Nuevo liderazgo mundial de Obama
Por el Lic. Mauro Jiménez Lazcano
Director General de Macro Economía
Elegantemente vestido, al igual que su esposa Michelle, la nueva Primera Dama de su país, Barack Hussein Obama protestó ante la nación norteamericana como el Presidente XLIV (Cuadragésimo Cuarto) de los Estados Unidos de América, en una ceremonia celebrada en la terraza del Capitolio colmada por una clase política estadounidense atónita ante un hecho histórico increíble: un ciudadano negro elevado a la Casa Blanca como titular del Poder Ejecutivo de esa república, donde apenas hace cuarenta años los negros no podían subirse a los autobuses de los blancos ni entrar a la mayoría de los Restaurantes.
Fue un episodio “alucinante” de la Democracia Norteamericana.
Las palabras de Obama, un joven de color de 47 años fueron recibidas con esperanza y alegría por millones de personas de su propio país y del resto del mundo, que ven en el nuevo Presidente Norteamericano la esperanza de que se abra una etapa de paz y prosperidad para las actuales generaciones que han sido presas de un ambiente de guerra, terrorismo y depresión económica.
De George W. Bush, el presidente norteamericano saliente, ni hablar: deja un estado de desastre en su país y las relaciones internacionales, una economía internacional destruida y la peor crisis económica interna de los Estados Unidos, mucho mayor y más profunda que la de hace más de ochenta años en la etapa de 1929-33.
Hay que dejar atrás la etapa del cinismo político y de la codicia financiera, que llevó a la nación americana, al desastre que hoy vive, dijo Obama en un discurso condenatorio del Gobierno que lo precedió y de la clase política ahí presente, que fue omisa y permisiva para dejar que aparecieran por la codicia de los dirigentes financieros, los signos de una economía decadente y depredadora, que olvidó a los más pobres.
Con voz firme y clara Obama condenó al sistema político y económico de que ha sido víctima el pueblo norteamericano: “un país próspero no puede beneficiar solo a las personas prósperas” expresó al tiempo que llamaba a iniciar una nueva etapa fundamentada en el trabajo, el sacrificio, en el ahorro, en la austeridad: “hay que dejar atrás el amor al lujo y al desperdicio de recursos”, que deben servir parea echar adelante la economía.
Exaltó al trabajo humano como el factor fundamental de la creación de riqueza: nuestra productividad hoy no es menor que la de ayer, que la de hace una semana o la de hace un año, expresó.
Hizo una exaltación del respeto a los Derechos Humanos y a las personas, cualquiera que sea su color y condición; somos un país de cristianos, judíos, musulmanes e hindúes, que hemos hecho grande a este país, les expresó a los dirigentes políticos que estaban a sus espaldas atónitos y a las decenas de miles de personas que llenaban la explanada desde el Capitolio hasta el Obelisco de Washington.
Ahí mismo anunció el fin del racismo como política: pronto llegará el día en que la humanidad comprenda y acepte que hay un sólo género humano.
Se puso a él mismo como ejemplo de lo anterior; indicó que él Barack Hussein Obama, hijo de un hombre proveniente de Africa que hace 40 años no podía entrar libremente a los restaurantes de los Estados Unidos por la existencia de la discriminación racial, ha llegado este día al cargo más alto de los Estados Unidos de América; esa es la grandeza de la democracia norteamericana actual, señaló.
Sus palabras resonaron por todo el mundo: una nueva esperanza para los pueblos pobres, para los que tienen hambre y sed, que podrán beber en nuevas aguas limpias de paz, y que habrá prosperidad para sus parcelas, para sus pequeñas granjas.
Condenó a los políticos y financieros cínicos y a los incrédulos y de corta memoria, al mismo tiempo que invitó a todo el pueblo norteamericano sin distinción de personas a reconstruir su país.
Reconoció los peligros del tiempo de tormenta en que se vive, pero les recordó el valor de los fundadores de ese país, que se enfrentaron a los peores peligros en las playas del Río Potomac, que bañan la ciudad de Washington, y pidió para cumplir con su deber la ayuda de Dios.
Fue un acto espectacular; gran parte de la humanidad todavía no lo cree y piensa que es un sueño; la realidad lo irá diciendo y dirá si fue un sueño, o mostrará un cambio profundo en el sistema económico, político y social del mundo.