
En medio de la palabrería de las mañanas y del cinismo de los altos dirigentes del país, la realidad de México es que está amenazado, estancado y endeudado.
Festeja el Gobierno cuando aumenta el PIB dos décimas de punto, y esconde el crecimiento de la deuda pública que la han llevado a más de 55% del PIB, pidiendo prestados más de 20 mil millones de dólares para salvar a Pemex, aunque tal cosa es muy difícil ya que su deuda haciende a 100,000 millones de dólares y no tiene para pagar siquiera a sus proveedores.
No hay medicinas en el Seguro Social ni en las clínicas públicas, ni siquiera aspirinas para calmar el dolor de cabeza; repiten cada día que ya vienen las medicinas que ya merito se repartirán, que no hay que preocuparse mientras los derechohabientes tienen que gastar sus propios recursos para comprar lo necesario en las farmacias.
En las mañanas echan las campanas al vuelo porque las familias, según las nuevas mediciones del INEGI que lleva ahora la responsabilidad después de que cerraron el Coneval, tienen un poco más de dinero proveniente de las dádivas del propio Gobierno pero sobre todo de las remesas que mandan sus parientes desde Estados Unidos, sin las cuales las condiciones sociales serian verdaderamente otras.
El hijo mayor del ex Presidente Andrés Manuel López Obrador, “Andy”, se pasea en los mejores hoteles del mundo y compra la ropa más cara en las tiendas de lujo y con él funcionarios de alto nivel que intentan justificar el uso de relojes que cuestan miles de dólares, que viajan también como rajaes y que dicen que es con su sueldo, lo cual podría ser cierto porque tienen salarios altísimos y otras prestaciones, pero ni eso lo usan, sino los fondos públicos, que siempre esconden; para eso eliminaron la Comisión de Transparencia.
Todo lo resuelven con una débil llamada de atención desde la tribuna del Palacio Nacional que en las mañanas sirve para decirle a los funcionarios “que se porten bien”.
Y cuando Trump mantiene su amenaza contra México de aplicar los aranceles dándole caritativamente un plazo de otros tres meses, la Presidenta lo da como un triunfo y le hacen coro sus Secretarios de Estado, y casi le dan gracias a Trump como si fuera un dios que les otorga una nueva oportunidad.



