“Democracia y Libertad, en peligro de extinción en el mundo”
Democracia” y “libertad,” palabras cargadas de muchos simbolismos y emociones, y que están entre las favoritas de los Jefes de Estado, especialmente cuando se encuentran ante alguna crisis. No hay un discurso que un Presidente de un país o un Gobernador de un Estado, o un Presidente Municipal o Alcalde pronuncie cuando se enfrenta a alguna crisis que no incluya estas palabras en más de una ocasión como si fueran milagrosas y que posean un poder especial, casi divino. Con ellas se justifican las guerras en contra de los cárteles de las drogas, en contra de los terroristas del mundo y cualquier fuerza que intente dislocar lo que las minorías en el poder quieren que las masas entiendan que es lo que les conviene. “La democracia y la libertad hay que protegerla a como dé lugar” dicen los poderosos, no importa de donde vengan las amenazas, aun cuando éstas fueran creadas por los mismos que ostentan el poder en un momento dado.
Para Pericles, Atenas era una democracia debido a que “su administración favorece la mayoría en vez de la minoría”. Más cercano a nuestro tiempo, John Stuart Mill dijo que la democracia es “el gobierno de todas las personas por todas las personas” donde “la mayoría… logrará más votos y prevalecerá”. Todavía recuerdo que cuando muy niño mi padre me repetía una y otra vez, “la democracia es la voluntad del pueblo”. Sonaba bien, pero no significaba nada para mí. Era una palabra más sin relevancia para mi realidad. Nunca se me consultaba para nada; sólo aceptaba lo que otros me decían.
Muchos años han pasado desde mi infancia, y todavía estoy buscando aquella “democracia” de la cual hablaba mi padre. Quizás por eso Platón dice en su diálogo Político que la democracia posee un “significado dual”. Tiene que ver con “gobernar con leyes o sin ellas”. Él encuentra la democracia “en todo aspecto débil e incapaz de lograr algo muy bueno o muy malo”. Concluye al decir que es “el peor gobierno lícito, y el mejor de los ilícitos”.
Aristóteles en su Política llama a la democracia “la más tolerable” de las tres formas pervertidas de gobierno; las otras dos son la oligarquía y la tiranía. ¿Por qué entonces morir por algo tan perverso, tan débil, tan ineficiente? ¿Por qué debemos protegerla si verdaderamente no existe? La voluntad del pueblo es sólo una excusa, un artificio retórico para mover las masas; pero cuando las masas se oponen a la voluntad de los menos – “de los que están en el poder” – entonces la voluntad del pueblo se convierte en algo peligroso y se debe ignorar y, preferiblemente, silenciar. ¡Oh, pero eso solamente ocurre en otros países! ¡En “nuestra democracia,” la voluntad del pueblo está garantizada por la Constitución! Así gritan los amantes del mito de la democracia para tratar de convencerse de que es la verdad, aunque en lo más profundo de su ser, saben que no es verdad. ¿Cuántos toman los juramentos de defender la Constitución, pero que en realidad son palabras que se las llevan el viento? Juran sobre la Biblia en muchos países. En la Grecia antigua juraban sobre los testículos, y en el libro de Génesis, Capítulo 24, Versículos del 1 al 4, encontramos el mayordomo de Abraham jurando al colocar su mano debajo del muslo de su amo. En otros, como en México, la “protesta” o juramento del nuevo Presidente se hace frente al Congreso en una sesión general, y al final dice, con gran emoción: “y si así no lo hiciere, que la nación me lo demande.” Palabras muy emotivas y llenas de la fibra misma de la democracia. Pero son palabras huecas, como todos los juramentos que se realizan en todos los países mal llamados democráticos.
La democracia está fundamentada en la voluntad del pueblo por medio de unas elecciones que supuestamente son limpias y sin posibilidad de fraude electoral. Una vez que se han contado los votos y el organismo encargado de certificar los resultados de dicha elección pronuncia un ganador, los gritos de fraude se escuchan con gran vehemencia. “Se robaron las elecciones” gritan los perdedores y reclaman que se haga un nuevo conteo o se anule. Hasta donde recuerdo, nunca ha habido un recuento de unas elecciones presidenciales donde el derrotado ha ganado la elección. Lo que sí ha sucedido es que aun cuando el fraude ha sido comprobado, el resultado oficial de las elecciones permanece inalterado. Por ejemplo, en las elecciones que llevaron a George Bush, hijo, a la Casa Blanca. Una decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norte América paralizó el conteo de los votos en el Estado de la Florida, lo que proclamó a Bush ganador. Posteriormente se comprobó que las máquinas de votación en el Estado de la Florida estaban arregladas para que los votantes que escogieron al candidato Demócrata terminaron votando por el candidato Republicano. ¿Y qué pasó? Nada. El Estado de la Florida continuaría usando las máquinas de votación. El único estado que prohibió su uso fue el Estado de California. Como dato adicional, estas máquinas también se han usado en las elecciones del Presidente de Venezuela.
