Pide el Rector Narro sumar a favor de la educación superior pública, y fortalecer los recursos y cobertura de las instituciones
Sean ustedes bienvenidos a este recinto universitario, donde celebramos la trigésima segunda Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Para la UNAM es motivo de orgullo este esfuerzo en favor de la lectura y la escritura, de la promoción de la cultura nacional y universal.
En esta ocasión nos da mucho gusto tener como entidad federativa invitada al Estado de México, que tendrá la participación estatal más grande en la historia de la feria, con un total de 106 actividades.
Agradecemos al Estado de México que se haya escogido esta Feria del Libro para entregar los premios del Certamen Internacional de Historia, Independencia y Revolución: Gestas de Identidad Nacional; así como para presentar los libros que resultaron ganadores en el Certamen Internacional de Literatura: Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, en los rubros de novela, cuento, dramaturgia, ensayo y poesía.
El éxito de una actividad como la que inauguramos hoy, se debe fundamentalmente a la brillante labor que año con año realiza nuestra Facultad de Ingeniería. Por ello, a su comunidad, a los organizadores y al cuerpo directivo, les expreso una felicitación. Igualmente, en nombre de la comunidad universitaria, de una comunidad que aprecia el libro y las expresiones de la cultura, agradezco a todas las editoriales que participan en esta feria que regocija el espíritu y que constituye un hito cultural de nuestro país.
Aprovecho el momento para reconocer, en nombre de la Universidad, el apoyo que han brindado a esta Feria del Libro el Gobierno de la Ciudad de México, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana y la Delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal. Expreso nuestra gratitud a las instituciones que participan en la feria: embajadas, organismos internacionales, organizaciones civiles y numerosas universidades del país.
Con este banquete en honor del libro y la inteligencia, la UNAM busca promover el gozo que proporciona la lectura. Es nuestra obligación transmitir a los niños y a los jóvenes, el placer que da el internarse en la creatividad de los escritores. Para ello organizamos charlas, diálogos, talleres y muchas otras actividades.
Está en nuestro interés ser ejemplo de que la lectura es uno de esos privilegios que nos hace ser mejores personas. Como bien dijo Mario Vargas Llosa en su discurso de aceptación del premio Nobel, “Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos, y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”.
Fomentar actividades que enriquecen el espíritu siempre ha sido importante para afianzar los valores humanos. Pero más lo es hoy, cuando estamos inmersos en una inédita etapa de violencia, inseguridad y desconfianza. Necesitamos vivir en paz y de manera civilizada, no podemos aceptar una vida cotidiana sumergida en la zozobra.
Hoy que vivimos situaciones de apremio, cuando el crimen y la violencia rebasan la tolerancia ciudadana, es hora de afianzar nuestra confianza en el estado de derecho, en el gobierno de leyes para devolvernos la tranquilidad perdida. Porque aún en los peores momentos debemos tener la certeza de que los autoritarismos de cualquier signo constituyen un peligro para la sociedad. Aún en los peores momentos debemos estar seguros que lo más importante para una sociedad son sus libertades y que ellas están mejor protegidas por un Estado donde impere la ley.
No requerimos regresar al vetusto “ogro filantrópico”, pero tampoco al rancio “Estado gendarme”. Necesitamos simple y llanamente vivir en una sociedad educada, estable y cohesionada por un gobierno de leyes imparciales, donde la justicia se imparta sin excepciones, donde se atiendan de verdad y a fondo las necesidades de los que menos tienen.
No podemos dejar que la situación actual afecte nuestros valores, nuestros principios. Tampoco podemos, como diría Vargas Llosa “…dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad”.
Un espacio como esta Feria del Libro es un medio para reivindicar la libertad. La libertad de pensar pero también la de caminar por nuestras ciudades a cualquier hora. La libertad de reunirnos con los amigos, la libertad de ser nosotros mismos sin pedir permiso. Esa libertad que de ninguna manera debe ser inhibida por el miedo y las amenazas.
La libertad de escribir y expresar lo que sentimos, la libertad de leer en voz alta o en silencio, en grupo o a solas, es algo que celebramos en esta feria. Sólo debemos tener en cuenta que el ejercicio de esas libertades, implica la responsabilidad de pensar lo que se dice o se escribe.
