“Amenaza a las Elecciones (2012) la falta de equilibrios, arbitrajes y conductas imparciales”, advierte el Presidente de la Cámara de Diputados
Señor Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa; señor Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, Senador Manlio Fabio Beltrones; señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Ministro Juan Silva Meza; señor Presidente del Instituto Federal Electoral, digno anfitrión de todos los poderes esta tarde, don Leonardo Valdés Zurita; señora Presidenta de la Mesa Directiva del Congreso del Estado de Oaxaca, Eufrosina Cruz Mendoza; señores Consejera, y Consejeros Electorales; distinguidos invitados; señores integrantes del Gabinete del Presidente de la República; Secretario de Gobernación; Secretario de la Defensa.
No es nada difícil ubicar a Juárez en el cada vez menos amplio santoral patriótico mexicano. Miles de calles, escuelas, edificios, teatros, aviones y un año llevan su nombre.
Algunos construidos en el Siglo XIX, otros más cercanos a nuestro tiempo, porque usando los términos de la mercadotecnia actual, Juárez ha sido lanzado y relanzado.
Sin embargo no hay misterio. Porfirio Díaz lo convierte en símbolo de la Patria, pero más allá de las intenciones políticas del porfirismo, Juárez sobresale y pervive en la memoria de los mexicanos, porque si bien es un caudillo con momentos trágicos, a final de cuentas, Juárez es un vencedor. Juárez gana, Juárez triunfa.
Su paciencia, su lenta tenacidad, como diría Justo Sierra, durante el resguardo itinerante de la República, finalmente resultan exitosas. Juárez vive un calvario, pero, al final los crucificados son otros, recorre su vía dolorosa, pero en el Gólgota, ese estaba reservado a Maximiliano, Miramón y Mejía, a los traidores, al intervencionista.
De carne y hueso en medio de una generación de liberales extraordinarios, Juárez va esculpiendo un país, va haciendo la República en la que creía, que todavía no existía. Va haciendo que los ciudadanos sean, efectivamente, iguales ante la ley, ninguno por encima, ninguno por delante de otros derechos.
El tiempo de Juárez fue un momento crítico en la historia de México, un México recién nacido, con problemas financieros y más titubeos que certidumbres en su destino político, y con una gran disputa por el trayecto de Nación, desde entonces.
No sólo es que a partir del paso de Juárez por la historia y de la admirable generación de estadistas que él encabezó, la convivencia de los mexicanos se enmarca en lo establecido en la ley y por encima de subjetividades.
La trascendencia histórica es, sin duda, que con las Leyes de Reforma se establecieron las bases para las libertades y para la igualdad de todas y de todos los mexicanos ante la ley, por el simple hecho de ser mexicanos.
En aras de esa igualdad se suprimieron fueros. Es curioso, pero nuestra guerra civil no se desató por razones geográficas o económicas, sino por razones inherentes al ser de las personas. Esa fue nuestra entrada a la modernidad. Y a pesar de ocurrir hace 150 años sigue siendo esa la condición por la que hoy pueden coexistir y concursar todos los proyectos de Nación en el marco de la legalidad, de la libertad y de la democracia, como lo atestigua el Instituto Federal Electoral.
A esa primera aportación del juarismo se suma su férrea convicción republicana y su defensa de la soberanía del país, indeclinable. En aquel entonces, defender el país de intervenciones extranjeras no era estratégico, optativo, no era moneda de cambio político. Era esencial.
No era un proyecto de Nación contra otro. Era la respuesta al intento de robar la Nación de los mexicanos por unos cuantos. No era tema de religiones o de visiones políticas. No era un concurso político. Era la única contestación posible ante actos de traición a la Patria.
Y cuando todo parecía perdido, fue Juárez, quien encabezando la resistencia ante la invasión extranjera, era también depositario, no sólo de las reservas legales del país peregrinando, sobre todo, de las reservas espirituales de la Nación.
Un país libre con un proyecto de Patria original, un pasado histórico común y un destino glorioso en el concierto de las naciones. Ese México sólo fue posible gracias a la restauración de la República.
La misión más difícil no fue entonces expulsar a los franceses, sino reconstruir desde las ruinas políticas y sociales un proyecto de país. Una vez que las armas se cubrieron de gloria fue necesario recubrir con la misma gloria los tabiques de un nuevo edificio nacional, con el cemento de la cohesión social: la gloria del acuerdo. Así fue como Juárez reconcilió a México. Juárez y su generación sabían historia. Por eso tuvieron la visión de delinear con certeza el porvenir y marcar con su sello el curso de México a través de los siglos.
Hoy, más que nunca, estamos urgidos de apresurar nuestro camino al futuro. Por eso es preciso estar conscientes y claros, del valor de los hechos del pasado y su vigencia en el presente. Como en esos momentos críticos, la respuesta vino de la unidad, de la unión de aquellos quienes creían en la República, en estos tiempos no debemos sacar a Juárez del sepulcro y relanzarlo, sino revisar si en el país que somos, hemos desterrado los dogmas, hemos eliminado los privilegios, hemos abolido cualquier tipo de casta y los mexicanos marchamos iguales frente a la ley, la que cumplimos y respetamos para lograr nuestra armonía social y nuestra coexistencia pacífica.
Repensemos este país.
Cómo y en qué calidad queremos participar en el concierto internacional. Cómo conservamos recursos naturales, mientras aseguramos el progreso. Con qué programas y con qué leyes aseguramos que los mexicanos, en su diversidad, alcancen la igualdad de oportunidades en el desarrollo y, por ende, su felicidad.
En la división, en la confrontación, no prosperará una Nación para todos. En la idea de triunfar aniquilando a los adversarios o manteniendo privilegios sobre los demás, no alcanzaremos este concepto superior de Patria para todos.
Es imprescindible recuperar los elementos que restituyan la confianza política y, sí, la capacidad de lograr acuerdos. Llegar a las elecciones sin la certeza de equilibrios, arbitrajes, conductas imparciales, será la amenaza más grave a que podamos enfrentarnos, al ponerse en riesgo la renovación institucional.
Urge recobrar la confianza ciudadana. Urge reconciliar a México, más allá de los intereses partidistas, abandonando posiciones maniqueas y reduccionistas, para dar paso a una idea en la que efectivamente puedan caber y competir, ahora sí todas las visiones. Repensar y reconciliar a México, pasa por resolver las disputas entre entes privados, la desconfianza entre los partidos políticos, el escepticismo ciudadano y la incertidumbre ante un Estado de Derecho vulnerado.
Todavía somos capaces de tener instituciones, de construir juntos su rumbo, de llegar a acuerdos, de plantear el futuro, de repensar y reconciliar México hoy, no para el 2012, con una visión de México en el 2050, no desde una visión excluyente de partidos políticos, sino desde la visión de ciudadanos, todos con derechos y aspiraciones.
Terminada la guerra, decía Juárez al entrar triunfalmente a la Ciudad de México: Encaminemos ahora nuestros esfuerzos, a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el Gobierno, respeten los derechos de todos.
Este es el prefacio, pocas veces mencionado, del final: Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. Que sigue: Confiemos en que todos los mexicanos, aleccionados por la prolongada y dolorosa experiencia de calamidades, de la guerra, hoy seríamos las comunidades enfrentadas. Cooperaremos en el bienestar y la prosperidad de la Nación, que sólo pueden conseguirse con un inviolable respeto a la ley y con la obediencia a las autoridades elegidas por el pueblo.
Hoy, más que nunca, necesitamos a Juárez vivo, y necesitamos sacar a la República de sus vacilaciones y restaurarla.
Muchas gracias.