La voluntad del pueblo no viene al caso. Lo que sí importa es la voluntad de los que manipulan el poder. Ya no hay que comprar los votos como antes. Hoy la tecnología se ha encargado de manipular los resultados de las elecciones y los tecnócratas al servicio de los poderosos deciden por nosotros, el pueblo, quien va a dirigir los destinos de un país. Cuando los mexicanos se refieren a Porfirio Díaz hablan del dictador. No tengo la menor duda que sí fue un dictador que manipuló las elecciones como hombre fuerte, y gobernó a México por varias décadas. Pero hoy son los partidos políticos los que manipulan los destinos mediante la partidocracia, y son ellos, especialmente los que cuentan con los mayores recursos, los que manipulan los resultados a su conveniencia gracias a la tecnología.
Todos los países identificados como democráticos padecen de este mal. Y en el mismísimo centro de este mal está la corrupción que corroe hasta todas las instituciones gubernamentales, políticas, sociales y hasta religiosas. Nadie está exento de sus tentáculos. La tentación, por un lado, y el miedo por el otro, convierte al ser humano más fuerte en una marioneta que baila al son que le toquen.
Se habla mucho de la democracia estadounidense como si fuera una panacea. ¿Cómo puede ser que el modelo de la democracia moderna actúe en forma tan agresiva y prepotente en contra de otros países? Porque todo es una mentira, un mito que los padres de la nación desarrollaron desde sus comienzos. Existe correspondencia entre Tomás Jefferson y Jorge Washington, desde antes de que se lograra la Independencia de los Estados Unidos de Norte América, que demuestran los planes expansionistas que tenían. No se conformarían con las trece colonias originales, sino que sus aspiraciones eran llegar hasta el Pacifico y luego marchar hacia el sur hasta llegar a Argentina y Chile. ¿Dónde estaba la participación del pueblo en todo esto? ¿Dónde estaba la democracia que tanto pregonaban?
México también fue víctima de la agresión del ogro del norte al perder la mitad de su territorio nacional luego de un conflicto armado con los Estados Unidos de Norte América entre los años de 1846 y 1848. El padre de la desobediencia civil, Henry David Thoreau, protestó esta invasión estadounidense negándose a pagar el porciento de sus contribuciones sobre ingreso que correspondía al gasto militar, y prefirió ir a la cárcel antes de pagar ese tributo. En este conflicto ni los mexicanos ni los estadounidenses participaran en la decisión de, en primer lugar, participar en el mismo, y en segundo lugar, avalar la decisión de transferir todo el territorio de California, Arizona, Nuevo México, y Texas a los Estados Unidos de Norte América. Esta decisión fue tomada por individuos en el poder tanto en México como en los Estados Unidos de Norte América. Las invasiones que sufrió México a manos de los estadounidenses fueron meros pretextos. México nunca representó una amenaza para los estadounidenses. Sin embargo, su incipiente prepotencia imperialista, su afán por la expansión territorial de la cual Jefferson y Washington habían soñado en los albores de la revolución de independencia que libraron las trece colonias con Inglaterra, los motivaban para buscar excusas para invadir a México. Y la democracia estadounidense, ¿dónde estaba?
Puerto Rico también fue una víctima del expansionismo imperialista estadounidense. Sin que nadie los invitara a invadir el territorio nacional de la Perla del Caribe, las fuerzas militares de los Estados Unidos de Norte América desembarcaron en la isla un 25 de julio de 1898 a través de la costa sur de la isla en el poblado de Guánica, y marcharon hasta la capital donde plantaron su bandera para nunca abandonar la isla y convertirla en una colonia – la colonia más antigua del mundo. Don Pedro Albizu Campos, patriota puertorriqueño que sufrió en carne viva las penurias de la colonia y la cárcel por atreverse a levantarse en contra de la opresión estadounidense en Puerto Rico dijo: “La patria es valor y sacrificio.” Nadie ha sufrido esa realidad como la sufrió este apóstol de la libertad. Y la democracia estadounidense, ¿dónde estaba?
La democracia, o el mito de la democracia, estaba encerrada, prisionera, del desarrollo de la partidocracia que, a partir de la independencia de los Estados Unidos de Norte América, estrangulaba los ideales democráticos que habían motivado a la Guerra de Independencia. Poco a poco el Federalismo estadounidense fue restándole a los estados su soberanía hasta convertirlos en colonias de la federación. La democracia pasaba a un segundo plano y se convertía en una expresión retórica para usarse en los discursos que tenían como propósito manipular a las masas que supuestamente elegían sus gobernantes libremente. Las suposiciones no se deben tomar muy en serio porque la mayoría, sino todas, están fundamentadas en mentiras, en mitos creados para someter a las mayorías.
