al texto del discurso del Senador Belisario Domínguez:
“Señor Presidente del Senado: Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y suplicar a usted se sirva dar principio a esta sesión tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer en seguida a los señores Senadores. Insisto, señor Presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de pocas horas lo conocerá el público y urge que el Senado lo conozca antes que nadie.
SEÑORES SENADORES: Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión el 16 del presente.
Indudablemente, señores Senadores, lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar, señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan de política, que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la Nación Mexicana, a esta noble Patria que confiando en V. Honradez y en vuestro valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses.
¿Qué debe hacer en este caso la Representación Nacional?
Corresponder a la confianza con que la Patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es ésta: Durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se ha hecho nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la república es infinitamente peor que antes: La Revolución se ha extendido en casi todos los Estados: Muchas Naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase despreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa entera de la República amordazada o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados y por último, el hambre y la miseria en todas sus formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada Patria.
¿A qué se debe tan triste situación?
Primero y antes que todo, a que el pueblo mexicano no pueda resignarse a tener por Presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se amparó del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la Presidencia fue asesinar cobardemente al Presidente y Vicepresidente legalmente elegidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, honores y distinciones a don Victoriano Huerta, y habiendo sido él igualmente a quien don Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad inquebrantable.
Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que don Victoriano Huerta se ha propuesto emplear para conseguir la pacificación. Esos medios ya sabéis cuáles han sido: Únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno.
La paz se hará, cueste lo que cueste, ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis profundizado, señores Senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Esas palabras significan que don Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el Territorio Nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal que él no abandone la Presidencia ni derrame una sola de su propia sangre.
En su loco afán por conservar la Presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra infamia: Está provocando con el pueblo de los Estados Unidos de América un conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas irían estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a las amenazas de don Victoriano Huerta; todos, menos don Victoriano Huerta ni don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma de la traición, y el pueblo y el ejército los repudiarían llegado el caso.
Esa es en resumen la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable, porque don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del poder, que para asegurar el triunfo de su candidatura a la Presidencia de la República en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre próximo, no ha vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los Estados quitando a los Gobernadores constitucionales o imponiendo Gobernadores militares que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales.
Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la Representación Nacional y la Patria está salvada y volverá a florecer más grande y más unida y más hermosa que nunca.
La representación Nacional debe deponer de la Presidencia de la República a don Victoriano Huerta, por ser él contra quien protestan con mucha razón, todos nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa, porque don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo: ¡No importa, señores! La Patria os exige que cumpláis con vuestro deber aún con el peligro y aún con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la Nación en dos meses, y le habéis nombrado Presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la Patria con toda velocidad hacia la ruina. ¿Dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso nombrara piloto a un carnicero que sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al Capitán del barco?
Vuestro deber es imprescindible, señores, y la Patria espera de vosotros que sabréis cumplirla.
Cumpliendo ese primer deber, será fácil a la Representación Nacional cumplir los otros que de él se derivan, solicitándose en seguida de todos los jefes revolucionarios que cese toda hostilidad y nombren sus delegados para que de común acuerdo elijan al Presidente que deba convocar a elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad.
El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional mexicano, y la Patria espera que la honréis ante el mundo evitándole la vergüenza de tener por Primer Mandatario a un traidor y asesino.
FIRMA DOCTOR BELISARIO DOMÍNGUEZ SENADOR POR EL ESTADO DE CHIAPAS.
“Nota: Urge que el pueblo mexicano conozca este discurso para que apoye a la Representación Nacional; y no pudiendo disponer de ninguna imprenta, recomiendo a todo el que lo lea que saque cinco o más copias, insertando también esta nota y las distribuya a sus amigos y conocidos de la capital y de los Estados. ¡Ojalá hubiera un impresor honrado y sin miedo!”
Es cuanto, Señor presidente. (Aplausos)