El Presidente debe quedarse en Acapulco a dirigir el auxilio a la población
Editorial
Nadie sabe por qué el señor Presidente de la República, Lic. Andrés Manuel López Obrador, no se ha quedado en Acapulco a supervisar los daños y a dirigir el auxilio a la población, dejando a los militares esta grave responsabilidad.
¿A qué le teme el Presidente? ¿Por qué no enfrenta a la población que tiene ahora sí, físicamente, hambre y sed, y que huye de sus casas ante la inseguridad, porque se quedará sin trabajo durante meses o años, por la desgracia del Huracán Otis?
¿Por qué ha dejado el Presidente todo en manos de los militares? ¿Cuál es su verdadera situación política y por qué evade su responsabilidad personal?
López Obrador no quiere ver el desastre que es Acapulco; inventa soluciones fantasiosas y niega la realidad constantemente.
¿Por qué si el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha dedicado horas enteras, días enteros, semanas enteras a supervisar el Tren Maya por aire, por tierra, por mar, en helicópteros y en aviones, por qué no hace algo semejante en favor de Acapulco, con un millón y medio de habitantes que están desesperados, bajo el sol y a merced de la delincuencia organizada? ¿Por qué ha ordenado que se ponga en cajas vacías con el sello de “Gobierno de México” las donaciones que hace la sociedad civil, que hacen las empresas, que hacen los ciudadanos, en solidaridad con los acapulqueños?
¿Por qué ha sido tan lenta la ayuda a la población? ¿Por qué se recopila en Chilpancingo la comida y el agua, las medicinas para los habitantes de Acapulco, que están a cien kilómetros de distancia? ¿Por qué el Presidente ha delegado tanto poder económico y organizativo a los militares?
Es un misterio la conducta del Presidente, su psicología: una mezcla de terror frente a la realidad que no puede manejar, frente a los reclamos de la población hambrienta y sedienta, necesitada, pisoteada, inerme ante la delincuencia de todos tipos.
El Presidente descarga su ira contra la prensa, contra los líderes de opinión de radio y de televisión; contra los periodistas y los dueños de los periódicos, contra los analistas y politólogos, porque sabe que su Gobierno será objeto de una crítica histórica muy merecida y que sus afanes de lograr la popularidad y estatuas en el futuro, también han desaparecido, se las ha llevado el Huracán Otis.