El vocablo “libertad,” hermana de la “democracia,” es otra que nos presenta muchos problemas debido a los mitos que la encierran. Todos los pueblos colonizados han soñado con la libertad como pasaporte a una mejor vida para sus ciudadanos. La mayoría de los pueblos han logrado su “libertad” bien sea mediante la revolución armada, como México, Colombia, Venezuela y otros, o mediante decisiones políticas que han llevado a la ruptura de relaciones políticas como fue el caso de la Unión Soviética. Hoy se está dando el caso de una nación independiente producto del desmembramiento de la Unión Soviética en la cual una de sus provincias, Crimea, ha solicitado por medio de una votación popular regresar a ser parte de Rusia, lo que ha desatado un clima de violencia en el país donde Rusia ha intervenido militarmente para “supuestamente” proteger los intereses de Rusia en esa provincia. Aquí tenemos un fenómeno al inverso donde una sección, provincia, de un país soberano desea separase y someterse a la voluntad política de otro. Algo similar sucedió en Texas cuando proclamó su independencia de México para convertirse en una República, para luego aceptar formar parte de los Estados Unidos de Norte América. Un dato interesante en el caso de Texas es que sus ciudadanos nunca solicitaron ser parte de la nación estadounidense y fueron admitidos como estado por voluntad expresa de los Estados Unidos de Norte América. ¿Cómo entonces entendemos este fenómeno que denominamos “libertad” si es tan manipulable? El amor y el interés se fueron al campo un día, y más pudo el interés que el amor que se tenían.
Es triste, sin embargo, escuchar cómo utilizan la palabra “libertad” aquellas personas que verdaderamente no entienden que la libertad no nos da el derecho a hacer lo que nos viene en gana; no le da al presidente de cualquier nación el derecho de usar el poder del gobierno para lograr agendas personales; no le da el derecho de intimidar al resto del mundo para que acepte una sumisión impuesta, e inhumana, por una voluntad externa; no le da el derecho a demandar del mundo una trayectoria de guerra bajo el pretexto de paz cuando en realidad lo que se perseguía – en el caso de Bush – era controlar los recursos petroleros de Irak, y, en el caso de Vladimir Putin, controlar los abastos de gas que pasan por Crimea hacia Europa.
¿Qué les pasará a los Gandhi, a los Martin Luther King y los Nelson Mandela del mundo? Los primeros dos líderes mundiales sacrificaron todo lo que tenían, hasta sus vidas, para lograr la libertad y equidad dentro de una sociedad represiva y odiosa, y lo lograron sin recurrir a la violencia, inspirados por el escrito del ensayista estadounidense del Siglo XIX Henry David Thoreau, Desobediencia Civil. El tercero pasó de terrorista a político y Presidente de Sudáfrica no sin antes sufrir las penurias de una cárcel por 27 años de su vida debido a su lucha por la libertad. Estos valientes sabían lo que significaba defender la libertad. Cada vez que cualquier déspota dice que defiende la libertad, ofende la memoria de Gandhi, de Martin Luther King y de Mandela, así como la de todos aquellos inspirados por ellos y que han dedicado, y aun dedican, sus vidas al logro de la libertad.
La verdad es el único camino hacia la libertad. No puede comprarse, tomarse prestada o robarse. Sólo proviene del interior del ser humano. Todos tenemos la capacidad de lograr la verdad, pero muy pocos tienen la voluntad y el deseo de vivir por la verdad. La ambición, el poder y la riqueza son velos que oscurecen las posibilidades de la verdad y llevan al ser humano por un camino torcido lleno de engaño que conduce a un terrorismo inevitable. En la época de Osama bin Laden, Saddam Hussein y George W. Bush, estaban los tres en una trayectoria que los llevaría a una colisión terrorista si continuaban por el camino que habían escogido tal y como sucedió. Mientras tanto, el mundo clamaba por la paz. No hay duda de que los primeros dos eran hombres peligrosos, pero el más peligroso de los tres era el último. Su gobierno poseía todos los armamentos de destrucción masiva, y éstos estaban listos para usarse.
Si los líderes mundiales verdaderamente desean defender la “democracia y la libertad”, deben revisar las causas de violencia que estremece al mundo de hoy. Hay que eliminar todos los armamentos de destrucción masiva de la faz de la tierra antes de que sea muy tarde. Hay que eliminar el trasiego de armas con el propósito de someter a los pueblos, bien sea en manos de los carteles de la droga, o de las instituciones gubernamentales de los diferentes países. Hay que eliminar la corrupción que estrangula a los países y los hace víctimas de una minoría dominante, al servicio de los prepotentes imperialistas del mundo. El siglo veintiuno demanda de los líderes del mundo un compromiso de paz. Entonces, la “democracia y la libertad” tendrían la oportunidad de convertirse en una realidad entre las naciones del mundo. Hoy, sin embargo, “la democracia y la libertad” son una especie en peligro de extinción.
Por Oscar E. Rodríguez, Profesor Emérito Universidad de Puerto Rico