Esta Feria del Libro es también una convocatoria a combatir la ignorancia. Esa es la verdadera lucha que debemos emprender. Tenemos que hacerlo porque no estamos de acuerdo en que el promedio de escolaridad en nuestro país sea menor a nueve años de educación formal; porque nos preocupa que tengamos 33 millones de mexicanos mayores de 15 años en rezago educativo y en razón de que muchos sentimos vergüenza y una enorme deuda, por la existencia de cerca de seis millones de analfabetas.
La libertad de decir y de escribir, la libertad de pensar y disentir, están condicionadas por la educación. Un pueblo sin educación simplemente no puede aspirar a ser un pueblo verdaderamente libre. Lamento decirlo, pero creo que la educación, incluso en esta era del conocimiento, tiene grandes enemigos. Están por un lado los enemigos sociales, aquellos que, como la pobreza y la exclusión, impiden el acceso a la educación. Pero también existen otros como el autoritarismo, el pensamiento dogmático y la falta de imaginación y de decisión para construir una sociedad mejor.
La educación en nuestro país es un derecho social garantizado por nuestra Carta Magna. En la realidad esto no se cumple como se debe, incluso, como se podría. Los más afectados por la falta de opciones educativas son los pobres, las mujeres, los indígenas, los discapacitados, los excluidos de siempre. Los que han visto pasar los siglos en las mismas condiciones, los que han heredado su miseria y su ignorancia de los abuelos de sus antepasados.
Entre los indígenas mexicanos, por ejemplo, una de cada cuatro personas mayores de 15 años es analfabeta y casi la mitad no ha terminado la primaria. Todavía peor: casi nueve por ciento de los niños indígenas de entre 6 y 14 años no asiste a la escuela.[1]
De las mujeres podemos decir que, a pesar de lo que representan, entre ellas se encuentra casi dos tercios de la población analfabeta y cerca del 80 por ciento de los jóvenes que ni trabajan ni estudian.
Pero también existen otros enemigos importantes de la educación que, afortunadamente, son más vulnerables. Ellos se presentan en las aulas, incluso en las universidades. No necesariamente impiden el acceso a la educación, pero sí dificultan a los niños y jóvenes tener una educación de calidad. Entre ellos destacan, por un lado, la cultura autoritaria que convierte al docente en la única voz, y al alumno en un sujeto pasivo, no comprometido con su propio proceso educativo.
Por otra parte, también está el pensamiento dogmático que, con la participación de integrantes de grupos con diversos intereses, pretende incidir sobre lo que se puede y no se puede enseñar. Aunado a esto se encuentra la falta de innovación, esa carencia de curiosidad por buscar maneras diferentes de hacer las cosas.
Es inconcebible que todavía en pleno siglo XXI el saber y la verdad científica enfrenten amenazas provenientes de la ignorancia y el dogmatismo, del oscurantismo y la superchería. La ignorancia no en el sentido de falta de educación a la que me refería antes, sino a ese miedo a la verdad, a ese pánico a que el saber cuestione las creencias. Esa ignorancia que conduce al dogmatismo, que lo tolera y lo fundamenta.
El dogmatismo, las creencias fijas y las nociones preestablecidas, impiden el avance del conocimiento y demoran el desarrollo de la humanidad. Esto es así porque la ciencia, el saber, la búsqueda de la verdad, fluyen por efecto del cuestionamiento, del debate de las ideas, del respeto a la pluralidad, de la apertura a otros planteamientos, de la tolerancia y el apego a la razón.
Hoy día son evidentes y explícitos los obstáculos que se interponen al desarrollo científico desde los dogmas. Este es el caso del dogma del mercado, que ve como inútiles por improductivas a las humanidades, a las ciencias sociales e incluso a la investigación básica. Son los seguidores de esas tesis, los que ignoran el valor social y humano de disciplinas como la historia, la filosofía, el arte, la sociología, o la literatura.
Quiero aprovechar este momento para convocarlos a sumar fuerzas, recursos, inteligencia y capacidades para combatir a estos y a muchos otros enemigos de la educación, de la ciencia, de las humanidades. Quiero convocarlos a que todos nos sumemos a favor del fortalecimiento de la educación superior pública de nuestro país, de la asignación presupuestal que se requiere, de la ampliación de la cobertura y de la certidumbre presupuestal para nuestras instituciones.
Con el convencimiento de que podemos superar el miedo, la ignorancia y el autoritarismo, de que podemos elevar la cobertura y el nivel educativo y cultural de nuestra sociedad, declaro formalmente inaugurada la trigésimo segunda Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
[1] Federico Navarrete Linares, Los pueblos indígenas de México, CDI/PNUD, 2008.